sábado, 14 de septiembre de 2013

El Beato Cura Brochero

Luego de meses de no publicar en este blog, quiero aprovechar este día especial para hacerlo nuevamente, ya que hoy se proclamó Beato al Cura Brochero.

A continuación les dejo la noticia extraída del portal AciPrensa:


BUENOS AIRES, 14 Sep. 13 / 11:35 am (ACI/EWTN Noticias).- Esta mañana en la Villa Cura Brochero, en Córdoba (Argentina), fue beatificado el Padre José Gabriel del Rosario Brochero, conocido como el Cura Brochero, en una Misa multitudinaria presidida por el Cardenal Angelo Amato, Prefecto de la Congregación para las Causas de los Santos y enviado del Papa Francisco.

En la ceremonia se estima que participaron 200 mil personas, 60 Obispos y 1,200 sacerdotes.

En el decreto de beatificación, firmado por el Papa Francisco y leído por el Cardenal Amato, se lee: “Concedemos que el venerable siervo José Gabriel del Rosario Brochero, sacerdote diocesano, pastor según el corazón de Cristo, fiel ministro del evangelio, testigo del amor de Cristo a los pobres, sea llamado beato de ahora en adelante”.

La fiesta litúrgica establecida por el Papa para el Cura Brochero será el 16 de marzo.

Durante la ceremonia se leyó una carta del Santo Padre, quien destacó la figura del sacerdote, un “pastor con olor a ovejas” y un pionero de la evangelización en las “periferias existenciales”, haciéndose “pobre entre los pobres”.

En su homilía, el Cardenal Amato destacó que en el dectreto de beatificación figuran los “rasgos esenciales que retratan a este héroe cristiano, sembrador a manos llenas en estas tierras. Su beatificación es un acontecimiento de suma relevancia tanto social como religiosa”.

“Verdadero bienhechor del pueblo argentino, promovió el progreso de la sociedad y el bienestar de la comunidad. Trabajó a favor de la dignificación de la personas humana provenían de su santidad, un rasgos que todo reconocía en el ya en vida”.

El Cardenal Amato también subrayó que el trabajo del ahora Beato “en pos de la dignificación de la persona humana provenía de su santidad, un rasgos que todos reconocía en él ya en vida”.

“¿Quién era este sacerdote y qué fue lo que hizo para ser tan querido y venerado?”, preguntó, señalando luego que “la respuesta es simple: fue un sacerdote completamente dedicado a las almas, todo lo que hizo tuvo como horizonte al hombre y sobre todo de los más necesitados”.

“Se transformó en un difusor del reino de Dios y abanderado de Cristo”, indicó, y sostuvo que difundió los ejercicios espirituales, a los que movilizaba a multitudes, porque estaba “convencido de su eficacia como instrumento para comunicar la luz de la libertad divina y que triunfo de la gracia, aún en los más rebeldes”.

La caridad pastoral del Cura Brochero “generaba comunión era un pastor para todos sus predilectos los enfermos, los pequeños, los pobres”.

Al concluir, el Cardenal exhortó a los sacerdotes a imitar al Cura Brochero y no olvidarse de ser generosos y ejercer el ministerio sacerdotal con serenidad y alegría.

“La presente beatificación es sólo un comienzo para conocer al Cura Brochero, este sacerdote santo, sigamos imitándolo y pidiendo por las necesidades espirituales y materiales”, dijo.

Al final de la ceremonia, el niño Nicolás Flores, quien recibió el milagro que permitió la beatificación del “cura gaucho”, junto a sus padres acercó al altar las reliquias del Beato.

El Cura Brochero fue declarado venerable en febrero de 2004 por Juan Pablo II. El 20 de diciembre de 2012, Benedicto XVI firmó el decreto que reconocía el milagro atribuido a la intercesión de Brochero.

Este milagro consistió en la recuperación sin explicación médica de un niño con pronóstico de “vida vegetativa” y problemas neurológicos severos tras sufrir un grave accidente vial.




No quiero dejar pasar la oportunidad para publicar este maravilloso texto del gran escritor argentino Hugo Wast sobre el “Cura Gaucho”:


 EL ADMIRABLE CURA BROCHERO, MODELO DE APÓSTOL

La Leyenda


El 16 de marzo de 1840 nació en la villa de Santa Rosa, del Río Primero (en la provincia argentina de Córdoba) José Gabriel Brochero, que había de ser el famoso cura de San Alberto.

“El señor Brochero” como se lo llamó siempre, ha entrado en la historia por la graciosa puerta de la leyenda. Antes de saber quién era, el público, no sólo de Córdoba, sino de toda la Nación, conocía anécdotas, dichos, episodios de su vida, algunos auténticos y muchos inventados.

Ha sonado ya la hora de situar esta gran figura de santo criollo en su verdadero marco histórico, mientras llega el día de venerarlo en los altares. Los más se imaginan que fue un simple cura rural, inculto y desarrugado en los modales, buen jinete y capaz de decirle malas palabras al gobernador y al presidente de la república; un caudillo de sotana, empeñado en una labor materialista, que se ganaba la voluntad de aquellos “gauchos bozales” entre quienes vivía, con cuentos de chalán y con beneficios de político lugareño: caminos, ferrocarriles, escuelas, amén de alguna capilla y de no pocos asados con cuero.


El apóstol


Todo eso, que puede ser cierto, es apenas una parte de la historia externa del famoso cura de San Alberto. Hay que decir la verdad. Brochero fue exclusivamente un apóstol, un ardiente evangelizador de los pobres, que hubiera mandado al diablo sus instrumentos de apostolado, sus caminos, sus ferrocarriles, sus escuelas, y hasta la célebre mula malacara en que anduvo miles de leguas por abruptas serranías y desiertos impresionantes, en cuanto hubiera advertido que eso no servía a su único propósito: ganar almas para Dios.


Los Ejercicios Espirituales como medio de apostolado


Y si no se ha penetrado la verdadera vocación de su vida, menos se ha advertido la extraña herramienta espiritual que utilizó. ¿A quién podría ocurrírsele que el mejor medio de convertir aquellos hombres y mujeres de las sierras, rústicos, recelosos, y a menudo analfabetos, fuesen los sutiles Ejercicios de San Ignacio?

Este recurso heroico, que comienza con un encierro de ocho o nueve días para realizar severa penitencia y que es difícil de aplicar a la generalidad de las gentes, ni siquiera en las grandes ciudades, donde hay más inteligencia del asunto y predicadores expertos, y casas adecuadas, con las comodidades indispensables, Brochero lo implantó desde 1878 en el Tránsito, aldehuela prendida en la falda occidental de las Sierras Grandes, al otro lado de la Pampa de Achala, en una región que no se comunicaba con el resto del mundo sino por dificilísimos caminos de herradura.

¿Cómo se le ocurrió al cura de San Alberto la idea de implantar los Ejercicios de San Ignacio y cómo la llevó a la práctica? Refieren que el Niño-Dios mismo le mostró en sueños el lugar indicado donde había de construir su edificio. Sería interesante recoger un día las versiones que aun corren de los sueños que tuvo.


Un poco de historia.
El joven cura de San Alberto

Había nacido —como dijimos— el 16 de marzo de 1840. Tenía, pues, 29 años cuando en 1869 se hizo cargo del curato del departamento de San Alberto, con sus quinientas leguas de serranías indómitas y casi desiertas, y una mísera capilla de techo de paja, situada en San Pedro, la población principal. Pronto había recorrido en mula todo su feudo, y empezaba a conocer a sus feligreses… muchos de ellos primera vez en su vida veían un hombre de sotana.

Los visitaba para saber sus necesidades y los invitaba a ir los domingos a la misa, donde él les platicaba con lenguaje pintoresco y transparente. Muchos accedían y consentían en cubrir la distancia de ocho, diez, quince leguas, que los separaba de San Pedro. El joven cura iba ganándolos, y no tardó en ver que su capilla era muy pequeña para la concurrencia de los domingos; y se puso a la obra de construir una verdadera iglesia.

Y como el apetito viene comiendo, y muchos de sus feligreses realizaban largas peregrinaciones sin más objeto que asistir a misa, se le ocurrió invitarlos a ir a la ciudad de Córdoba, para pasarse unos días de penitencia en la Casa de Ejercicios que allí existe.


Caravanas de ejercitantes

La proposición ahora nos parecerá inconcebible. ¿Cómo abandonar ocupaciones, hogares, familias; transponer treinta leguas de cordillera, en pleno invierno, cruzar desiertos o páramos nevados, en que ni los pumas ni las águilas encuentran su alimento? Y la invitación se hacía a todos, hombres y mujeres, y el joven sacerdote se comprometía a guiarlos él mismo, montado en su mula, como un San Bernardo, predicador y guía de esta rara cruzada.

Tiene fe ciega en los prodigiosos resultados de los Ejercicios Espirituales. Desde los tiempos en que era seminarista los conoce por experiencia propia, y ahora que es cura de almas, son su permanente obsesión. Sabe que nada se opone tanto a la vida espiritual como el hecho casi trivial de que nadie se desprende, ni siquiera por un día, de los cuidados temporales; nadie se zambulle enteramente en una atmósfera de libertad absoluta que le permita poseer su corazón al menos durante una hora.

Dos veces cada año condujo numerosísimos grupos de jinetes, hombres y mujeres, por arriba de la Pampa de Achala, nevada con frecuencia, pues era en los meses de julio a agosto. Marchaban lentamente, por caminos de cabras, el día entero, y de noche acampaban al raso, bajo la palpitante y helada luz de las estrellas, alrededor de hogueritas menguadas, porque la leña escasea mucho en la región.


Casa de Ejercicios en El Tránsito


Como fuesen cada año más numerosos los que se alistaban para aquella inverosímil cabalgata, de cincuenta o sesenta leguas en redondo, después de la iglesia pensó en construir una casa para hacer los Ejercicios en el Tránsito, otra aldea de su curato. Puso manos a la obra. Fue una construcción sencilla y barata, pero de grandes medidas: una capilla, muchas habitaciones y un gran comedor de 60 varas de largo.

Formando cuadro con ella edificó otra, de 48 varas por 100, para colegio de niñas, y trajo de Córdoba a las monjas Esclavas del Corazón de Jesús, a quienes encomendó el cuidado de ambas. La fama del Colegio y de la Casa de Ejercicios se difundió por toda la región y acudieron colegiales y ejercitantes de los más remotos lugares de la provincia de Córdoba y aun de la de San Luis y de La Rioja.

Brochero era ya hombre de inmensa popularidad. Fue tal su alegría cuando se abrieron los cimientos de la Casa de Ejercicios, que quiso poner él mismo la primera piedra, y previendo la oposición del infierno contra el edificio del que esperaba tantos frutos, la arrojó con brío, como si con ella aplastase la cabeza de una serpiente, y exclamó: “¡Te fregaste, diablo!”


Cien mil ejercitantes en sesenta años

La inauguró en el invierno de 1878 y tuvo que dividir a los ejercitantes en cinco tandas, pues pasaron de 3.000. Al año siguiente fueron ocho tandas, con más de 4.000.

Ya han transcurrido más de sesenta años y todavía funciona aquel prodigioso mecanismo en el caserón primitivo, harto destartalado ya. No menos de 100.000 personas han “tomado” (como allí dicen) los Ejercicios Espirituales más severos que puedan imaginarse, en esa aldehuela de escasísima población. Nada más pintoresco, y a las veces nada más extravagante, que los medios de que se valió el cura de San Alberto para propagarlos.


El “Gaucho Seco”: conversión de un bandolero

Había en las Sierras Grandes, allá por 1887, un gaucho malo, jefe de bandoleros, famoso por sus robos y crímenes. El señor Brochero se empeñó en hacerle "tomar" los Ejercicios al "Gaucho Seco”, y fue a buscarlo en su escondrijo como quien busca a un puma en su cubil.

De entrada, no más, le dijo que iba a curarle la lepra de que estaba cubierta su alma. El Gaucho Seco oyó estupefacto semejantes palabras y tuvo curiosidad de asistir a unas ceremonias tan extrañas, de que hacía diez años se hablaba tanto en el país.

Una mañana del frío mes de agosto llegó al Tránsito, montado en una mula zaina, guiado por el cura, que montaba su invariable mula malacara, y seguido a cierta distancia por otros dos jinetes que le guardaban las espaldas.

– Vamos a ver – dijo el Gaucho Seco, apeándose a la puerta de la Casa de Ejercicios – cómo se me va a curar la lepra del alma.

Desensilló, entregó la mula a su lugarteniente, y llevando en sus brazos el apero que sería su cama durante ocho días, siguió a Brochero, que le hizo cruzar dos patios y palmeándole la espalda le indicó una habitación, donde dormiría con una veintena de hombres de su laya.

Más de setecientos paisanos habían llegado ya para esa tanda. Todos miraban, no sin recelo al Gaucho Seco, que pasaba arrogante entre ellos, haciendo sonar sus espuelas y arrastrando la cincha de su silla de montar, cubierta por ricos pellones.

Sólo se oía el ruido de aquellos pasos y de aquellas espuelas. Un silencio imponente dominaba a la extrañísima reunión.

– ¡Vamos a ver el milagro! – dijo para sí con sorna, arrojando sobre la tierra empedernida el copioso apero.

Sonó entretanto una campanita agitada por la mano de un viejo; y todos silenciosamente lo siguieron sin saber a dónde, y el “Gaucho Seco” detrás de ellos. Entraron en la capilla, que se hallaba a oscuras, no obstante ser de día, alumbrada escasamente por algunas velas de sebo y la mariposilla del Sagrario. Un sacerdote de negra sotana empezó a hablarles. Nadie más que él hablaba. El silencio era absoluto y comprimía hasta el latido de las sienes.

Del patio llegaba un olor a carne asada. El señor Brochero les preparaba el primer almuerzo en fogatas al aire libre. Terminó la plática y hubo rezos y cánticos. El Gaucho Seco asistió sin aburrirse, pero sin comprender ni los cantos, ni los rezos, ni las pláticas.

Sonó otra vez la campana y salieron a almorzar. Siempre el mismo silencio impresionante. A lo sumo, el ruido de un cuchillo, uno de esos largos y filosos cuchillos de los gauchos, que cortaba un hueso. Después cebaron mate, alrededor de anafes de barro cocido, en que se iban durmiendo rojas brasas de algarrobo. El Gaucho Seco, vencido por las ganas de tomar mate, se allegó a un grupo y aceptó que lo convidaran, sin atreverse a pronunciar una palabra, tan plúmbeo e imperioso era el callar de la muchedumbre.

De nuevo la campana, y el moverse en filas de la concurrencia, y el acudir a la capilla, y de nuevo la plática y los rezos y los cantos. Después, de nuevo a sus piezas, desnudas y frías, donde calentaron los estómagos vacíos con algunos mates, y se acostaron vestidos sobre sus aperos, en la tierra, pues, no había camas, ni las necesitaban personajes como ellos. Al alba, otra vez la campana, las mismas distribuciones y el mismo silencio.

Más que las pláticas de los dos jesuitas que sucesivamente les hablaban, llamaban la atención del “Gaucho Seco” las coplas que se cantaban, y cuyo trascendental sentido había comenzado a percibir: Perdón, ya mi alma / Sus culpas confiesa; / Mil veces me pesa / De tanta maldad. / Perdón, oh, Dios mío / Perdón y piedad...

¿Era, pues, cierto, era posible que Dios lo perdonase a él? ¿Era, pues, verdad que otros muchos, tan cargados como él de crímenes, habían encontrado misericordia al pie del Crucifijo?

Al tercer día el Gaucho Seco se azotó con furia los recios lomos y al sexto día se arrodilló sollozando a los pies de un misionero, que lo envolvió en el poncho de lana para que otros no lo viesen llorar.

– ¡Cayeron, mi curita, las escamas de la lepra! Hoy es el día de mi nacimiento.

Al otro año el Gaucho Seco volvió a los Ejercicios trayendo a catorce paisanos más que querían también hacer el maravilloso experimento de nacer de nuevo.






Santas recomendaciones


El último día de los ejercicios el cura los despedía con una carne con cuero y un sermoncito de este jaez: "Bueno; vayan no más, y guárdense de ofender a Dios volviendo a las andadas. Ya el cura ha hecho lo que estaba de su parte para que se salven, si quieren. Pero si alguno se empeña en condenarse, que se lo lleven mil diablos...”


Benefactor y Santo

La obra de José Gabriel Brochero fue inmensa. Murió a los 73 años, el 26 de enero de 1914. Aunque, por decreto justiciero del gobernador Cárcano, el Tránsito lleva ahora su nombre y hay en la plaza del pueblo una estatua suya de bronce, todavía su país no ha reconocido en él a uno de sus más grandes benefactores. Algún día se escribirá su hermosa historia y veremos cómo se ha cumplido en él las palabras del profeta Daniel: “los que hayan conducido a muchos a la santidad serán como las estrellas, eternamente y siempre”.


Hugo Wast

Fuentes:
http://www.aciprensa.com
http://www.elblogdecabildo.blogspot.com

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