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sábado, 23 de julio de 2016

La Mujer en el Mundo Actual

En el día de Nuestra Señora del Carmen, el Cardenal Primado del Perú Juan Luis Cipriani, hizo una reflexión sobre la situación de la mujer en el mundo actual, indicando que “la están atacando (a la mujer) más que nunca”, con la ideología de género. Muy acertadas las afirmaciones del Cardenal, por eso consideré escribir este pequeño artículo, agregando otros elementos que pasan desapercibidos, pero que tienen una íntima relación con la mujer en el mundo de hoy.

Cuando comenzaron a tener relevancia los movimientos feministas a mediados del Siglo XX, reclamaban cosas con las que cualquier persona de buena voluntad podía estar de acuerdo, como el derecho al sufragio, la igual remuneración ante la misma tarea desempeñada en un trabajo y demás; pero no muy atrás en el tiempo, se empezó a poner a la mujer en el lugar del hombre. Lo que parecía una “inocente rebeldía”, como que una mujer vista pantalones, escondía intenciones verdaderamente satánicas.

No hay que ser experto en demonología para colegir que satanás ataca lo que Dios más ama. No hace falta haber tenido experiencias como exorcista para saber que María Santísima, la creatura más perfecta y noble de toda la creación, es lo que el diablo más aborrece. El Protoevangelio anuncia que la mujer y su descendencia aplastarían la cabeza a satanás (Gén. 3:15). Con este anuncio, las fuerzas del mal comenzaron una lucha sin cuartel contra Dios y sus creaturas. Mientras el mundo se rigió más o menos con la Ley de Dios, el poder del maligno estaba muy limitado, pero cuando el hombre, en su libertad que nunca es violentada por el Creador, comenzó a apartar de la vida pública y privada al Señor, el diablo extendió cada vez más el mal hasta que llegamos al día de hoy, donde el hombre ya no es considerado como varón y mujer, sino como una mezcla amorfa de caprichos, donde el varón puede ser mujer, casarse con otro varón que piensa que puede encargar en una clínica un bebé con el color de ojos que a ellos se les antoje, como si se tratara de una pizza; y que, cuando uno de los dos sea viejito, cada cual habiendo vivido más de cinco “matrimonios”, pueda ir a la misma clínica, donde armó a gusto del consumidor a su hijo, a quitarse la vida.

En los últimos quinientos años fue acrecentándose poco a poco el repudio del hombre por lo sacro. La herejía protestante jamás negó al Dios uno y trino, ni la real divinidad y humanidad de Cristo, pero sí negó a Su Madre, reduciéndola a una mujer más que Dios eligió para hacerse hombre, pero que tuvo otros hijos. Se negó a la Iglesia, que es una, santa, católica y apostólica, el Cuerpo Místico de Cristo y pastoreada por el legítimo sucesor de Pedro, el Papa. Cada uno se arreglaría sólo con Dios, prescindiendo de los Sacramentos instituidos por Jesús. Hago lo que quiero, total ya me salvé en el momento en que dije “creo en que Jesús es mi salvador”.

Los movimientos liberales, promovidos por la masonería, llevaron adelante la Revolución Francesa, que impuso el pensamiento único, donde Dios era una especie de spray, una fuerza o energía creadora, que nos mira desde algún lugar, pero no interviene. Hoy están de moda muchas religiosidades con esta o parecidas ideas, todas nucleadas en la “New Age”.

Luego llegamos a finales del siglo XIX y principios del XX, donde el marxismo niega totalmente a Dios, atribuyéndole todo lo creado a una sucesión de causas puramente materiales. Todo podría explicarse naturalmente. Incluso los acontecimientos histórico-políticos tendrían una explicación material, donde un grupo de hombres malos (o capitalistas) domina a otro grupo de hombres buenos (o proletarios). La solución estaría en que los buenos eliminen a los malos y dominen las naciones. La bondad y maldad no dependen de los actos humanos, de cuán noble o canalla sea el hombre, sino sólo de su pertenencia a un estrato social.

Con este proceso, que algunos autores inician hace quinientos años (como lo hice yo), pero que en realidad se fue gestando desde el rechazo de Adán y Eva al Amor de Dios, llegamos al día de hoy, donde los distintos componentes de la herejía, el liberalismo y el marxismo, se combinan, formando distintas ideas o movimientos que usa satanás para extender el mal, con la colaboración servil del hombre.

Podemos ver hoy que todo está permitido expresar, menos la adhesión a la Verdad, que es reducida a una idea retrógrada, en el mejor de los casos, y en otros países es censurada en nombre de la libertad. En algunos lugares de Europa hay leyes “antidiscriminación”, donde decir que el matrimonio fue instituido por Dios indisoluble entre un hombre y una mujer es considerado un delito, pero si digo que un niño puede someterse a una operación de “cambio de sexo”, soy “cool” y puedo tener lugar como candidato en los partidos políticos de mayor peso.

El asesinato cobarde a inocentes, promovido por las feministas y todo el arco “políticamente correcto”, ya está casi impuesto en todo occidente. En nuestro país es un delito, sin embargo, el gobierno kirchnerista se las arregló para que, mediante un protocolo, los promiscuos y  amancebados puedan asesinar a sus hijos. El “cambio” tomó un montón de medidas económicas, anunció proyectos de infraestructura y demás, pero de anular el protocolo criminal, ni una palabra.

Hay muchas cosas más para decir, pero sería alargar demasiado un artículo que solamente busca aportar un granito de conciencia allí donde todavía la hay. Para recapitular, basta poner los conceptos anteriormente expuestos bajo la lupa de la Fe:

El demonio odia al género humano, por eso pretende alejarlo de su Creador, impulsando las herejías que niegan la autoridad del Vicario de Cristo, de la Iglesia y demás medios de gracia; pretende dividir a los hombres entre buenos y malos, promoviendo el odio de unos contra otros; busca imponer una confrontación entre el varón y la mujer para destruir a la familia, base de la sociedad e iglesia doméstica, donde el hombre aprende a amar.

Una madre con su hijo en el vientre, es para satanás la figura de María Santísima con Jesús. La sociedad que aprueba el aborto se hace servidora del mal y se burla de Dios. No dudo de la buena intención de algunas personas que apoyan el feminismo moderno. Es cierto que, durante mucho tiempo, la mujer fue víctima de desigualdades, pero también es cierto que se utilizan esas desigualdades como excusas para matar bebés; como se utiliza la desigualdad social para odiar a los ricos y, de ser posible, asesinarlos, como propone el marxismo.

Tiene razón el Cardenal Cipriani al afirmar que a la mujer la están atacando más que nunca. La atacan porque quieren quitarle lo más bello que tiene: ser mujer. La figura de María Santísima es el modelo más perfecto de mujer, pero para los servidores conscientes o inconscientes del mal, la mujer debe ser promiscua, independiente, vestir como prostituta, consumir alcohol y, como frutilla del postre de estiércol que ofrece satanás; asesinar a sus hijos, que son imagen del Divino Niño.

El Señor advierte sobre el destino de quienes se atreven a escandalizar a uno de estos pequeños (Mt. 18:6; Mc. 9:42; Lc. 17:2).

VAE MUNDO AB SCANDALIS!


El Señor tenga misericordia de nosotros.

Gustavo Arias.

miércoles, 9 de marzo de 2016

martes, 10 de noviembre de 2015

Mantener la Esperanza

Desde la Encíclica Rerum Novarum del Papa León XIII, pasando por todo el magisterio social de sus sucesores, el marxismo ha sido, directa o indirectamente, condenado por la Iglesia. Digo directa o indirectamente porque en muchas ocasiones se consideró al marxismo como un todo, poniendo de manifiesto que se trata de una ideología intrínsecamente perversa, pero también se han condenado rasgos particulares de esta subversión doctrinal, como la lucha de clases, el profundo ateísmo que sostiene, el terrorismo o las distintas sub-ideologías que han ido confluyendo en lo que hoy podríamos llamar un “marxismo democrático” o, para utilizar un término más propio, una “socialdemocracia”.

Como todos sabemos, los que vienen dominando el plano político de nuestro país desde hace doce años, pueden ubicarse en esta socialdemocracia. Muchos funcionarios del gobierno actual fueron parte de aquella “juventud idealista” que utilizaba la violencia, asesinando militares, policías, empresarios y muchas otras personas que eran para ellos enemigos de la “causa socialista”. Por supuesto que, si moría un niño de 3 años (1) en manos de estos criminales, era un “efecto colateral” y, en muchas ocasiones, necesario.

Gracias a la guerra anti-subversiva llevada a cabo por nuestras Fuerzas Armadas, de Seguridad y Policiales, los terroristas tuvieron que deponer las armas, empero, perdida la guerra armada, nunca perdieron la ideológica y, frente a este panorama, la Iglesia se ha ido pronunciado y advirtiendo sobre los peligros de este terrorismo ideológico. Un ejemplo claro de esta resistencia a los enemigos de la Santa Fe, es la del entonces Cardenal Bergoglio, cuando en 2010 advirtió sobre “una movida del Padre de la Mentira que pretende confundir y engañar a los hijos de Dios” (2), al tratarse la imposición demoníaca del “matrimonio homosexual”, que finalmente fue llevada a cabo (3).

Recientemente tuvo lugar la aprobación del nuevo Código Civil, que pulveriza el concepto de familia y hace del matrimonio un contrato rescindible con la sola voluntad de uno de los contrayentes, además de introducir conceptos de la ideología de género y de quitar la patria potestad a los padres (4); por lo que los niños pasarían a pertenecer al Estado, obviamente, si no son asesinados en un hospital público mediante el aborto, como autoriza actualmente el Ministerio de Salud (5)

Resulta que hace un tiempo se viene ejerciendo desde el oficialismo una campaña para desmerecer a aquellos que proponen un cambio de rumbo para la Argentina. Algunos le llaman “campaña del miedo”, pero yo prefiero llamarle, limpia y llanamente, terrorismo, ya que pretende causar terror colectivo para perpetuarse en el poder, utilizando para ello la calumnia y demás inmoralidades.

Lo peor de todo es que, entre las calumnias, hay “medias verdades” esgrimidas contra la alianza Cambiemos, que resultan ser buenas, pero son consideradas por los apátridas como contrarias a la “causa nacional y popular”. Me explico: Acusan a Mauricio Macri de querer volver a las políticas de los 90’, basándose en declaraciones aisladas del líder de Cambiemos y otros funcionarios afines a él, advirtiendo que, en caso de que sea presidente, se van a terminar las asignaciones universales, el Pro.Cre.Ar y demás logros del gobierno actual. Cualquiera que tenga un poco de criterio puede darse cuenta de que se tratan de acusaciones sin ningún fundamento, o sea, de mentiras. Por otro lado acusan al bloque opositor de haber resistido al “matrimonio homosexual”, el aborto y demás perversiones, como si se trataran de logros, cuando en realidad son la espada que atravesó el Corazón Inmaculado de María Santísima al ver a su Hijo humillado, escupido, con su carne desgarrada y sus manos y pies taladrados por los que cometieron ese deicidio, que se sigue ejecutando aún hoy en la cotidianeidad de nuestras vidas inclinadas al pecado, pero sobre todo, en los que son partícipes de estos pecados colectivos que claman al cielo.

Respecto a las calumnias lanzadas contra Cambiemos, no hay mucho que decir. Son conjeturas del oficialismo que tienen, como único sustento, frases descontextualizadas de Macri o algún otro funcionario afín a él. Decir que Cambiemos es volver a los 90’ y tener a candidatos que fueron funcionarios en esa época, es incoherente. Lo mismo podemos decir de la supuesta privatización de la Petrolera YPF que el bloque Cambiemos haría. ¿Acaso no fueron los que hoy están en el oficialismo los que apoyaron su privatización en los 90’? ¿Haber estafado a Repsol fue una medida a favor de los intereses de la Nación o una forma más de demostrar una “omnipotencia política”, típica de los gobiernos dictatoriales populistas?

Las medias verdades a las que me referí más arriba, las cuales eran buenas en sí mismas, tienen estas características porque, por un lado, no fue unánime la oposición del partido Propuesta Republicana al “matrimonio homosexual” y demás medidas contrarias a la moral que impuso el oficialismo y, por el otro; oponerse a esas barbaridades hubieran sido virtudes, no males de los cuales acusar a los personajes de Cambiemos.

El Cardenal Bergoglio salió a defender en 2009 el matrimonio y a la familia, frente al avasallamiento de la justicia, que permitió que dos hombres se “casen”. El líder del PRO fue quien no apeló esa medida y, paradójicamente, Scioli era el “defensor” del matrimonio (6). Recientemente, Mauricio Macri dijo que estaba a favor de la vida (7), por lo que estarían las puertas cerradas al aborto si fuera presidente, pero resulta que, entre sus filas, hay abortistas declarados (8).

Hoy la publicidad oficialista “acusa” a Cambiemos de haber votado en contra del “matrimonio homosexual”, pero resulta que Scioli también está en contra (6), entonces ¿cómo es la cosa?
No hace falta ser licenciado en ciencias políticas, sociología o alguna especialidad de grado para colegir que hay dos caminos disponibles que no van a tener en su agenda la divisa del Santo Fundador de la Compañía de Jesús, Ad maiorem Dei gloriam, que todo cristiano debería defender y exigir de sus gobernantes; pero sí estoy seguro que, aunque sea para acabar con la dinastía kirchnerista, que tanto daño está haciendo a la República, es menos malo optar por el “cambio”.

Quiero aclarar que, bajo ningún punto de vista estoy pretendiendo apoyar a la alianza Cambiemos, simplemente estoy diciendo que, visto que el enemigo más fuerte no es el cambio, sino la continuidad, queda la opción de apoyar el cambio o abstenerse. Cada uno podrá examinar su conciencia respecto a qué tan legítimo es apoyar al cambio. Personalmente creo que la abstención, mediante el voto nulo, es la opción correcta, como lo dije en un artículo anterior (9). De lo que sí estoy seguro, y no por ser un erudito en materia moral, sino por simple sentido común; es que apoyar al kirchnerismo, es ir en contra de Cristo (Mateo 12:30).

Alguien podrá, legítimamente, preguntarme: ¿Entonces estamos perdidos? ¿El futuro de nuestra Argentina es el libertinaje, la inmodestia en el vestir, la sodomía, la fornicación, el concubinato, el aborto, el adulterio, la drogadicción, el crimen y una larga lista de etcéteras, que hacen que la esperanza en un país cristiano sea sólo una linda idea?

Si seguimos como vamos, seguramente será imposible mejorar algún aspecto de los mencionados arriba. Con el “cambio” capaz algunos de los que antes se oponían al “matrimonio homosexual” y ahora se arrepintieron, puedan volver sus pasos sobre senda del error y encaminarse nuevamente a la Verdad. Es posible que el aborto no tenga lugar en nuestro país, al menos durante cuatro años. Quizá haya un acercamiento más amistoso a la Iglesia y podamos trabajar Iglesia-estado de la mano para un futuro mejor. Con todo, no hay que ser ingenuos, tampoco propongo un pesimismo enfermo o el colmo de la pusilanimidad; pero sí es importante poner los pies sobre la tierra, armarse de valor y mantener la Esperanza. No hablo de una esperanza mundana, que puede ser el sinónimo de la estupidez, sino de la Esperanza como virtud, que todos los hijos de Dios tenemos.

Tenemos que confiar en las promesas de Cristo y tener en cuenta que no somos del mundo aunque estemos en él (Juan 15:19). No podemos esperar la plena perfección en este valle de lágrimas, pero si debemos tener nuestra Esperanza puesta en que, buscando el Reino de Dios y su perfecta Justicia, todo lo demás se nos dará por añadidura (Mateo 6:33). San Pablo nos habla en el capítulo 6 de su Primera Carta a Timoteo, exhortándonos a pelear el buen combate de la Fe (v. 12).

Busquemos el Reino de Dios, practiquemos las Bienaventuranzas y seamos testigos de Aquél que murió en una cruz, cargando el peso de todos nuestros pecados para redimir al género humano. Dejemos que María Santísima limpie las inmundicias de nuestros corazones, como lo hizo en la Gruta de Belén, para que el Mesías nazca cada día en nosotros. Recemos el Santo Rosario y ofrezcámoslo en reparación por todos los pecados que cometemos como nación y por los propios. Defendamos la Verdad en nuestros trabajos, en nuestras familias, con nuestros amigos y en toda ocasión que se nos presente.

Las minorías inventan derechos de la nada por la constancia que ponen en sus planes demoníacos, como es el “matrimonio homosexual”. Cuánto más podríamos hacer nosotros si pusiéramos nuestras fuerzas en defender la Verdad, para el bien de nuestra Patria, de nuestras familias, pero, sobre todo, para mayor gloria de Dios.

El Señor los bendiga y María Santísima los guarde.

Gustavo Arias.

(1) https://es.wikipedia.org/wiki/Humberto_Viola
(2) http://infocatolica.com/?t=noticia&cod=6783
(3) http://www.infoleg.gov.ar/infolegInternet/anexos/165000-169999/169608/norma.htm
(4) https://www.aciprensa.com/noticias/cambios-en-codigo-civil-permitirsa-a-padres-elegir-nombre-opuesto-a-sexo/
(5) http://www.ms.gba.gov.ar/sitios/tocoginecologia/files/2014/09/Gu%C3%ADa-para-la-atenci%C3%B3n-integral-de-mujeres-que-cursan-un-aborto.pdf
(6) http://www.lanacion.com.ar/1203695-bergoglio-macri-falto-gravemente-a-su-deber-de-gobernante
(7) http://www.lanacion.com.ar/1741452-mauricio-macri-no-crei-nunca-en-el-modelo-no-me-hace-falta-gritar
(8) http://www.lauraalonso.org/2010/03/mi-posicion-sobre-la-legalizacion-del.html
(9) http://frente-catolico.blogspot.com.ar/2015/10/y-ahora-que.html

lunes, 5 de mayo de 2014

Diarios Digitales: Medios Para la Evangelización

Desde su comercialización, internet produjo una verdadera revolución en lo referido a medios de comunicación, como así también en áreas como el arte, la literatura y otras disciplinas. Trajo progresos, pero también decadencia. Lo que en otros tiempos era difícil de conseguir porque en el país no existía, hoy está al alcance de un clic. La pornografía está presente hasta en las páginas mas “serias”, la violencia es difundida en distintos sitios webs como objeto de entretenimiento y la contranatura y otras inmoralidades, vistas como algo normal, están prácticamente presentes en todos los diarios digitales. Y sobre esto último quiero referirme hoy.

Los diarios digitales más populares, que suelen tener también su versión impresa, y son leídos por millones de personas diariamente, difunden, como dijimos en el primer párrafo, todas las inmoralidades presentándolas como buenas, distorsionan información, según la tendencia política propia del diario y presentan las noticias del Papa y la Iglesia como a ellos les parece que deba ser presentada, menos como realmente debería serlo, dando lugar a interpretaciones descabelladas de palabras del Santo Padre, etc. Pero como Dios de lo más aberrante puede sacar cosas buenas, podemos ser nosotros sus instrumentos para llevar adelante una tarea evangelizadora.

Hace un tiempo me hice una cuenta en un diario muy popular aquí en Argentina, ya que en los foros se puede emitir opiniones. Hay gente buena y gente mala, como en todos los ámbitos, pero sobre todo me llamó la atención la obra evangelizadora de algunos y el buen combate dialéctico sostenido por otros en defensa de nuestra Santa Religión.

Me parece que, si bien la gran mayoría de los que escribe en esos foros, son militantes del odio misoteísta; la minoría católica, cristiana de otras denominaciones, religiones o simplemente atea, pero que respeta las creencias de los demás, hace un gran bien en pos de la Verdad y el respeto entre las personas. Podemos encontrarnos gente que comenta cosas como “Yo soy ateo, pero respeto las creencias de los demás y me parece que juzgar al Papa hoy, año 2014, por lo que pudieron hacer papas anteriores, es un error” ó “No se puede juzgar con la mentalidad y la idiosincrasia de hoy, hechos ocurridos hace quinientos años”. Como verán, no evangelizan, pero sí hacen un gran bien aportando razonamientos a favor de la sana convivencia y el respeto muto.

Pero aquí quiero centrarme principalmente en las posibilidades que se nos presentan para la evangelización y la defensa de la Iglesia. Como dijimos mas arriba, la cantidad de gente que lee los diarios digitales es enorme y muchos de ellos leen también los comentarios que hacen los usuarios en el foro, por lo tanto un comentario evangelizador llegará, como mínimo a decenas de personas. Otra ventaja es que los usuarios que escriben barbaridades e incluso verdaderas blasfemias, generalmente son impulsados por el odio a lo sacro y no son verosímiles ni siquiera para los ateos verdaderos, ya que escriben frases sacadas de páginas o libros de autores mediocres, que repiten lo mismo una y otra vez, haciendo referencia a la inquisición, las cruzadas, la pedofilia en la Iglesia y demás sandeces que son presentadas entre insultos, por lo tanto la credibilidad es baja para los cortos de mente y nula para quien tiene un CI normal.

El principio fundamental para desarrollar nuestra evangelización en estos medios es no caer en la bajeza de los cristianófobos. Si ellos nos insultan, nosotros oremos por ellos; si nos preguntan con real anhelo de aprender, respondamos. No olvidemos que muchos de ellos nunca oyeron el Evangelio y simplemente repiten las tonterías que dicen sus amigos. Hay que aprender a distinguir a aquellos usuarios que son medianamente formados y malintencionados. Dicen cosas como “Santo Tomás de Aquino dijo que las mujeres son defectuosas y mal nacidas”. Ante estas afirmaciones falsas, solamente basta DECIR LA VERDAD. Cualquiera que lea estas premisas, dichas supuestamente por un Santo, se va a dar cuenta que está sacada de contexto o que es un invento de alguien de pocas luces. En internet hay información buena y mala; quien quiera sacarse las dudas realmente de lo que dijo o no dijo un Santo, puede hacerlo tranquilamente, por lo tanto NO TENGAMOS MIEDO DE DECIR LA VERDAD ante las falsas acusaciones de estas personas.



Una vez identificados los mal intencionados y, de ser necesario contraponer a sus afirmaciones la Verdad, es fundamental no interactuar con ellos. Evitemos decir su nombre (o apodo) para que no crean que les estamos dando importancia, ya que no son ellos exclusivamente el objeto de nuestro apostolado, sino todas las personas y la difusión de la Verdad. Para explicarlo mejor: Si confrontamos con ellos, podemos dar la apariencia de que se trata de algo personal, cuando en verdad lo que hacemos es desmitificar, evangelizar y ayudar a que las personas de buena voluntad no se dejen engañar por afirmaciones producto del odio de misoteístas.

Otros usuarios, aunque pueden pensar distinto a la Verdad, tienen buenas intenciones y hacen preguntas que realmente vale la pena responder. Como advertencia y por experiencia propia les digo que son los menos. Es importantísimo, cuando recibimos una pregunta, ver comentarios anteriores del mismo usuario. En muchas ocasiones se trata de un cristianófobo recalcitrante que nos pregunta algo irónicamente para luego burlarse y continuar insultándonos.

La evangelización a través de estos medios implica paciencia y mucha oración. No es lo mismo predicar en un grupo parroquial que hacerlo frente a la hostilidad de personas que odian a Cristo y a su Iglesia. Es muy importante proponerle a los demás hermanos en la Fe que oren por los que están alejados de Cristo, pero fundamentalmente por aquellos que nos persiguen, nos insultan, calumnian contra el Santo Padre y la Iglesia. La oración trae grandes frutos y conversiones.

No olvidemos que nosotros tenemos la ventaja más grande: Pertenecemos a la Iglesia de Cristo, que es depositaria de la Verdad plena, por lo tanto ninguna afirmación contraria a la recta doctrina va a poder encontrar real acogida en los hombres, que fuimos creados por Dios, para Dios y poseemos una naturaleza que, aunque haya quienes quieran torcerla, está en una constante búsqueda del Creador.

Además no olvidemos la promesa que el mismo Cristo hizo a Pedro cuando fundó su Iglesia: Las puertas del infierno no prevalecerán contra ella.

Demos testimonio de nuestra Fe con educación, buen humor y sobre todo con mucha Caridad con los que nos odian. El amor siempre va a vencer al odio y las personas que aún no están muy convencidas de su cristianismo, van a optar siempre por la propuesta amorosa y, sobre todo, por la Verdad.

¡Que Dios los bendiga!

Gustavo Arias.

lunes, 3 de marzo de 2014

Papa Francisco - Transmisión de la Fe, Emergencia Educativa

Quiero dejarles estas palabras del Santo Padre de cuando recibió, este 28 de Febrero a los miembros de la Pontificia Comisión para América Latina encabezados por el Cardenal Marc Ouellet, a quienes, dejando de lado el discurso que había preparado, les habló durante más de 17 minutos.

Texto de la alocución del Papa Francisco:


¡Buenos días! Agradezco al Cardenal Ouellet sus palabras y a ustedes todos, el trabajo que han hecho todos estos días. “Transmisión de la fe, emergencia educativa”.
“Transmisión de la fe” lo escuchamos varias veces, no nos hace tanto ruido la palabra. Sabemos que es una obligación hoy día cómo se transmite la fe, que ya fue tema propuesto para el anterior Sínodo que terminó en la evangelización.

Emergencia educativa es una expresión recientemente acuñada por ustedes, por los que prepararon esto. Y me gusta porque esto crea un espacio antropológico, una visión antropológica de la evangelización una base antropológica, ¿no? O sea, hay una emergencia educativa para la transmisión de la fe. Es como tratar el tema de la catequesis a la juventud desde una perspectiva, diríamos, de teología fundamental. Es decir, bueno, cuáles son los presupuestos antropológicos que hay hoy día en la transmisión de la fe, que hacen que para la juventud de América Latina esto sea emergencia educativa ¿no?

Y por eso creo que hay que ser repetitivo y volver a las grandes pautas de la educación, y la primera pauta de la educación es que educar, lo hemos dicho en la misma comisión, alguna vez lo hemos dicho, que no es solamente transmitir conocimientos, ¿no? transmitir contenidos, sino que implica otras dimensiones: O sea transmitir contenidos, hábitos y valoraciones, y los tres juntos.

Para poder transmitir la fe hay que crear el hábito de una conducta hay que crear la recepción de valores que la preparen y la hagan crecer. Hay que crear contenidos básicos. Si solamente queremos transmitir la fe con contenidos será una cosa superficial o ideológica, que no va a tener raíces. La transmisión tiene que ser de contenidos, con valores, valoraciones y hábitos, hábitos de conducta, ¿no? Los antiguos propósitos de nuestros confesores cuando éramos chicos, ¿no? “Bueno, en esta semana vos hacé esto, esto y esto” y nos iban creando un hábito de conducta, ¿no? Y no sólo el contenido, sino lo valores. O sea que en ese marco de la transmisión de la fe tiene que moverse, ¿no? Tres pilares ¿no?

Otra cosa que es importante para la juventud, transmitirle a la juventud y a los chicos también ¿no?, pero sobre todo a la juventud, es el buen manejo de la utopía. Nosotros en América Latina hemos tenido experiencia de un manejo no del todo equilibrado de la utopía, y que en algún lugar, en algunos lugares, no en todos, en algún momento nos desbordó, y al menos el caso de Argentina, podemos decir ¡Cuántos muchachos de la Acción Católica, por una mala educación de la utopía terminaron en la guerrilla de los años 70! ¿No?

Saber manejar la utopía, o sea, saber conducir. Manejar es una mala palabra. ¡Saber conducir y ayudar a crecer la utopía de un joven es una riqueza! ¡Un joven sin utopías es un viejo adelantado ¿no? envejeció antes de tiempo! ¿No? O sea, ¿cómo hago para que esta ilusión que tiene el chico, esta utopía, lo lleve al encuentro con Jesucristo? Es todo un paso que hay que ir haciendo. Me atrevo a sugerir lo siguiente: una utopía en un joven crece bien si está acompañada de memoria y de discernimiento. La utopía mira al futuro, la memoria mira al pasado y el presente se discierne.

El joven tiene que recibir la memoria y plantar, arraigar su utopía en esa memoria. Discernir en el presente su utopía, los signos de los tiempos, y así ya la utopía ya va adelante pero muy arraigada en la memoria, en la historia que ha recibido, discernida en el presente, maestros de discernimiento necesitamos para los jóvenes, y ya proyectada hacia el futuro. Entonces la emergencia educativa ya tiene un cauce allí para moverse desde lo más propio del joven que es la utopía.

De ahí la insistencia, que por ahí me escuchan a mí, del encuentro de los viejos y los jóvenes, ¿no? El icono de la Presentación de Jesús en el Templo, ¿no? O sea, el encuentro de los jóvenes con los abuelos es clave. Me decían algunos obispos de algunos países en crisis que donde hay una grande desocupación de jóvenes, que parte de la solución de los jóvenes está en que le dan de comer los abuelos. O sea, se vuelven a encontrar con los abuelos: Los abuelos tienen la pensión y salen de la casa de reposo, vuelven a la familia y además le traen esa memoria, ese encuentro.

Yo me acuerdo de una película que vi hace 25 años, más o menos de Fury Shaw, este japonés, este famoso director japonés, que es muy sencilla, una familia, dos chicos, papá y mamá. Papá y mamá se iban a hacer una gira por los Estados Unidos y les dejaron los chicos a la abuela. Chicos japoneses de coca-cola, hot-dog, o sea, de una cultura de ese tipo, ¿no? Y todo el film está en cómo esos chicos empiezan a escuchar lo que les cuenta la abuela, de la memoria de su pueblo. Cuando los padres vuelven, los desubicados son los padres, fuera de la memoria. Los chicos la habían recibido de los abuelos. Este fenómeno del encuentro de los chicos y los abuelos ha conservado la fe en los países del Este durante toda la época comunista, porque los padres no podrían ir a la Iglesia. Y me decían, (me estoy confundiendo… pero en estos días estuvieron, no se si los obispos búlgaros o de Albania, los que estuvieron ahí), me decían que las iglesias de ellos están llenos de viejos y de jóvenes. Los papás no van porque nunca se encontraron con Jesús ¿no? El encuentro de los chicos con los abuelos es clave para recibir la memoria de un pueblo y el discernimiento en el presente. Maestros de discernimiento, consejeros espirituales. Y aquí es importante para la transmisión de la fe de los jóvenes, el apostolado cuerpo a cuerpo. O sea, el discernimiento en el presente no se puede hacer sin un buen confesor, un buen director espiritual que se anime a aburrirse horas y horas escuchando a los jóvenes. Entonces, memoria del pasado discernimiento del presente, utopía del futuro. En ese esquema va creciendo la fe de un joven.

Tercero que diría como emergencia educativa es esta transmisión de la fe y también de la cultura, es el problema de la cultura del descarte. Hoy día, por la economía que se ha implantado en el mundo, bueno, en el centro está el dios dinero y no la persona humana, y todo lo demás se ordena, y lo que no cabe en ese orden, se descarta, ¿no? Y se descartan los chicos que sobran, que molestan o que no conviene que vengan. Los obispos españoles me decían recién la cantidad de abortos, ¡el número! ¡Yo me quedé helado! ¿no? Ellos tienen ahí los censos de eso, más o menos…

Se descartan los viejos, ¿no? tienden a descartar. En algunos países de América Latina hay eutanasia encubierta, ¡hay eutanasia encubierta! Porque las obras sociales pagan hasta acá, no más, y los pobres viejitos, ¡como puedan! Recuerdo haber visitado un hogar de ancianos en Buenos Aires, del Estado, donde estaban las camas llenas, y como no había más camas, ponían colchones en el suelo, y estaban los viejitos ahí… ¡¿un país no puede comprar una cama?! ¡Eso indica otra cosa! ¿No?... pero son material de descarte: sábanas sucias, con todo tipo de suciedad, sin servilletas, los viejitos comían ahí, se limpiaban la boca con la sábana… eso lo vi yo, no me lo contó nadie. Son material de descarte, pero eso se nos mete adentro…

Y acá caigo en lo de los jóvenes: Hoy día como molesta a este sistema económico mundial la cantidad de jóvenes que hay que darle fuente de trabajo, el porcentaje alto de desocupación de los jóvenes. Si estamos teniendo una generación de jóvenes que no tienen la experiencia de la dignidad. No que no comen, porque le dan de comer los abuelos, o la parroquia, o la sociedad de fomento, o el Ejército de la salvación, o el club del barrio… el pan lo come, pero no la dignidad de ganarse el pan y llevarlo a casa. Hoy día los jóvenes entran en esta gama de material de descarte. Entonces, dentro de la cultura del descarte, miremos a los jóvenes que nos necesitan más que nunca. No sólo por esa utopía que tiene, porque el joven está sin trabajo, tiene anestesiada la utopía, la estuvo a punto de perder. No sólo por él, sino por la urgencia de transmitir la fe a una juventud que hoy día es material de descarte también.

Y dentro de este ítem de material de descarte, el avance de la droga sobre la juventud. No es solamente un problema de vicio. Las adicciones son muchas, como todo cambio de época, se dan fenómenos raros entre los cuales está la proliferación de las adicciones, ¿no? La ludopatía ha llegado a niveles sumamente altos, pero la droga es el instrumento de muerte de los jóvenes. Hay todo un armamento mundial de droga que está destruyendo esta banda, esta generación de jóvenes que están destinados al descarte.

Esto es lo que se me ocurrió decir, compartir, ¿no? Primero como estructura educativa, transmitir contenidos, hábitos y valoraciones. Segundo la utopía del joven, relacionarla y armonizarla con la memoria y el discernimiento. Tercero la cultura del descarte como uno de los fenómenos más graves que está sufriendo nuestra juventud, sobretodo por el uso que de esa juventud puede hacer y está haciendo la droga para destruirla. Estamos descartando nuestros jóvenes.

¿El futuro cuál es? Sale por una obligación: la Traditio fidei es también Traditio spe y la tenemos que dar.
La pregunta final que quisiera dejarles es: Cuando la utopía cae en el desencanto, ¿cuál es nuestro aporte? La utopía de un joven entusiasta, hoy día está resbalando hacia el desencanto. Jóvenes desencantados a los cuales hay que darles fe y esperanza.

Les agradezco de todo corazón el trabajo de ustedes, de estos días, para salir al frente de esta emergencia educativa, y bueno, ¡sigan adelante! ¡Necesitamos ayudarnos en esto, en todo esto, en las conclusiones de ustedes y todo lo que podemos hacer! ¡Muchas gracias!

(Transcripción de Mariana Puebla – RV).





Fuente:
http://www.vatican.va

domingo, 23 de febrero de 2014

RECOMENDADO: La Masonería por el Padre Alfredo Sáenz S.J.



Hermanos, quiero recomendarles un video donde el Padre Alfredo Sáenz nos habla sobre la masonería. Se basa en una encíclica de León XIII, llamada "Humanum Genus", donde el Papa explica la naturaleza y finalidad de esta secta, como también los motivos por los cuales ser católico y masón es inadmisible.

La Masonería - Padre Alfredo Sáenz S.J.

miércoles, 19 de febrero de 2014

Papa Francisco: Sobre el Sacramento de la Confesión

En la Catequesis de hoy, como lo hace cada miércoles, el Papa Francisco habló ante miles de fieles sobre el sacramento de la Penitencia.

Me pareció bueno compartirles todo el texto, ya que, aunque esté en todas las páginas de prensa católica, muchos no acceden habitualmente y creo que es fundamental para entender este sacramento.




Acercarse al sacramento de la Penitencia para recibir el abrazo de la infinita Misericordia del Padre

Queridos hermanos y hermanas, ¡Buenos días!

A través de los Sacramentos de la iniciación cristiana, el Bautismo, la Confirmación y la Eucaristía, el hombre recibe la vida nueva en Cristo. Ahora, todos lo sabemos, esta vida, nosotros la llevamos “en vasos de barro” (2 Cor 4,7), estamos todavía sometidos a la tentación, al sufrimiento, a la muerte y, a causa del pecado, podemos incluso perder la nueva vida. Por esto, el Señor Jesús, ha querido que la Iglesia continúe su obra de salvación también hacia sus propios miembros, en particular, con el Sacramento de la Reconciliación y el de la Unción de los enfermos, que pueden estar unidos bajo el nombre de “Sacramentos de sanación”. El sacramento de la reconciliación es un sacramento de sanación. Cuando yo voy a confesarme, es para sanarme: sanarme el alma, sanarme el corazón por algo que hice no está bien. El ícono bíblico que los representa mejor, en su profundo vínculo, es el episodio del perdón y de la curación del paralítico, donde el Señor Jesús se revela al mismo tiempo médico de las almas y de los cuerpos (Mc 2,1-12 / Mt 9,1-8; Lc 5,17-26).

1- El Sacramento de la Penitencia y de la Reconciliación – nosotros lo llamamos también de la Confesión brota directamente del misterio pascual. En efecto, la misma tarde de Pascua el Señor se apareció a los discípulos, encerrados en el cenáculo, y luego de haberles dirigido el saludo “¡Paz a ustedes!”, sopló sobre ellos y les dijo: “Los pecados serán perdonados a los que ustedes se los perdonen” (Jn. 20,21-23). Este pasaje nos revela la dinámica más profunda que está contenida en este Sacramento. Sobre todo, el hecho que el perdón de nuestros pecados no es algo que podemos darnos nosotros mismos: yo no puedo decir: “Yo me perdono los pecados”; el perdón se pide, se pide a otro, y en la Confesión pedimos perdón a Jesús. El perdón no es fruto de nuestros esfuerzos, sino es un regalo, es don del Espíritu Santo, que nos colma de la abundancia de la misericordia y la gracia que brota incesantemente del corazón abierto del Cristo crucificado y resucitado. En segundo lugar, nos recuerda que sólo si nos dejamos reconciliar en el Señor Jesús con el Padre y con los hermanos podemos estar verdaderamente en paz. Y ésto lo hemos sentido todos, en el corazón, cuando vamos a confesarnos, con un peso en el alma, un poco de tristeza. Y cuando sentimos el perdón de Jesús, ¡estamos en paz! Con aquella paz del alma tan bella, que sólo Jesús puede dar, ¡sólo Él!

2- En el tiempo, la celebración de este Sacramento ha pasado de una forma pública – porque al inicio se hacía públicamente – ha pasado de esta forma pública a aquella personal, a aquella forma reservada de la Confesión. Pero esto no debe hacer perder la matriz eclesial, que constituye el contexto vital. En efecto, es la comunidad cristiana el lugar en el cual se hace presente el Espíritu, el cual renueva los corazones en el amor de Dios y hace de todos los hermanos una sola cosa, en Cristo Jesús. He aquí por qué no basta pedir perdón al Señor en la propia mente y en el propio corazón, sino que es necesario confesar humildemente y confiadamente los propios pecados al ministro de la Iglesia. En la celebración de este Sacramento, el sacerdote no representa solamente a Dios, sino a toda la comunidad, que se reconoce en la fragilidad de cada uno de sus miembros, que escucha conmovida su arrepentimiento, que se reconcilia con Él, que lo alienta y lo acompaña en el camino de conversión y de maduración humana y cristiana. Alguno puede decir: “Yo me confieso solamente con Dios”. Sí, tú puedes decir a Dios: “Perdóname”, y decirle tus pecados. Pero nuestros pecados son también contra nuestros hermanos, contra la Iglesia y por ello es necesario pedir perdón a la Iglesia y a los hermanos, en la persona del sacerdote. “Pero, padre, ¡me da vergüenza!”. También la vergüenza es buena, es ‘salud’ tener un poco de vergüenza. Porque cuando una persona no tiene vergüenza, en mi País decimos que es un ‘senza vergogna’ un ‘sinvergüenza’. La vergüenza también nos hace bien, nos hace más humildes. Y el sacerdote recibe con amor y con ternura esta confesión, y en nombre de Dios, perdona. También desde el punto de vista humano, para desahogarse, es bueno hablar con el hermano y decirle al sacerdote estas cosas, que pesan tanto en mi corazón: uno siente que se desahoga ante Dios, con la Iglesia y con el hermano. Por eso, no tengan miedo de la Confesión. Uno, cuando está en la fila para confesarse siente todas estas cosas – también la vergüenza – pero luego, cuando termina la confesión sale libre, grande, bello, perdonado, blanco, feliz. Y esto es lo hermoso de la Confesión.

Quisiera preguntarles, pero no respondan en voz alta ¿eh?, cada uno se responda en su corazón: ¿cuándo ha sido la última vez que te has confesado? Cada uno piense. ¿Dos días, dos semanas, dos años, veinte años, cuarenta años? Cada uno haga la cuenta, y cada uno se diga a sí mismo: ¿cuándo ha sido la última vez que yo me he confesado? Y si ha pasado mucho tiempo, ¡no pierdas ni un día más! Ve hacia delante, que el sacerdote será bueno. Está Jesús, allí, ¿eh? Y Jesús es más bueno que los curas, y Jesús te recibe. Te recibe con tanto amor. Sé valiente, y adelante con la Confesión.

Queridos amigos, celebrar el Sacramento de la Reconciliación significa estar envueltos en un abrazo afectuoso: es el abrazo de la infinita misericordia del Padre. Recordemos aquella bella, bella Parábola del hijo que se fue de casa con el dinero de su herencia, despilfarró todo el dinero y luego, cuando ya no tenía nada, decidió regresar a casa, pero no como hijo, sino como siervo. Tanta culpa había en su corazón, y tanta vergüenza. Y la sorpresa fue que cuando comenzó a hablar y a pedir perdón, el Padre no lo dejó hablar: ¡lo abrazó, lo besó e hizo una fiesta! Y yo les digo, ¿eh? ¡Cada vez que nos confesamos, Dios nos abraza, Dios hace fiesta!

Vayamos adelante por este camino. Que el Señor los bendiga.

Fuente:
http://www.news.va

lunes, 14 de octubre de 2013

12 de Octubre (Pequeña Reflección)

Hermanos:

Les dejo una pequeña reflección sobre la triste realidad socio-cultural que se está viviendo hoy en Argentina respecto a nuestra identidad hispano-católica.

EL DOCE DE OCTUBRE
Y UNA ESTATUA TUMBADA
(Extraído de http://www.elblogdecabildo.blogspot.com)
 
El 12 de Octubre pasó desapercibido. Apenas un feriado en un fin de semana largo. Ningún acto oficial. Ningún desfile. Ni una misa, siquiera, convocada por algún alma piadosa para agradecer a Dios la gracia y la gloria del Descubrimiento, Conquista, Civilización y Evangelización de América. Menos aún una de esas habituales “ofrendas florales” que se colocan al pie de los monumentos por la sencilla razón de que ya ni los monumentos permanecen en pie. La hermosa estatua del Almirante Colón que dominaba la Plaza homónima, detrás de la Casa de Gobierno —por obra y gracia de la mayor estupidez humana unida a la mala fe y a la perversión yace tumbada en el suelo a la espera de una supuesta reparación que no llega nunca. Así, el Gran Almirante —“el divo Cristóbal, Príncipe de las carabelas”, que cantó Darío— ya no mira el mar sino el cielo plomizo, gris y sucio de la Ciudad Apóstata.
  
¡Un 12 de octubre con Colón en decúbito dorsal! Jamás lo hubiéramos imaginado. Tampoco hubiéramos imaginado que el Día de la Raza se convirtiera, ahora, en el Día del Respeto a la Diversidad Cultural. Es cierto que aquella vieja denominación, obra del Presidente Yrigoyen, no era la más adecuada. Como bien decía Don Ramiro de Maeztu en su Defensa de la Hispanidad (a cuyas páginas hemos vuelto en estos días para consuelo y solaz del alma):

“«El 12 de Octubre, mal titulado el Día de la Raza, deberá ser en lo sucesivo el Día de la Hispanidad». Con estas palabras encabezaba su extraordinario del 12 de octubre último un modesto semanario de Buenos Aires, El Eco de España. La palabra se debe a un sacerdote español y patriota que en la Argentina reside, D. Zacarías de Vizcarra. Si el concepto de Cristiandad comprende y a la vez caracteriza a todos los pueblos cristianos, ¿por qué no ha de acuñarse otra palabra, como ésta de Hispanidad, que comprenda también y caracterice a la totalidad de los pueblos hispánicos?”

¿Qué diría hoy el ilustre sacerdote español ante esta denominación estúpida y aviesa que pretende cambiar la Historia o reescribirla en caracteres ideológicos? ¿De qué diversidad cultural hablan estos mentecatos? Tan malos cuanto indoctos, tan rencorosos cuanto brutos, estos mentores de la “historia nueva” que inventan estas denominaciones y las imponen a palos, sin consultar a nadie (ellos tan democráticos y amigos de los debates y discusiones), por su cuenta y riesgo, están logrando, merced a la pasmosa pasividad de quienes debieran salir al cruce de tales desatinos, que el nobilísimo significado y el sublime contenido de esta fecha entrañable se vayan borrando, paulatinamente, del alma argentina.
 
Me contaba una maestra, a la que le tocó reemplazar en un grado de escuela primaria a otra, que al hacerse cargo del aula, en la víspera del 12 de octubre, preguntó a los chicos qué era el 12 de octubre y qué se festejaba. La respuesta fue unánime:
 
— No hay nada que festejar porque es un día de luto; es el día en que los españoles malos llegaron a América y mataron a los indios buenos.
 
— Pero, exclamó azorada la maestra, ¿quién les dijo esto, de dónde han sacado esta historia?
 
— ¡La otra maestra, señorita!, respondieron los párvulos.
  
Esto ocurría en un Colegio católico.
  
¿Qué dice el Consudec? ¿Qué piensa el obispo a cargo de la educación católica en la Conferencia Episcopal Argentina? ¿Qué el Arzobispo de Buenos Aires en cuya jurisdicción funciona aquella escuela?
 
Nadie dice una palabra. Todos callan mientras Colón tumbado sobre el suelo es el símbolo mudo y elocuente de un pueblo al que le han robado el alma.
  
¡Qué tristeza!

sábado, 21 de septiembre de 2013

Banda Musical del Regimiento de Patricios en Basilica Nuestra Señora del Socorro

El día Sábado 14 de Septiembre se llevó a cabo la celebración de la solemnidad del Señor de los Milagros en la Basílica Nuestra Señora del Socorro, ubicada en la intersección de las calles Juncal y Suipacha de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.
El Padre Gustavo Boquín, quien fue vocero del entonces Cardenal Bergoglio, hoy nuestro querido Papa Francisco; llevó a cabo la celebración. Como siempre lo hace, su homilía fue justa y precisa, utilizando las palabras exactas, propio de un gran teólogo; la liturgia impecable, sin un gesto de más ni de menos, fue acompañada por el coro de la Basílica, que cantó en latín el Kyrie Eleison, Pater Noster, Ave María y demás.
La sorpresa que hoy quiero compartir con ustedes es lo que ocurrió al final de la celebración de la Santa Misa. El Padre Gustavo realizó un gesto hacia la entrada de la Basílica al tiempo que decía “tengo una sorpresa para ustedes”… De pronto se oyó como un estruendo el parche de un tambor que dio inicio a una marcha militar. Todos giramos nuestras cabezas hacia atrás y pudimos ver, con gran sorpresa, a la Banda Musical del Regimiento de Patricios que, a paso redoblado, ingresaba por el pasillo central en dirección al altar. Una vez agrupados al frente, se alinearon e interpretaron varias piezas, entre las cuales se encontraban la Marcha de San Lorenzo, Avenida de las Camelias, Mi Bandera, el Himno Nacional Argentino, entre otras.
Les dejo un video con “Marcha de San Lorenzo”. Luego voy a subir a mi canal de YouTube otras que pude filmar.

 Marcha de San Lorenzo en Basílica 
Nuestra Señora del Socorro
BANDA MUSICAL DEL REGIMIENTO DE PATRICIOS


¡GRACIAS, PADRE GUSTAVO!

                                                                                                                                            Gustavo Arias.

domingo, 19 de mayo de 2013

Solemnidad de Pentecostés

Origen de la fiesta
Los judíos celebraban una fiesta para dar gracias por las cosechas, 50 días después de la pascua. De ahí viene el nombre de Pentecostés. Luego, el sentido de la celebración cambió por el dar gracias por la Ley entregada a Moisés.

En esta fiesta recordaban el día en que Moisés subió al Monte Sinaí y recibió las tablas de la Ley y le enseñó al pueblo de Israel lo que Dios quería de ellos. Celebraban así, la alianza del Antiguo Testamento que el pueblo estableció con Dios: ellos se comprometieron a vivir según sus mandamientos y Dios se comprometió a estar con ellos siempre.

La gente venía de muchos lugares al Templo de Jerusalén, a celebrar la fiesta de Pentecostés.

En el marco de esta fiesta judía es donde surge nuestra fiesta cristiana de Pentecostés.

La Promesa del Espíritu Santo

Durante la Última Cena, Jesús les promete a sus apóstoles: “Mi Padre os dará otro Abogado, que estará con vosotros para siempre: el espíritu de Verdad” (San Juan 14, 16-17).

Más adelante les dice: “Les he dicho estas cosas mientras estoy con ustedes; pero el Abogado, El Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi nombre, ése les enseñará todo y traerá a la memoria todo lo que yo les he dicho.” (San Juan 14, 25-26).

Al terminar la cena, les vuelve a hacer la misma promesa: “Les conviene que yo me vaya, pues al irme vendrá el Abogado,... muchas cosas tengo todavía que decirles, pero no se las diré ahora. Cuando venga Aquél, el Espíritu de Verdad, os guiará hasta la verdad completa,... y os comunicará las cosas que están por venir” (San Juan 16, 7-14).

En el calendario del Año Litúrgico, después de la fiesta de la Ascensión, a los cincuenta días de la Resurrección de Jesús, celebramos la fiesta de Pentecostés.


Explicación de la fiesta:

Después de la Ascensión de Jesús, se encontraban reunidos los apóstoles con la Madre de Jesús. Era el día de la fiesta de Pentecostés. Tenían miedo de salir a predicar. Repentinamente, se escuchó un fuerte viento y pequeñas lenguas de fuego se posaron sobre cada uno de ellos.

Quedaron llenos del Espíritu Santo y empezaron a hablar en lenguas desconocidas.

En esos días, había muchos extranjeros y visitantes en Jerusalén, que venían de todas partes del mundo a celebrar la fiesta de Pentecostés judía. Cada uno oía hablar a los apóstoles en su propio idioma y entendían a la perfección lo que ellos hablaban.

Todos ellos, desde ese día, ya no tuvieron miedo y salieron a predicar a todo el mundo las enseñanzas de Jesús. El Espíritu Santo les dio fuerzas para la gran misión que tenían que cumplir: Llevar la palabra de Jesús a todas las naciones, y bautizar a todos los hombres en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.
Es este día cuando comenzó a existir la Iglesia como tal.

¿Quién es el Espírtu Santo?

El Espíritu Santo es Dios, es la Tercera Persona de la Santísima Trinidad. La Iglesia nos enseña que el Espíritu Santo es el amor que existe entre el Padre y el Hijo. Este amor es tan grande y tan perfecto que forma una tercera persona. El Espíritu Santo llena nuestras almas en el Bautismo y después, de manera perfecta, en la Confirmación. Con el amor divino de Dios dentro de nosotros, somos capaces de amar a Dios y al prójimo. El Espíritu Santo nos ayuda a cumplir nuestro compromiso de vida con Jesús.

Señales del Espíritu Santo:

El viento, el fuego, la paloma.

Estos símbolos nos revelan los poderes que el Espíritu Santo nos da: El viento es una fuerza invisible pero real. Así es el Espíritu Santo. El fuego es un elemento que limpia. Por ejemplo, se prende fuego al terreno para quitarle las malas hierbas y poder sembrar buenas semillas. En los laboratorios médicos para purificar a los instrumentos se les prende fuego.

El Espíritu Santo es una fuerza invisible y poderosa que habita en nosotros y nos purifica de nuestro egoísmo para dejar paso al amor.

Nombres del Espíritu Santo.

El Espíritu Santo ha recibido varios nombres a lo largo del nuevo Testamento: el Espíritu de verdad, el Abogado, el Paráclito, el Consolador, el Santificador.

Misión del Espíritu Santo:



  • El Espíritu Santo es santificador: Para que el Espíritu Santo logre cumplir con su función, necesitamos entregarnos totalmente a Él y dejarnos conducir dócilmente por sus inspiraciones para que pueda perfeccionarnos y crecer todos los días en la santidad.
  • El Espíritu Santo mora en nosotros: En San Juan 14, 16, encontramos la siguiente frase: “Yo rogaré al Padre y les dará otro abogado que estará con ustedes para siempre”. También, en I Corintios 3. 16 dice: “¿No saben que son templo de Dios y que el Espíritu Santo habita en ustedes?”. Es por esta razón que debemos respetar nuestro cuerpo y nuestra alma. Está en nosotros para obrar porque es “dador de vida” y es el amor. Esta aceptación está condicionada a nuestra aceptación y libre colaboración. Si nos entregamos a su acción amorosa y santificadora, hará maravillas en nosotros.
  • El Espíritu Santo ora en nosotros: Necesitamos de un gran silencio interior y de una profunda pobreza espiritual para pedir que ore en nosotros el Espíritu Santo. Dejar que Dios ore en nosotros siendo dóciles al Espíritu. Dios interviene para bien de los que le aman.
  • El Espíritu Santo nos lleva a la verdad plena, nos fortalece para que podamos ser testigos del Señor, nos muestra la maravillosa riqueza del mensaje cristiano, nos llena de amor, de paz, de gozo, de fe y de creciente esperanza.

    El Espíritu Santo y la Iglesia:

    Desde la fundación de la Iglesia el día de Pentecostés, el Espíritu Santo es quien la construye, anima y santifica, le da vida y unidad y la enriquece con sus dones.
    El Espíritu Santo sigue trabajando en la Iglesia de muchas maneras distintas, inspirando, motivando e impulsando a los cristianos, en forma individual o como Iglesia entera, al proclamar la Buena Nueva de Jesús.
    Por ejemplo, puede inspirar al Papa a dar un mensaje importante a la humanidad; inspirar al obispo de una diócesis para promover un apostolado; etc.

    El Espíritu Santo asiste especialmente al representante de Cristo en la Tierra, el Papa, para que guíe rectamente a la Iglesia y cumpla su labor de pastor del rebaño de Jesucristo.
    El Espíritu Santo construye, santifica y da vida y unidad a la Iglesia.
    El Espíritu Santo tiene el poder de animarnos y santificarnos y lograr en nosotros actos que, por nosotros, no realizaríamos. Esto lo hace a través de sus siete dones.

    Los siete dones del Espíritu Santo:

    Estos dones son regalos de Dios y sólo con nuestro esfuerzo no podemos hacer que crezcan o se desarrollen. Necesitan de la acción directa del Espíritu Santo para poder actuar con ellos.
  • SABIDURÍA: Nos permite entender, experimentar y saborear las cosas divinas, para poder juzgarlas rectamente.
  • ENTENDIMIENTO: Por él, nuestra inteligencia se hace apta para entender intuitivamente las verdades reveladas y las naturales de acuerdo al fin sobrenatural que tienen. Nos ayuda a entender el por qué de las cosas que nos manda Dios.
  • CIENCIA: Hace capaz a nuestra inteligencia de juzgar rectamente las cosas creadas de acuerdo con su fin sobrenatural. Nos ayuda a pensar bien y a entender con fe las cosas del mundo.
  • CONSEJO: Permite que el alma intuya rectamente lo que debe de hacer en una circunstancia determinada. Nos ayuda a ser buenos consejeros de los demás, guiándolos por el camino del bien.
  • FORTALEZA: Fortalece al alma para practicar toda clase de virtudes heroicas con invencible confianza en superar los mayores peligros o dificultades que puedan surgir. Nos ayuda a no caer en las tentaciones que nos ponga el demonio.
  • PIEDAD: Es un regalo que le da Dios al alma para ayudarle a amar a Dios como Padre y a los hombres como hermanos, ayudándolos y respetándolos.
  • TEMOR DE DIOS: Le da al alma la docilidad para apartarse del pecado por temor a disgustar a Dios que es su supremo bien. Nos ayuda a respetar a Dios, a darle su lugar como la persona más importante y buena del mundo, a nunca decir nada contra Él.

    Oración al Espíritu Santo

    Ven Espíritu Santo, llena los corazones de tus fieles y enciende en ellos el fuego de tu amor; envía Señor tu Espíritu Creador y se renovará la faz de la tierra.
    OH Dios, que quisiste ilustrar los corazones de tus fieles con la luz del Espíritu Santo, concédenos que, guiados por este mismo Espíritu, obremos rectamente y gocemos de tu consuelo.
    Por Jesucristo, nuestro Señor
    Amén.

  • Fuente: http://www.catholic.net

    martes, 12 de febrero de 2013

    Miércoles de Ceniza


    Iniciamos la Cuaresma, la cual termina el jueves santo, y después continúa con la celebración del Triduo Pascual formado por el viernes santo, el sábado santo y el Domingo de Resurrección. Son cuarenta días en que acompañamos a Jesús en el recorrido hacia su Pasión, Muerte y Resurrección.
    Cuarenta es un número simbólico que nos recuerda los cuarenta días y cuarenta noches que pasó Jesús en el desierto antes de iniciar su vida pública. Así como los cuarenta días que pasó Moisés en el Sinaí, los cuarenta años del pueblo judío en busca de la tierra prometida. Y podríamos añadir las cuarenta horas desde la muerte de Jesús en la cruz hasta el amanecer del Domingo de Resurrección.
    Las cenizas que se utilizan el día de hoy, se obtienen quemando las palmas usadas el Domingo de Ramos del año anterior, lo cual nos recuerda que lo que fue signo de triunfo pronto se reduce a nada.

    Anteriormente al imponer la ceniza se decía:

    “RECUERDA QUE POLVO ERES Y EN POLVO TE CONVERTIRÁS”, palabras tomadas del Génesis (Gen 3;19), recordándonos como dice el mismo Génesis, que Dios formó al hombre del polvo de la Tierra.

    Era un mensaje que nos hacía ver lo transitorio de la vida y nos obligaba a pensar lo frágiles que somos y en que no debemos dar tanta importancia a las cosas materiales de esta vida, sino reflexionar en lo fundamental, que es la preparación para la vida eterna..

    Aunque desde luego, todo esto es muy importante, es necesario que dejemos de ver el Miércoles de ceniza y en general, la Cuaresma como algo negativo: arrepentimiento, muerte, regreso al pasado y verlo como un signo positivo, un renovar y recorrer junto a Jesús el camino, hasta llegar a la Pascua de Resurrección, que es el triunfo sobre la muerte, la alegría de la vida eterna.

    El Concilio Vaticano II propuso cambiar el texto y la idea anterior y substituirlo por el primer mensaje de Jesús:

    «CONVIÉRTETE Y CREE EN EL EVANGELIO (Mc 1;1,15)»

    Pero ¿qué significa convertirse?, ¿qué es creer?, ¿qué quiere decir Evangelio?.

    CONVERTIRSE: En el Antiguo testamento significaba regresar, era un arrepentirse de la vida actual y dar marcha atrás. Un volver al cumplimiento de la ley.

    En el Nuevo Testamento con Jesús cambia totalmente el significado, es seguirlo a Él, incluye desde luego el arrepentimiento de las faltas y la penitencia, pero no debe quedar ahí, es ver y caminar hacia delante, es aceptar el don gratuito de la salvación que nos ofrece directamente Dios.

    El cristianismo no empieza por la ley, a la que respeta, pero a la que supera y trasciende a través del Amor y por la Gracia, la que se nos da y nos llega por la iniciativa de Dios y después el hombre acepta la gracia y da su amor al convertirse, volviendo así al amor un flujo continuo entre Dios y el hombre.

    CREER: La Fe es la entrada al nuevo camino; es iniciarlo, permanecer y confiarse; es responder Sí a la propuesta de Dios; es entregarse a la Palabra creadora del mundo y a la Verdad; es creer en un solo Dios en Tres Personas, descubriéndolo en Cristo Jesús.

    EVANGELIO: Evangelio es una palabra de origen griego que significa “Buena Noticia” ó “Buena Nueva”. Es la Palabra de Dios, del Dios-Hombre, de Jesús, inspirada por el Espíritu Santo a los cuatro evangelistas, que narran la vida, los milagros y el mensaje de Jesucristo.

    ¿Y cual es la Buena Nueva? Es la nueva y definitiva alianza de Dios con el hombre, enviando a su propio hijo, para nuestra salvación; Es aceptar la invitación a la Felicidad Eterna, es seguir a Jesús, tal como Él mismo nos dijo: «Yo Soy el Camino, la Verdad y la Vida, nadie va al Padre sin mí»
    (Jn 14; 6)


    Como vemos, la ceniza no es un rito mágico, no nos quita nuestros pecados, para ello tenemos el Sacramento de la Reconciliación. La ceniza es un signo de arrepentimiento, de penitencia, pero sobre todo de conversión. Es el inicio del camino de la Cuaresma, para acompañar a Jesús desde su desierto hasta el día de su triunfo sobre la muerte que es el Domingo de Resurrección.

    Debe ser un tiempo de reflexión de nuestra vida, de entender a donde vamos, de analizar como es nuestro comportamiento con nuestra familia y en general con todos los seres que nos rodean.

    En estos momentos al reflexionar sobre nuestra vida, debemos convertirla de ahora en adelante en un seguimiento a Jesús, profundizando en su mensaje de amor y acercándonos en esta Cuaresma al Sacramento de la Reconciliación (que antes llamábamos confesión), que como su nombre mismo nos dice, representa reconciliarnos con nosotros mismos, con nuestros semejantes y finalmente con Dios y sin reconciliarnos con Dios y convertirnos internamente, no podremos seguirle adecuadamente.

    Está Reconciliación con Dios está integrada por el Arrepentimiento, la Confesión de nuestros pecados, la Penitencia y finalmente la Conversión.

    El arrepentimiento debe ser sincero; reconocer tanto las faltas que hemos cometido así como las acciones y obligaciones que debimos haber hecho y tener el firme propósito de corregirnos, (como decimos en el “Yo Pecador”: en pensamiento, palabra, obra y omisión),

    La confesión de nuestros pecados.- el arrepentimiento de nuestras faltas, por sí mismo no las borra, sino que necesitamos para ello la gracia de Dios, la cual llega a nosotros por la absolución de nuestros pecados expresada por el sacerdote en la confesión.

    La penitencia que debemos cumplir empieza desde luego por la que nos imponga el sacerdote en el Sacramento de la Reconciliación, pero debemos continuar con la oración, que es la comunicación íntima con Dios, con el ayuno, que además del que manda la Iglesia en determinados días, es la renuncia voluntaria a diferentes satisfactores con la intención de agradar a Dios y con la caridad hacia el prójimo.

    Y finalmente la Conversión que como hemos dicho es ir hacia delante, es el seguimiento a Jesús.

    Es un tiempo como decíamos de pedir perdón a Dios y a nuestro prójimo, pero es también un tiempo de perdonar a todos los que de alguna forma nos han ofendido o nos han hecho algún daño. Pero debemos perdonar a todos antes y sin necesidad de que nadie nos pida perdón, recordemos como decimos en el Padre Nuestro, muchas veces repitiéndolo sin meditar en su significado, que debemos pedir perdón a nuestro Padre, pero antes tenemos que haber perdonado sinceramente a los demás.

    Y terminemos recorriendo al revés nuestra frase inicial, diciendo que debemos escuchar y leer el Evangelio, meditarlo y Creer en él y con ello Convertir nuestra vida, siguiendo las palabras del Evangelio y evangelizando, es decir transmitiendo su mensaje primeramente con nuestras acciones y también con nuestras palabras.


    Autor: Luis J. Gutiérrez Montes de Oca
    Fuente: http://www.catholic.net 

    miércoles, 9 de enero de 2013

    Introducción a la Apologética

    Querido lector:

    En esta segunda entrada quiero compartir un texto muy interesante sobre un concepto que poco a poco fué introduciéndose como parte esencial de la formación católica; se trata de la Apologética. Si bien este término es bastante antiguo, no era hasta hace unos años, muy común entre los católicos laicos.


     Introducción a la apologética como ciencia teológica*
    (Por: Dr. Proaño Gil, en la Gran Enciclopedia Rialp)

    1.Naturaleza y objeto

    Apologética [en adelante se abrevia con “A.”], del griego “apologeisthai”, defenderse, significa en el terreno religioso la defensa de la religión mediante su legitimación ante la razón. 

    La A. se diferencia de la tipología, por cuanto ésta pretende únicamente justificar una verdad o un hecho particular, o atendiendo a circunstancias concretas y temporales. Así, pues, la A. católica es una defensa y justificación racional de toda la religión católica; realiza una legitimación científica y perennemente válida de toda la fe. No trata de demostrar o explicar cada uno de los dogmas del catolicismo, ni mucho menos por sus razones internas; porque, cuando se trata de misterios absolutos, éstos no son susceptibles de tal demostración, y únicamente se aceptan por el testimonio y la autoridad divina de quien los ha revelado; de ello se ocupa la teología dogmática, que hace ver cómo se contienen en la Revelación divina (Escritura, Tradición) y trata de profundizar en el contenido y en la coherencia de cada uno de los dogmas. La A. defiende los dogmas de una manera genérica y universal, en cuanto defiende y legitima la autoridad de la Iglesia que los propone.
    Para esta justificación general de la religión católica los pasos obligados son los siguientes: 

    1) la llamada demostración religiosa o legitimación racional del fenómeno religioso, mostrando también su carácter obligatorio para el hombre y las condiciones fundamentales en que debe desarrollarse; 

    2) la demostración cristiana, probando la auténtica historicidad de la irrupción de Dios en la historia humana revelando su vida, su voluntad, y sus verdades salvadoras, por medio de los Patriarcas y Profetas; pero muy en especial por medio de Jesucristo y de sus Apóstoles; 

    3) la demostración católica, haciendo ver que la Iglesia católica romana continúa la misión salvífica de Cristo y es la depositaria fiel y autorizada de sus enseñanzas.

    También puede decirse que la A. muestra el carácter racional de la fe, ya que legitima ante la razón la verdad de la religión y, en concreto, la cristiana y católica. En la fe, conforme a la definición del conc. Vaticano I (Denz. Sch. 3008), se da el asentimiento de la inteligencia a las verdades reveladas por Dios, no porque veamos su intrínseca verdad con la luz natural de la razón, sino por la autoridad del mismo Dios revelante que ni puede engañarse ni engañar. Es decir, el asentimiento de la fe supone previamente la persuasión de que Dios ha revelado. Si esta persuasión del hecho de la Revelación es cierta, esto es, objetivamente motivada, firme y sin temor prudente de equivocarse, entonces el asentimiento de la fe podrá ser racional, prudente y poseer fundadas garantías de ser constante. La A. estudia y propone los llamados motivos de credibilidad que son todos aquellos argumentos o razones que demuestran el hecho histórico de la revelación divina y la legitimidad del Magisterio infalible de la Iglesia, por medio del cual solemos conocer las verdades de la fe; de este modo muestra que las verdades de la fe son creíbles. También es propio de la A. proponer los motivos de credibilidad, esto es, aquellas razones que fundamentan la obligación de creer y, en general, los valores y estímulos que pueden ofrecerse a la voluntad para que acepte y quiera realizar con gusto el acto de fe. Así, pues, la A. no sólo demuestra la credibilidad de la fe, y su posibilidad, sino que conduce hasta el umbral mismo de la fe, demostrando la obligación de creer y de aceptar el Magisterio eclesiástico y los valores que hay en la fe. Se dice que la A. conduce hasta el umbral de la fe, porque siempre será necesaria también la ayuda de la gracia (v. infra, 3). La A., pues, tiene la finalidad de ayudar a encontrar la Iglesia al que todavía no cree; y al que ya esté en ella, confirmarle y asegurarle en la fe que ha abrazado.

    Aunque la A. trata de demostrar el hecho de la Revelación y la obligación y valores que hay en aceptar esta Revelación, no por eso tendrá que demostrar todas las verdades que preparan esa demostración. Podrá presuponer que se conocen ya, y tomarlas de otras ciencias, si se trata de la A. teórica, porque en la A. práctica con frecuencia habrá que comenzar por ellas. Estas verdades que lógicamente se presuponen en las demostraciones apologéticas, son previas al conocimiento de los motivos de credibilidad y previas a la misma fe. Por esto se han llamado preámbulos de la fe. Tales son: el valor objetivo de nuestros conocimientos y la posibilidad de llegar a la certeza y a la verdad absoluta, sin contentarse con una mera verdad relativa o pragmática, ni caer en el escepticismo o agnosticismo total; según enseña la Epistemología. También la libertad del alma humana, que demuestra la Psicología; la existencia de un Dios personal, que prueba la Teodicea, etc. Hay, pues, presupuestos filosóficos, o de sentido común, que están en la base de toda demostración apologética; sin ellos no podría avanzarse en este camino. Pero no todo error filosófico, aunque fuera craso, impediría la argumentación en A., mientras permanezca el buen sentido común y el uso de la recta razón. Poco a poco, y aceptando la fe, podrán llegarse a destruir aquellos errores que al principio no estorbaban o no afectaban a la validez de las pruebas apologéticas.

    2. Relaciones con otras ciencias teológicas

    La Teología fundamental se ocupa de los fundamentos racionales de la fe y del dogma y, por esto, en parte coincide con la A. Ambas demuestran el hecho de la Revelación por Jesucristo y la existencia de la Iglesia como sociedad salvífica y con sus prerrogativas y Magisterio infalible. Ambas pueden también extenderse en la consideración previa del hecho religioso universal y en la teoría general de la religión y de la Revelación, estudiando sus manifestaciones en la historia y los signos o criterios con que la revelación se acredita. Pero la primera abarca más que la A., porque estudia también los fundamentos de la Teología dogmática, que son la Escritura y la Tradición, demostrando su existencia y estudiando sus propiedades y manera de conocerlas e interpretarlas, como fundamentos del Dogma. 

    La Teología fundamental, pues, comprende la A. y además otro tratado que estudia dónde se contiene la revelación y por dónde se nos comunica. La Teología fundamental se relaciona directamente con la dogmática y es como una introducción a ésta: como el puente entre la Filosofía y la Teología dogmática. Por esto el nombre de Teología fundamental designa el fin interno, teológico y positivo de esta materia; es palabra de mayor comprensión o alcance; mientras que la A. suena a defensa y a labor en cierto modo negativa, y es palabra de menor alcance o comprensión en su concepto. 

    Por otra parte la Teología fundamental designa un camino teológico en la manera de proceder, en cuanto que desarrolla sus investigaciones y conclusiones a la luz del Magisterio de la Iglesia, que le sirve de guía; mientras que la A. de suyo prescinde de este aspecto teológico de los problemas, aunque puede también seguirlo.
    Hay, en efecto, una A. teológica y una A. meramente científica; o, si se quiere, una Teología apologética y una Ciencia apologética. La Teología apologética procede desde un punto de vista teológico y, como toda la Teología, parte del Magisterio eclesiástico como de norma próxima de la fe, Magisterio que le sirve de norma positiva en su investigación; y con cuya luz estudia los problemas apologéticos, por ejemplo, sobre la Revelación y los misterios; sobre los criterios para demostrar el hecho de la revelación; sobre los Evangelios y su historicidad; sobre si la gracia es necesaria para percibir el valor de las pruebas, etc. Y algunos problemas los estudia precisamente porque de ellos se ha ocupado el Magisterio, por ejemplo, la A. de inmanencia, es decir, la A. a base de las indigencias inmanentes, lagunas y necesidades de luz y esfuerzo que aparecen en la naturaleza humana (como es el caso del filósofo Blondel y lo que se ha dado ha llamar luego el Blondelismo). Pero esta Teología apologética, aunque usa del Magisterio eclesiástico y de las verdades de la fe, como guía y norma extrínseca de sus demostraciones, no puede servirse de ellas para la demostración intrínseca de sus verdades. Porque entonces se serviría de aquello que intenta precisamente demostrar, la legitimidad de la fe y del Magisterio de la Iglesia; y caería, por tanto, en un círculo vicioso. 

    Esta manera de proceder, a la luz del Magisterio, puede ser propia de un católico que, desde dentro de la Iglesia, trata de justificar su propia fe con argumentos reflejamente científicos y razonados. Un católico está ya cierto del hecho de la revelación y de la legitimidad de la Iglesia, al menos con certeza vulgar, que es verdadera certeza objetiva, o con certeza respectiva (suficiente para niños y personas de escasa formación cultural); pero con frecuencia querrá satisfacer el interés psicológico de responder científicamente a la pregunta de por qué cree y por qué se fía de la Iglesia y de su Magisterio. Este interés psicológico lo satisface la Teología apologética que da respuesta a estas preguntas. También puede satisfacer al deseo que tenga el católico de capacitarse para exponer ante otros las razones que hay para creer. La Teología apologética considera, por consiguiente, el caso de quien mira desde dentro de la Iglesia a fuera; mientras que la Ciencia apologética tiene ante la vista el caso del que está fuera y quiere ver las razones que hay para entrar dentro. Pero, una y otra, Teología apologética y mera Ciencia apologética, aunque parten de diferentes enfoques, no basan sus demostraciones en el Dogma o en el Magisterio (que tratan de justificar), sino en la Historia y en la Filosofía (o si se quiere, en los hechos históricos y en el sentido común).

    Respecto de la Teología dogmática (v.), que estudia las verdades reveladas por Dios, la A. se distingue de ella por los principios de donde parte, por el método que sigue y por el objeto que estudia. Los principios de la Teología dogmática son las verdades de la fe sobrenatural; los principios de la A. son verdades de orden natural, bien de orden histórico, bien de orden filosófico o experimental; no presupone la fe. El método de demostración en Teología dogmática es a base de la revelación divina pública; en A. es a base de la razón natural. El objeto que estudia la Teología es Dios y todas las cosas que se refieren a Dios, y su objeto formal o aspecto bajo el cual las examina, es en cuanto se conocen por la Revelación; la A., en cambio, estudia el hecho de la Revelación, y, por consiguiente, algo de Dios, y también de la Iglesia como depositaria de misión y de doctrina divinas; con frecuencia considera el mismo objeto material que la Teología dogmática: Dios, Jesucristo, la Iglesia; pero es diverso el objeto formal, o aspecto bajo el cual estudia dichas materias, porque la A. las estudia en cuanto se conocen y se demuestran con la razón natural. La Teología dogmática presupone la fe; y quien no tuviere fe, no alcanzaría bien los principios de esta ciencia ni llegaría a ser verdaderamente teólogo. La A. hace posible la fe en muchos casos, con individuos reflexivos y exigentes, en cuanto -que echa los cimientos o el fundamento racional de la fe. La A. se dirige muy principalmente a los que no tienen fe, a los cuales ayuda a convertir.

    Puede preguntarse, sin embargo, si la A. y en concreto la que hemos llamado A. teológica forma en realidad parte de la Teología. Además de que el objeto material de ambas disciplinas coincide en parte, como acabamos de ver, aunque tratado desde diferente punto de vista, lo decisivo para considerar la A. como función teológica es que toda ciencia suprema (como lo son la Metafísica en el orden natural y la Teología dogmática en el sobrenatural) debe defender sus propios principios, cuando no son de por sí evidentes. Y así como la Metafísica racional defiende sus propios principios, y entre ellos aquellos que fundan la validez objetiva del conocimiento humano; mediante la Criteriología o Epistemología; así la Metafísica sobrenatural (la Teología) defiende la validez de los suyos, que son las verdades de la fe, mediante la “Criteriología sobrenatural”, como también se ha llamado a la A., que realiza de este modo una función teológica. La A. paralelamente a los problemas de que se ocupa la Criteriología natural respecto de la objetividad del ser, trata de la posibilidad y realidad de la revelación divina, de los criterios para acreditar su autenticidad, y cómo se pueden aplicar y reconocer en el cristianismo y catolicismo. Otra razón para considerar a la A. una función teológica es que la Teología debe estudiar las propiedades de la fe, entre las cuales encontramos la de ser racional, creíble y apetecible; y debe demostrarlas con argumentos de historia y de filosofía; así actuaron no pocos teólogos de los siglos XVI y XVII, que realizaban esta demostración en el tratado de la fe. Hoy se realiza comúnmente en la A.

    3. Apologética teórica y práctica

    Hay una A. teórica que atiende a la exposición científica y sistemática de los motivos de credibilidad (histórica y dogmática). Considera el valor objetivo y la respectiva validez de estos motivos en sí mismos, y prescindiendo de las disposiciones subjetivas de los individuos; trata asimismo de coordinar todos los argumentos según el valor de cada uno, dentro de una sistematización compacta y sólida. 

    Hay otra A. práctica o pastoral, que atiende al uso pastoral y práctico de los argumentos o razones estudiadas por la A. teórica. En este aspecto práctico exigen atención las circunstancias subjetivas de los individuos y vale el sentido de acomodación. Para la A. práctica no tanto se debe atender al valor abstracto o al orden teórico de los argumentos, cuanto al valor psicológico y concreto que tienen para los individuos a quienes se trate de instruir. Esta instrucción, que con frecuencia es deficiente, más ganará de ordinario con la clara exposición de los argumentos principales, acomodados al sujeto, que no con la preocupada defensa y con la refutación de todas las posibles dificultades y objeciones.

    En el orden de la A. práctica conviene tener ante la vista los requisitos del acto de fe:
    1) Este acto presupone la certeza previa y racional del hecho de la revelación; por esto se tratará de establecer con la máxima claridad y eficacia que Dios realmente ha revelado y ha comunicado a los hombres las verdades de la fe. 

    2) Estas verdades, aunque aparezcan como creíbles, no se imponen necesariamente al asentimiento intelectual; porque no se presentan con una evidencia necesaria, como los primeros principios o las verdades matemáticas más sencillas. Es preciso que la voluntad libre determine o impere el asentimiento de la inteligencia. Pero la voluntad se mueve por los valores o bienes que conoce y que más llegan al sentimiento; de ahí la conveniencia de mostrar, no sólo la obligación de la je, sino también sus valores (verdad, belleza, oportunidad y conveniencia para la vida, para la paz del corazón, etc.) y, en concreto, los valores más acomodados al individuo y a su situación particular. 

    3) .Como este imperio de la voluntad para creer, lo mismo que el acto de fe, son actos sobrenaturales, así como lo son de hecho los últimos juicios de credibilidad histórica, moral y dogmática, y estos actos sobrenaturales escapan a las posibilidades de la naturaleza, será menester que la gracia de Dios ayude con sus auxilios para el acto de fe. 

    Por esto es necesario recomendar la oración y una conducta conforme a las exigencias de la fe, para evitar o superar las rémoras que provendrían de los obstáculos morales para la fe, como serían el orgullo (cfr. Iac 4, 6; 1 Pet 5, 5), el deseo de gloria humana (lo 5, 43-44), la indocilidad (cfr. Eccli 8, 11), la sensualidad, etcétera. Si hay obstáculos morales que dificultan el imperio de la voluntad para creer, hay también obstáculos intelectuales que dificultan la admisión previa por el entendimiento del hecho de la revelación divina. Tales serían los prejuicios filosóficos incompatibles con la revelación y la fe, la ignorancia religiosa que debería removerse previamente, la inadaptación mental y la incapacidad para un pensar filosófico o la reflexión personal; también, por otra parte, la hipertrofia mental o exceso en el pensar sin llegar a decidirse por la verdad, el hipercriticismo y asimismo los defectos de la especialización, con frecuencia traducidos en un falso método que se emplea, queriendo aplicar, por ejemplo, a la historia y filosofía, métodos experimentales, físicos o técnicos, propios de otras ciencias.

    4. Valores de la Apologética

    Aunque su nombre suena a defensa y a polémica, la A. tiene sin embargo una acción muy positiva, que está en la exposición y fundamentación positiva de los motivos de credibilidad, sobre todo si se hace de una manera científica y exhaustiva. Esta fundamentación científica ayuda, no sólo para el conocimiento teológico más pleno de la fe y de sus propiedades, sino también para convertir en certeza científica y refleja la certeza vulgar o meramente respectiva que muchos tienen sobre el hecho de la Revelación y sobre la obligación o conveniencia de creer.

    Además así se satisface al interés psicológico permanente, de todos los que piensan por su cuenta, que en muchos comienza en los periodos acuciantes de la juventud, deseando saber con precisión las razones por las que se conoce que Dios ha hablado, el modo como lo ha hecho, y los valores que se descubren en la fe. Por esto la A. sirve también para estimar la fe y desearla. Sin embargo, no hay que pensar que la fe está en proporción del conocimiento y de la ciencia apologética. Porque, aunque la fe presuponga el conocimiento cierto de algunos motivos de credibilidad, el acto de fe viene imperado por la voluntad, y ésta se mueve por los bienes y valores que ve en las cosas. Por donde, aparte de que la adhesión a la fe es acto sobrenatural y viene realizado con la gracia, que se da libremente por Dios a quien quiere, esta adhesión, considerada psicológicamente, depende de la intensidad y modo con que el hombre aprehende los valores de la fe; y, por tanto, la fe será más intensa, firme y permanente según que la voluntad la ame más y la desee. Si estos valores de la fe, no sólo se han conocido especulativamente, sino además se han experimentado y sentido afectivamente, sobre todo en los periodos de la adolescencia y juventud, más propicios para captar sentimientos y valores permanentes para la vida, entonces la raigambre psicológica de estos valores será más propicia, con la gracia de Dios, a la fe permanente e intensa.

    En la problemática moderna, como reacción contra un excesivo y exclusivo intelectualismo en presentar la A., existe la tendencia a desestimarla, como si en realidad nada o poco influyera en la adquisición de la fe, prefiriéndose por algunos la mera exposición del dogma católico como suficiente, o la exposición de otros motivos que influyan en el sentimiento y la voluntad. Aunque hay que tener en cuenta la intervención que éstos tienen en el acto de fe, sin embargo la auténtica fe no debe reducirse a un puro sentimiento, no debe perder su carácter racional; exige el conocimiento cierto del hecho de la Revelación divina; para ello es imprescindible conocer las razones que fundamentan este hecho. Si no basta para la mayoría de los adultos y de los jóvenes una certeza vulgar de estos motivos, si el interés psicológico por llegar a la certeza refleja y científica es de la mayoría de los adolescentes, jóvenes y adultos: ya se ve la utilidad e importancia permanente de la A.

    5. El comienzo del proceso apologético

    No es menester iniciar la demostración con una duda real acerca de todo aquello que trata de probarse, esto es, acerca del hecho de la revelación por Jesucristo y de la legitimidad del Magisterio eclesiástico. Ésta era la postura del teólogo alemán G. Hermes y sus seguidores, condenada por Gregorio XVI en 1835 (Denz. Sch. 2738 ss.) y por el conc. Vaticano I (Denz. Sch. 3014, 3036). 

    La razón es que durante la investigación apologética no deja uno de ser católico, y en realidad ya ha tenido y sigue teniendo certeza del hecho de la Revelación, etc., aunque sea solamente certeza vulgar; pero no deja de ser verdadera certeza. Aun en el caso de que solamente hubiera tenido una certeza meramente respectiva, acomodada a su condición infantil, le será fácil convertir esa certeza respectiva en auténtica certeza formal, si pregunta por las razones verdaderas de credibilidad, en cuanto asomen las dudas en el campo de su conciencia; suponiendo que realmente el individuo procede con sinceridad y no abandona a Dios, el cual por su parte no le abandonará. Dando por supuesto que se ha recibido la recta y buena educación cristiana que la Iglesia desea, «porque aquellos que recibieron la fe bajo el magisterio de la Iglesia, nunca pueden tener una causa justa de cambiar esta fe o de ponerla en duda» como dijo el conc. Vaticano I (Denz. Sch. 3013-3014). Para todos estos individuos, en efecto, siempre permanece, por una parte, el motivo válido de la Iglesia, que ven, y de los hechos y verdades que ella enseña; y, por otra parte, la gracia de Dios que «no abandona a los justificados, si no es antes abandonada por ellos» (S. Agustín, De nat. et gratia, c. 26, n. 29: PL 44, 261). 

    No hay, pues, causa, ni objetiva ni subjetivamente justa, para que abandonen la fe, ni siquiera por breve tiempo, aquellos que recibieron la conveniente educación cristiana; y, por tanto, tampoco cuando comienzan su investigación científica apologética. 

    Por otra parte, tampoco en Filosofía se comienza con el escepticismo y con la duda universal; hay una certeza natural acerca del ser que nunca se abandona. Y en cualquier investigación no es lícito prescindir de una fuente de información, aun cuando a uno le parezca sospechosa; mucho menos se rechaza una fuente que antes se admitió como cierta. La luz se busca con la luz, únicamente hay que evitar el peligro de que las verdades admitidas con anterioridad influyan viciosamente en la prueba para admitir las nuevas verdades; en nuestro caso, debe evitarse que las verdades teológicas basadas en la fe, o las doctrinas del Magisterio, que tratan de legitimarse, influyan en la misma intrínseca demostración de las verdades apologéticas, presuponiendo con círculo vicioso aquello mismo que hay que probar. Ni hay que temer el peligro psicológico de una presión o coacción externa del Magisterio que induzca a admitir proposiciones no probadas eficazmente, si se atiende diligente y cautamente a la sinceridad y al valor intrínseco de las pruebas. También es obvio, por la parte opuesta, que toda persona prudente debe precaverse de la supuesta autoridad de los que hablan en contra de la fe.

    6. Proceso y vías apologéticas

    Se reconocen comúnmente dos caminos para la demostración racional apologética:
    1) El llamado método regresivo y ascendente, parte del hecho actual de la Iglesia, fácilmente comprobable, y desde él, volviendo hacia atrás, sube o asciende hasta Jesucristo su Fundador. Considerando la Iglesia católica de hoy como una sociedad religiosa internacional y supranacional, es fácil reconocer en ella una dilatación ecuménica que sobrepasa fronteras y llega a todos los confines de la tierra; y, juntamente con esta dilatación católica, una unidad de fe, que se manifiesta en el mismo Credo que profesan todas las Iglesias y en los mismos dogmas que ha definido o enseña la Iglesia romana; también una unidad de régimen, por cuanto todas reconocen la sucesión primacial que reside en el obispo de Roma, a quien consideran vicario de Jesucristo, y la autoridad plena y suprema (lo mismo que en el Papa) que reside en el concilio ecuménico. Y hay también una unidad cultual del mismo sacrificio que en todas partes es ofrecido, y de siete sacramentos, que en todas partes son administrados.

    Esta unidad esencial en tantas naciones y países de tendencias y costumbres diversas, que propenden naturalmente al nacionalismo, a la dispersión y egoísmo, hace pensar al observador, el cual no puede menos de reconocer un hecho fuera de lo normal en esa unidad conjunta con la catolicidad. Se añade que es fácil observar la santidad del conjunto eclesial, el cual (si bien constituido por miembros pecadores) profesa una doctrina santa, de altísima y purísima moral en las esferas de la diplomacia y del derecho, de la economía, la vida matrimonial y sexual, de la caridad y entrega fraterna a los demás. La santidad doctrinal se acredita, por una parte, en el hecho de que existiendo numerosos pecadores en el seno de la Iglesia, ello no ha significado una corrupción de la doctrina de la fe y de los principios morales cristianos, como sería de esperar que ocurriese en una institución meramente humana; sino que en medio de los pecados y debilidades humanas de muchos cristianos, e incluso de la jerarquía eclesiástica, la doctrina de fe y moral de Jesucristo ha sido siempre defendida y mantenida dentro de la Iglesia en su integridad esencial. La santidad doctrinal se acredita también en la vida santa, o al menos ferviente, de no pocos cristianos que en el sacerdocio, en la vida religiosa, en institutos de perfección o en asociaciones de fieles, etc., se consagran a Dios y al servicio del prójimo o quieren que florezcan los principios cristianos en las estructuras sociales. Se agrega la santidad carismática en hechos extraordinarios, que pueden comprobarse, bien más reservados en individuos, con frecuencia para su provecho personal, bien más patentes a todos, como los milagros que ocurren y han sido comprobados científicamente en lugares de peregrinación como Lourdes, Fátima, o con ocasión del culto a un siervo de Dios y han sido admitidos para su canonización o beatificación.

    Este fenómeno contemporáneo de la Iglesia católica, una y santa, conduce el pensamiento a las causas y orígenes. Es fácil comprobar que esta Iglesia deriva de los Apóstoles de Jesucristo, lo cual constituye su nota de apostolicidad. Sobre todo es fácil constatar esta sucesión apostólica ininterrumpida en la Iglesia romana, desde S. Pedro, a quien Cristo prometió hacer fundamento de la Iglesia, darle las llaves del Reino, y plenos poderes sobre la Iglesia (Mt 16, 18-19) y confirió más tarde el encargo de apacentar ovejas y corderos (Io 21, 15-18); y desde S. Pablo, que también padeció martirio en aquella ciudad, hasta nuestros días. Por todo esto la Iglesia católica «por sí misma, esto es, por su admirable propagación, por su eximia santidad y por su fecundidad inagotable en toda clase de bienes, por la unidad católica y por su estabilidad invicta, es un grande y perpetuo motivo de credibilidad y testimonio irrefragable de su divina legación. Por lo cual la misma Iglesia, como un estandarte levantado ante las naciones, invita hacia sí a los que todavía no han creído, y a sus hijos les atestigua con mayor certeza que la fe que profesan se apoya en fundamento firmísimo» (Denz. Sch. 3013).

    Éste era el argumento que, por su valor de fácil comprobación y psicológico, hizo valer con gran fuerza en el conc. Vaticano 1 el card. belga Dechamps. Ayudará también —añadía— para la plena eficacia de este argumento, como disposición y preparación del sujeto, considerar las indigencias internas y las propias dificultades del individuo para conocer, y más para practicar, el bien y la verdad. La religión católica es la que da solución a estos problemas e indigencias. «Por tanto, decía, no hay que verificar sino dos hechos, uno dentro de Vd. y otro fuera de Vd. Se llaman uno al otro para abrazarse, y el testigo de los dos es Vd. mismo» (Dechamps, Entretiens sur la démonstration catholique de la révélation chrétienne, 1857, epígrafe). De este modo, partiendo de lo contemporáneo o quasi-contemporáneo, remontándose a través de la Historia, que habla de la Iglesia y de sus santos y de sus gestas salvadoras, se llega hasta los Apóstoles y hasta Jesucristo, cuya doctrina ha producido frutos de santidad y de bien, y ha colmado las apetencias razonables de los individuos y sociedades.
    Ya sea antes o después de esta argumentación es conveniente desarrollar también, dentro de este método, la primera etapa o fase (demostración religiosa) del otro método o proceso apologético que se describe a continuación.

    2) El otro camino para el proceso apologético parte de lo que ha sido punto de llegada en el camino anterior. Comienza por Jesucristo y, mediante el examen de su persona y de sus obras, concluye en la realidad de la Revelación divina que por Él nos ha sido manifestada (demostración cristiana). Sigue un método histórico y progresivo en el orden cronológico, porque examina las características de la obra fundada por Jesús, la Iglesia, y cómo estas notas y propiedades se han realizado y verifican en la Iglesia católica romana (demostración católica). Las etapas más usuales de esta A. histórica y progresiva son las siguientes:
    a) Ante todo, puesto que se trata de demostrar la existencia de una religión revelada, se comienza asegurando la legitimidad de la postura religiosa, como necesidad y obligación del ser humano. El ateísmo, el materialismo y el panteísmo son incompatibles con la religión; la cual significa una relación personal de reconocimiento y de adoración y sumisión respecto del Ser supremo. Para la religión revelada, de que tratamos, es previa la persuasión de la existencia de un Ser supremo personal, intelectual y poderoso, que pueda dar a conocer su íntimo pensar y sus propósitos, descubriéndolos al hombre y mostrando mediante la Revelación la manera concreta y positiva con que quiere ser conocido y honrado y con que quiere salvar al hombre. La Revelación, formalmente considerada, es la locución de Dios al hombre, esto es, aquella acción de un ser inteligente que manifiesta a otro directamente su propio pensar y vida como persona a persona. Como la fe, que es la respuesta del hombre a la Revelación divina, se presta por la autoridad doctrinal de Dios revelante, y su autoridad está constituida por la sabiduría y veracidad de Dios, es preciso para la futura fe haber conocido y admitido estos atributos divinos del Dios personal. Estos y algunos otros atributos de Dios, como su providencia y santidad, están en el objeto y en la base de la que hemos llamado demostración religiosa, como primera etapa de la demostración apologética. El estudio del fenómeno religioso, en general, con sus manifestaciones en la historia de las religiones, en la psicología religiosa y en la filosofía de la religión, es capital para asegurar el principal fundamento lógico de la Revelación. Además de la existencia del Dios personal e inteligente, hay que dejar claro que Él es hacedor del hombre, su Dueño y Señor, a quien le impone la obligación de la ley moral; Dios como fin último del ser creado, y remunerador de sus méritos, así como el que sanciona sus delitos. Y con la obligación moral, la libertad del alma y su inmortalidad, que son el complemento de la obligación y el presupuesto para una sanción proporcionada y apta.
    Todas estas verdades, enseñadas principalmente por la Teodicea y Ética naturales, están en la base de la religión y pueden considerarse como parte de la demostración religiosa; o, si se quiere, como preámbulos de la fe, citados anteriormente y que conviene desarrollar también cuando se sigue el método llamado regresivo y ascendente, descrito en primer lugar.
    b) La segunda etapa, usual en la A., es la demostración del hecho de la Revelación divina sobrenatural, esto es, no de la manifestación que Dios hace mediante la naturaleza creada, sino por encima de las exigencias de nuestro ser, hablándonos y comunicándonos su pensar.
    Ha habido una Revelación divina en el A. T. realizada muchas veces y de muchas maneras a los Padres en los Profetas; pero en los tiempos últimos nos habló en el Hijo (Heb 1, 1). Se podría comenzar, por consiguiente, siguiendo un orden cronológico, con el estudio de la Revelación en el A. T., que preparaba la del N. T. Así proceden, por ejemplo, Wilmers, Ottiger, Dorsch, Lahousse, Zigliara, en sus respectivos tratados. Pero este camino, largo y difícil por su naturaleza (si se realiza con todas las exigencias de la crítica histórica y a base de los libros del A. T.), no es del todo necesario; porque la consideración puede dirigirse inmediatamente al N. T. y a la Revelación traída por Jesús de Nazaret, apellidado el Cristo o el Mesías. Jesucristo, en efecto, da testimonio de las revelaciones del A. T. y aprueba la persuasión judía acerca de los Libros sagrados, como inspirados y escritos por Dios sirviéndose de instrumentos humanos. Si el mensaje de Jesucristo se acredita como divino e infalible, podrá conocerse a través de él, el carácter divino de las revelaciones del A. T. en sus estadios patriarcal, mosaico y profético. Se puede, por tanto, comenzar estudiando este mensaje de Jesucristo y la manera como Él lo ha acreditado, para, después de conocer el hecho, deducir o estudiar la posibilidad y conveniencia de la Revelación divina, y cómo es posible la revelación de los misterios y con qué signos o criterios se puede describir la auténtica Revelación divina. Pero también se puede (y es el camino seguido comúnmente por los autores en el tratado «sobre la Revelación cristiana») considerar primero la teoría sobre la Revelación (posibilidad, conveniencia, revelación de misterios, y criteriología de la revelación) para aplicar después esta teoría al hecho de la Revelación por Jesucristo.
    Para establecer con solidez esta prueba del hecho histórico de la Revelación, es del todo necesario haber comprobado la validez crítica e histórica de las fuentes a través de las que se conocen los hechos realizados por Jesucristo y en torno a Jesucristo. Nos referimos al valor histórico de los cuatro Evangelios y del libro Hechos de los Apóstoles, que son los de uso más frecuente para conocer la persona de Jesús y establecer su mensaje y sus pruebas. Para fundamentar su historicidad de modo crítico, es importante fijar primero la genuinidad de autor y de tiempo acerca de estos libros, de suerte que aparezca bien probado que sus autores son aquellos apóstoles (Mateo, Juan) o aquellos varones apostólicos (Marcos, Lucas) que trataron inmediatamente con Apóstoles (Pedro y Pablo, respectivamente) recogiendo, sobre todo, su predicación y testimonio, y que los escribieron en el tiempo apostólico que se les atribuye (antes del a. 70, por lo que respecta a Mt, Me, Le, Act; y hacia final del siglo I por lo que toca a lo). A ello debe agregarse la demostración histórica de su integridad, esto es, que no han sido objeto de cambios, interpolaciones o glosas posteriores que enturbien la limpieza de estas fuentes tal como salieron de sus autores. Puede decirse que poseemos el texto crítico primigenio, no sólo en su sustancia, y esto con máximas garantías; sino también cierto, casi por completo, en los datos accidentales. Los lugares en que podía haber alguna duda crítica eran hasta hace poco el 1 por 60, y los lugares dudosos en cuanto al sentido el 1 por 1.000 (Westcott-Hort, The New Testament, Introduction, 2), siendo de esperar que esta proporción disminuya aún más con los adelantos críticos. Por último, la plena historicidad de estos libros quedará patente si se comprueba que sus autores, testigos autorizados de lo que en su mayor parte vieron u oyeron, eran también veraces, y no tenían empeño en falsear la verdad, antes bien, su misma fe religiosa les inducía a transmitir fielmente los hechos de que daban testimonio y que constituían en parte esa misma fe. Porque aunque los Evangelios tengan índole y finalidad apologética y sistemática doctrinal, no por ello contorsionan o falsean los hechos narrados, que gozan de plena historicidad. Con esta base crítica e histórica será más fácil comprender el género literario de cada una de las partes de estos libros, y con ellos estudiar la figura de Jesús, su mensaje y sus obras.
    Con estas fuentes estrictamente históricas y con los prudentes principios de interpretación, es fácil conocer como indiscutible la existencia histórica -de Jesucristo, alejada de los mitos y bien localizada en el tiempo y en el espacio; fijar los puntos cardinales de su mensaje, que le constituyen Legado de Dios (v. JESUCRISTO II); cuya doctrina, basada en el sentimiento de filiación respecto del Padre providente, y en la fraternidad entre todos los hombres, sobre todo con los débiles y necesitados, alcanza una sublimidad moral no superada (cfr. Mt 5-7). También pertenece al mensaje de Jesús su manifestación como Hijo de Dios en sentido propio; y aunque esta divinidad estricta de la única persona que hay en Jesús pertenece al dogma, son no pocos los autores que la estudian y demuestran apologéticamente (Wilmers, Ottiger, Van Laak, Dieckmann, Lercher, KSsters, Garrigou Lagrange, Brunsmann, Felder, Ponce de León, Vizmanos, Cotter, Nicolau; cfr. Nicolau, De revelatione, en Theologia Fundamentalis, o. c. en bibl., n. 428446). La índole psicológica de Jesús, tan lleno de sabiduría y de equilibrio, por una parte, y de santidad de vida, por otra, excluyen el propio engaño en asuntos tan graves, o el fraude. Si fuera erróneo su testimonio, Jesús sería un portento de locura o de malicia; extremos excluidos, tanto por el equilibrio psíquico como por la sinceridad de vida. Decía Jesús: «Si a mí no me queréis creer, creed a mis obras» (lo 10, 38) y «estas obras que yo hago, dan testimonio de mí, de que el Padre me ha enviado» (lo 5, 30). Por esto el mismo Jesús acudió a sus milagros (v.) y profecías (v.) como a signos de su misión. El apologeta deberá valorarlos en su verdad histórica, en su verdad filosófica (o en su realidad sobrenatural, de modo que sobrepasen las fuerzas naturales); también en su verdad relativa, esto es, en su aptitud para acreditar la misión y las palabras de Jesús. Pero sobre todo hay un signo al que recurrió Jesús, provocado a testificar la legitimidad de sus pretensiones mesiánicas (Mt 12, 38-40; 16, 1-4, etc.); es el de su resurrección que, como corona y recapitulación de todos los signos ofrecidos por el Maestro en favor de la divinidad de su mensaje, merece en A. una consideración especialísima.
    La A. llevada a cabo por el mismo Cristo, tampoco dejó de apelar a los vaticinios del A. T. que se referían a su persona y a su obra (cfr. lo 5, 39; Le 24, 25.27.44 ss.). De ahí que una A. cristiana completa difícilmente podrá prescindir del estudio crítico (no dogmático) de los vaticinios del A. T. viéndolos realizados en Jesús, aunque este estudio ofrezca hoy particulares dificultades; y así, valorando el conjunto de estos vaticinios podrá acreditar la persona de Jesús como Mesías, la divinidad de su mensaje y de sus obras. listos son los jalones principales de la demostración cristiana.
    c) Finalmente, en la predicación de Jesucristo hay una parte que se refiere a su Reino y a su Iglesia. Y Él es quien determina las notas esenciales jerárquicas que debe tener esta sociedad que personalmente ha constituido: con potestad primacial, que promete a Pedro (Mt 16, 18-19), a quien confirió de hecho el gobierno de toda su Iglesia (lo 21, 15-16); con potestad de gobierno y de enseñanza, que comunicó al Colegio apostólico, a quienes transmitió su propia misión hasta el final de los tiempos (Mt 18, 18; 28, 18-20; Me 16, 15-16; lo 20, 21). Él también determinó las notas esenciales del culto, instituyendo y mandando celebrar el sacrificio y sacramento eucarísticos (Le 22, 19-20, etc.) y los demás sacramentos (Mt 28, 19; lo 3, 3; 20, 22-23; Le 22, 19, etc.).
    Esta Iglesia de Cristo, que arranca del tiempo de los Apóstoles en sus notas esenciales, ha continuado, en el sucesor de Pedro y en los sucesores de los Apóstoles, los oficios instituidos por Jesús; pero, no pudiendo éstos permanecer en los Apóstoles, tributarios de la muerte, y queriendo el Señor perpetuarse con los Apóstoles y su Iglesia hasta el fin de los tiempos (Mt 28, 20), debían ser transmisibles a los sucesores; como de hecho se transmitieron en la Jerarquía eclesiástica y toda la Tradición lo confirma. La misión del apologeta será demostrar la potestad de jurisdicción, plena y suprema, concedida por Jesucristo a Pedro y a sus sucesores; también la misma potestad concedida al Colegio apostólico y al concilio ecuménico; y la de magisterio auténtico e infalible concedida al mismo concilio cuando define y al Romano Pontífice cuando habla ex cathedra; estudiar el objeto directo e indirecto y las condiciones del Magisterio eclesiástico y el valor de la Tradición, junto con los criterios para conocer la transmisión cierta de la Revelación, recibida de Jesucristo por los Apóstoles o comunicada a ellos por el Espíritu Santo (Denz. Sch. 1501). Esta Revelación pública, destinada a toda la Iglesia para ser creída con fe divina y católica, acabó con la muerte del último apóstol (ib., cfr. 3421), constituye el «depósito de la fe» (v.) y es custodiada diligentemente por el Magisterio de la Iglesia, que la interpreta auténticamente y la predica celosamente. La iglesia, así delineada, es una sociedad querida por Cristo como un sacramento o señal e instrumento de la íntima unión con Dios y de la unidad de todo el género humano (conc. Vaticano II, Const. Lumen gentium, n. 1). El apologeta muestra la Iglesia de Cristo como necesaria para la salvación; y estudia la manera como se puede pertenecer a esta Iglesia, bien plenamente (con el Bautismo, profesión de fe, sumisión a la jerarquía, como vínculos externos; y con la vida de la gracia, como vínculo interno), bien de modo menos perfecto y menos pleno, si a los bautizados falta alguno de estos vínculos. Pero es incumbencia del teólogo dogmático, aunque frecuentemente se trate de ello en A. o en Teología fundamental, estudiar la Iglesia como misterio, Cuerpo místico de Jesucristo, Esposa de Cristo, etc., y las funciones sacerdotales, proféticas y regias, santificadoras y apostólicas, que corresponden a las diversas estructuras del Pueblo de Dios (jerarquía; laicado; estado religioso e institutos de perfección) (cfr. Lumen gentium, c. 1-VI). Si la Iglesia es presentada por el apologeta como necesaria para la salvación, y la Iglesia querida por Cristo encuentra su plena realización en la Iglesia católica romana, ya se ve que no cabe el indiferentismo religioso en ninguno de sus grados y maneras. Con esta demostración católica termina la función apologética última. El  cristiano queda así dispuesto, si acepta estos razonamientos, a escuchar el Magisterio de la Iglesia y a seguir los mandatos de la jerarquía. Con esto puede entrar ya en los puntos de vista dogmáticos y admitirlos. Pero todavía será propio de la Teología funda-mental seguir proponiendo los fundamentos de la Teología dogmática, mostrando dónde están las fuentes de la Revelación y de la argumentación teológica, esto es, la Tradición y la Escritura,  estudiando sus propiedades. Pero, admitido ya el Magisterio de la Iglesia, en adelante el método de estudio más propio podrá ser el de la Teología dogmática.
    c) Método de la inmanencia. Los métodos anteriormente expuestos, ascendente y  descendente, atienden a la demostración válida racional de la credibilidad de la religión católica. En un orden principalmente práctico se puede también hablar de un método de inmanencia, que puede ser útil para los fines apologéticos si se junta con cualquiera de los métodos racionales anteriores, pero no si se prescinde de ellos. Este método comienza con el examen de las tendencias y exigencias interiores (de verdad, de felicidad, etc.) que hay en el hombre. El examen, en efecto, de la actividad interna del hombre, con sus deseos y apetencias, exigencias, fracasos e impotencias, descubre una tendencia fuerte ineludible hacia Dios y hacia los altos ideales del espíritu que, no obstante estas apetencias, tarda en realizarse o no se realiza. Se manifiestan, por consiguiente, en el espíritu del hombre ciertas lagunas y vacíos que parecen estar abiertos a los dones sobrenaturales de Dios. El hombre necesita luz poderosa y clara para que la inteligencia conozca el bien y la verdad; necesita también atractivo y fuerza para que la voluntad lo siga con eficacia y perseverancia. Con este género de apologética, se investiga en la inmanencia vital y en la experiencia interna y dinámica del hombre para descubrir sus apetencias; y por ellas se intenta llevarle al reconocimiento de la religión católica, como la única que puede satisfacerlas o llenarlas.
    Algunos quisieron comenzar de esta manera la demostración apologética para adaptarse así a los valores psicológicos y existenciales que modernamente se proponen, pero continuando después el examen de la religión de la manera clásica y más racional, con el estudio apologético de los milagros y vaticinios. Tales fueron OlléLaprune (1839-98) y G. Fonsegrive (1852-1917). Otros pensaron que sólo con el uso y estudio de estos criterios inmanentistas  podría hacerse una A. válida, oponiéndola a la tradicional, que calificaban de extrinsecista, historicista e intelectualística. Para hacer una A. actual -pensaban- hay que partir del estudio inmanente del hombre, que tanto dice con la filosofía y mentalidad actuales.
    Cultivó el método de inmanencia sobre todo Maurice Blondel (1861-1949), arguyendo las realidades internas y subjetivas del hombre a la Revelación y al auxilio sobrenaturales de la religión, aunque admite la inconmensurabilidad de lo sobrenatural con lo natural. Defendió también la postura blondeliana L. Laberthonniére, alegando que esta actividad interna del hombre está de hecho sometida al influjo sobrenatural de la gracia.
    Apelar a las necesidades de la naturaleza humana, que cada hombre puede descubrir en su interior, y a sus aspiraciones legítimas, íntimas y fuertes, puede alcanzar un valor psicológico muy grande para disponer la mente y el corazón a la perfección moral y al estudio de la religión. También puede ser una buena confirmación de los criterios objetivos y extrínsecos de la Revelación y de los métodos racionales apologéticos que antes hemos mencionado.
    Al descubrir una indigencia interna de luz y de auxilio, fácilmente se ve la conveniencia de la Revelación sobrenatural para el hombre, que le ilumine, y de la gracia, que le auxilie. Del conjunto de las aspiraciones humanas y del estudio objetivo de la naturaleza del hombre puede llegarse a una conclusión científica acerca de las auténticas y permanentes necesidades religiosas de la naturaleza humana; y puede mostrarse cómo sólo el catolicismo las satisface plenamente. De ello puede deducirse que el catolicismo ha de tener origen divino. Pero sería excesivo concluir de ahí la necesidad absoluta de la Revelación y de la gracia. Tratándose de revelación y de gracia sobrenaturales no se puede concluir que sean absolutamente necesarias y exigibles por parte del hombre, porque entonces dejarían de ser gratuitas y sobrenaturales.
    Hay que completar el estudio de las aspiraciones del hombre que realiza el método de la inmanencia, con la demostración del hecho de la revelación divina, pero esto no puede obtenerse con los solos criterios subjetivos inmanentistas, de los que únicamente se deduce directamente la conveniencia de esta Revelación, pero no su necesidad y efectividad.
    Tampoco se deduciría indirectamente por medio del raciocinio, porque de las tendencias naturales no se puede postular la necesidad o el hecho de auxilios sobrenaturales; mucho menos si esta revelación tiene misterios. Además, las tendencias y apetencias subjetivas se presentan, con indeterminación y variabilidad respecto de los individuos, según su formación, su edad, las costumbres adquiridas, etc., y lo que a uno le parece bien y necesario, otro no lo estima tal. De ahí que difícilmente, por este solo camino de la inmanencia, se puede llegar a conclusiones ciertas y válidas para todos los espíritus. S. Pío X, en su encíclica Pascendi, se lamentó de que hubiera católicos que, aunque no admitieran el inmanentismo, usaran incautamente la doctrina inmanentista para la A., de modo que parecían admitir en la naturaleza humana, no sólo capacidad y conveniencia para el orden sobrenatural, sino también verdadera exigencia del mismo (Denz. 2103).

    7. Certeza que se obtiene con la Apologética

    La sola mención de los caminos que sigue la A. en sus demostraciones, propios de las ciencias filosóficas e históricas, indica la clase de certeza que se puede alcanzar en A. No es una certeza matemática, porque no se trata de ciencias exactas. Se trata de presupuestos filosóficos que no vienen mensurados con módulos matemáticos, sino con otras formas del pensar; y, en ocasiones, puede más la visión del buen sentido común para penetrarlos, que la hipercrítica de la inteligencia. Si estas verdades filosóficas, que utiliza la A., alcanzan el orden de la certeza metafísica, se excluye absolutamente el error, por ir fundadas en el principio de contradicción; las otras verdades que vienen en consideración para el proceso apologético, apoyadas en el testimonio humano, alcanzarán de suyo una certeza moral, mediante la cual, el entendimiento podrá adherirse a las conclusiones apologéticas con firmeza intelectual y sin temor de equivocarse. Es más, esta certeza, de suyo moral, puede llegar a ser reductivamente metafísica o absoluta, si se presenta al entendimiento todo el conjunto de pruebas apologéticas. Porque es tal entonces el cúmulo de razones que convergen constantemente para mostrar la credibilidad (histórica, moral y dogmática) de la religión cristiana y católica, que repugna absolutamente el error. Es fácil recoger esta sobreabundancia de pruebas e indicios, por ejemplo, en lo tocante a la existencia histórica de Jesucristo (cfr. M. Nicolau, De revelatione, n. 363-382), para llegar a la certeza metafísica de su existencia (aunque esta verdad histórica alcance de suyo la certeza moral); pero creemos que parecida certeza reductivamente metafísica se alcanza con el detenido y concienzudo examen de todo el conjunto de pruebas que proponen los tratados más completos de A. Algo semejante pretendía decir Newman acerca de los motivos para aceptar la religión revelada, cuando en su Grammar of assent trataba de la convergencia de indicios o probabilidades, cuyo conjunto (por el principio de razón suficiente) producía la certeza.
    Sin embargo, ni la certeza reductivamente metafísica, ni la certeza moral de que hablamos, son certezas que fuercen el entendimiento a asentir, o que se impongan con una evidencia necesitarte, como la de los primeros principios o la de las verdades matemáticas sencillas. Por eso hay lugar a la certeza libre, determinada por el influjo de la libertad. Y es claro que la afección grata o ingrata con que se presenta la fe al individuo, así como los valores que en ella descubra, podrán ser motivos poderosos para determinar o frenar su piadoso «afecto de credulidad» (conc. II de Orange, a. 529: Denz. Sch. 375). Puede haber muchas clases de dificultades para llegar a la certeza que se busca. Como se expresaba Pío XII en la ene. Humani generis (1950), «la mente humana puede a veces padecer sus dificultades aun para formarse el juicio cierto de credibilidad acerca de la fe católica, por más que hayan sido dispuestos por Dios tantos y tan maravillosos signos externos, mediante los cuales aun con la sola luz de la razón natural puede probarse con certeza el origen divino de la religión cristiana. Porque el hombre, bien llevado por prejuicios, bien instigado por pasiones y mala voluntad, puede rechazar y resistir, no solamente a la evidencia de las señales externas, que está patente, sino también a las inspiraciones superiores que Dios infunde en nuestras almas» (Denz. Sch. 3875).
    Comúnmente se piensa por los autores católicos que el entendimiento humano puede con la sola luz natural conocer la verdad de los motivos de credibilidad, como decía Pío XII en la citada encíclica. Tiene el entendimiento del hombre potencia física para ello, porque para ver esta verdad basta aplicar el entendimiento a los argumentos que presenta la A. o utilizar la luz objetiva de estas razones. Por esto, no hace falta de suyo una luz sobrenatural en el sujeto, o gracia de Dios, para poder físicamente conocer estos motivos y llegar, por tanto, a los juicios de credibilidad y de credentidad. Los protestantes conservadores, sin embargo, afirmaban la necesidad de una luz interior para conocer como divina la externa proposición de la revelación por medio de la Escritura (cfr. Coll. Lac. 7, 528; Calvino, Instit. Christ. Relig. lib. 1, c. 6-7). Los autores católicos Gormaz y Ulloa (ca. 1700) defendían la necesidad de esta luz sobrenatural interna; y recientemente P. Rousselot, afirmando que no se ve el valor objetivo de los motivos de credibilidad, aunque en sí lo tengan, si no es con la luz de la fe («les yeux de la foi»). Los documentos de la Iglesia, sin embargo (Pío IX, Qui pluribus, a. 1846: Denz. Sch. 2778-2780; conc. Vaticano I: ib., 3009; Juram. Antimodern, ib., 3537 ss.; Pío XII, Hum. Generes, ib. 3875), y las proposiciones que tuvo que suscribir Bautain en 1840 (ib., 27522756) indican que tal luz interior sobrenatural no es necesaria de suyo. Pero lo que no es físicamente necesario (porque, en el caso presente, para conocer el valor de los motivos de credibilidad basta tener expedito el entendimiento y aplicarlo) puede ser moralmente necesario para muchos individuos; esto es, puede haber tanta dificultad que, según un juicio prudente formado a la vista de la psicología humana y de la historia, se puede afirmar que muchos no llegarán a formularse con certeza tal juicio sin la gracia interna de Dios: unos por sus prejuicios filosóficos inveterados; otros por la incapacidad del pensar filosófico e histórico, con excesiva vida imaginativa y poco sosiego intelectual; otros por sus pecados y vicios, etc. Se admite por el común de los teólogos que, aunque los auxilios de la gracia no sean físicamente necesarios, en orden a formarse el individuo el juicio de credibilidad, de hecho, sin embargo, el último juicio de credibilidad y el último de credentidad se realizan con estos auxilios sobrenaturales; ya que estos juicios determinan próximamente el acto de fe, que es sobrenatural, y conviene que aquéllos estén en el mismo orden que éstos. Pero, no sólo estos últimos juicios, también los juicios remotos que disponen a ellos pueden considerarse como realizados con frecuencia de hecho con los «internos auxilios del Espíritu Santo», de que habla el Vaticano I cuando explica el «obsequio razonable» de nuestra fe (Denz. Sch. 3009).
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    Referencia
    *Nuestro más profundo sentido de gratitud a  la Gran Enciclopedia Rialp (Ediciones Rialp), 1991 por este excelente artículo.
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