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domingo, 16 de octubre de 2016

San José Sánchez del Río


Hoy, 16 de Octubre de 2016, el Papa Francisco canonizó a siete santos. Entre ellos, está el Cura Brochero, muy querido en Argentina. El 14 de Septiembre de 2013, el Cura Gaucho era proclamado beato, ocasión en la cual publiqué una entrada con la noticia de la beatificación y un pequeño artículo escrito por Hugo Wast, el cual pueden leer AQUÍ.


Otro santo canonizado hoy es José Sánchez del Río, un pequeño mexicano de 14 años de edad que decidió unirse a los cristeros, para defender la Fe y a la Santa Iglesia, que era perseguida por el gobierno masónico de Plutarco Elías Calles.

Les dejo una pequeña reseña biográfica de este santo y, al final, un video con una bonita canción escrita para él.

El video contiene imágenes de San José Sánchez del Río, como también de la película "Cristiada", la cual recomiendo mirar, ya que muestra un poco de la vida del santo y del desarrollo de la Guerra Cristera.


San José Sánchez del Río

Nació el 28 de marzo de 1913 en Sahuayo, Michoacán. Al decretarse la suspensión del culto público, José tenía 13 años y 5 meses. Su hermano Miguel decidió tomar las armas para defender la causa de Cristo y de su Iglesia. José, viendo el valor de su hermano, pidió permiso a sus padres para alistarse como soldado; su madre trató de disuadirlo pero él le dijo: "Mamá, nunca había sido tan fácil ganarse el cielo como ahora, y no quiero perder la ocasión". Su madre le dio permiso, pero le pidió que escribiera al jefe de los Cristeros de Michoacán para ver si lo admitía. José escribió al jefe cristero y la respuesta fue negativa. No se desanimó y volvió a insistir pidiéndole que lo admitiera, si no como soldado activo, sí como un asistente.

En el campamento se ganó el cariño de sus compañeros que lo apodaron "Tarsicio". Su alegría endulzaba los momentos tristes de los cristeros y todos admiraban su gallardía y su valor. Por la noche dirigía el santo rosario y animaba a la tropa a defender su fe. 

El 5 de febrero de 1928, tuvo lugar un combate, cerca de Cotija. El caballo del general cayó muerto de un balazo, José bajó de su montura con agilidad y le dijo: "Mi general, aquí está mi caballo, sálvese usted, aunque a mí me maten. Yo no hago falta y usted sí" y le entregó su caballo. En combate fue hecho prisionero y llevado ante el general callista quien le reprendió por combatir contra el Gobierno y, al ver su decisión y arrojo, le dijo: "Eres un valiente, muchacho. Vente con nosotros y te irá mejor que con esos cristeros". "¡Jamás, jamás! ¡Primero muerto! ¡Yo no quiero unirme con los enemigos de Cristo Rey! ¡Yo soy su enemigo! ¡Fusíleme!". 

El general lo mandó encerrar en la cárcel de Cotija, en un calabozo oscuro y maloliente. José pidió tinta y papel y escribió una carta a su madre en la que le decía: "Cotija, 6 de febrero de 1928. Mi querida mamá: Fui hecho prisionero en combate en este día. Creo que voy a morir, pero no importa, mamá. Resígnate a la voluntad de Dios. No te preocupes por mi muerte... haz la voluntad de Dios, ten valor y mándame la bendición juntamente con la de mi padre...".

El 10 de febrero de 1928, como a las 6 de la tarde, lo sacaron del templo y lo llevaron al cuartel del Refugio. A las 11 de la noche llegó la hora suprema. Le desollaron los pies con un cuchillo, lo sacaron del mesón y lo hicieron caminar a golpes hasta el cementerio. Los soldados querían hacerlo apostatar a fuerza de crueldad, pero no lo lograron. Dios le dio fortaleza para caminar, gritando vivas a Cristo Rey y a Santa María de Guadalupe. Ya en el panteón, preguntó cuál era su sepultura, y con un rasgo admirable de heroísmo, se puso de pie al borde de la propia fosa, para evitar a los verdugos el trabajo de transportar su cuerpo. Acto seguido, los esbirros se abalanzaron sobre él y comenzaron a apuñalarlo. A cada puñalada gritaba de nuevo: "¡Viva Cristo Rey! ¡Viva la Virgen de Guadalupe!". En medio del tormento, el capitán jefe de la escolta le preguntó, no por compasión, sino por crueldad, qué les mandaba decir a sus padres, a lo que respondió José: "Que nos veremos en el cielo. ¡Viva Cristo Rey! ¡Viva la Virgen de Guadalupe!". Mientras salían de su boca estas exclamaciones, el capitán le disparó a la cabeza, y el muchacho cayó dentro de la tumba, bañado en sangre, y su alma volaba al cielo. Era el 10 de febrero de 1928. Sin ataúd y sin mortaja recibió directamente las paladas de tierra y su cuerpo quedó sepultado, hasta que años después, sus restos fueron inhumados en las catacumbas del templo expiatorio del Sagrado Corazón de Jesús. Actualmente reposan en el templo parroquial de Santiago Apóstol, en Sahuayo, Michoacán. 

Fue beatificado el 20 de noviembre de 2005, y canonizado por el Papa Francisco el 16 de octubre de 2016





Texto biográfico extraído de AciPrensa.com

lunes, 22 de agosto de 2016

El Triunfo del Inmaculado Corazón de María por el P. Juan Rivas LC

El 22 de Agosto la Iglesia celebra a Santa María, Reina. Sin embargo, antes de la reforma litúrgica, en este día tenía lugar la Fiesta del Inmaculado Corazón de María. Algunos institutos y congregaciones utilizan el calendario tradicional o el Vetus Ordo, por lo que quisiera dejarles un video sobre el Triunfo del Inmaculado Corazón de María, donde habla el P. Juan Rivas LC. En el mismo, el Padre toca otros temas de interés, como la posesión de un joven, al cual él mismo acompañó al Vaticano para que el Papa Francisco le dé una bendición que, según muchos exorcistas, se trató de un verdadero exorcismo.

Disfruten el video y que Santa María Virgen y Reina de todo lo creado interceda por ustedes.


Gustavo Arias.


martes, 3 de marzo de 2015

Los Católicos Argentinos y la Política

“Panem et circenses” puede resumir los últimos 70 años de peronismo que, entre golpes de estado, terrorismo subversivo, cortos períodos de radicalismo y alianzas vergonzosas entre distintas facciones políticas, se ha perpetuado en el poder.

Con algunas variantes ideológicas y líderes más o menos carismáticos, el pan y el circo fue siempre la línea que siguieron los justicialistas. La “década ganada” no podía ser menos y, dando planes sociales, Pro-Cre-Ar, asignaciones universales y demás beneficios a las clases baja y media-baja, ha completado la primera parte de esa alocución latina. La segunda fue coronada, entre otras cosas, con el Fútbol Para Todos.

Nadie podría discutir que muchos planes sociales son necesarios para “salir de apuro”, pero de ahí a hacer pasar a los subsidiados como personas con trabajo en blanco para reducir al mínimo posible las estadísticas de desocupación, y que encima los beneficiados por dichos planes se dejen utilizar como marionetas, es algo muy distinto. El Pro-Cre-Ar dio a muchísimas personas la posibilidad de adquirir una casa propia, pero que un cristiano, por haber accedido a este programa, diga “yo estoy de acuerdo con este gobierno” y defienda la sucesión ininterrumpida de inmoralidades que se  sobrevienen desde hace años, habla de que estamos ante personas de una mezquindad moral monstruosa, en el mejor de los casos. No importa que desde el Estado se cometan las peores aberraciones y se atente sistemáticamente contra la moral; mientras el 54% tenga sus pesitos depositados todos los meses, pueda adquirir una casa o mirar fútbol sin pagar un codificador, el peronismo va a seguir siendo el régimen imperante en nuestra desangrada Argentina.

Con lo dicho podemos cerrar este artículo, porque basta y sobra para dar las razones por las cuales un cristiano no debería estar en las filas del peronismo, pero, como la tibieza encuentra siembre razones para justificar el vicio, vamos a exponer lo más grave, aquello que solamente personas sin siquiera sentido de la moral pueden justificar para identificarse con el gobierno actual.

Cuando el fiscal Alberto Nisman murió de manera misteriosa, un día antes de exponer una denuncia en la que se veían comprometidos funcionarios del gobierno y afines, muchos kirchneristas dijeron: Bueno, si se comprueba que el gobierno tuvo algo que ver con la muerte del fiscal, vamos a tener que ir apartándonos de sus filas porque estamos hablando de un gobierno mafioso. Yo le pregunto a esta gente: ¿Acaso el crimen de un fiscal es lo más grave que hizo (en caso que lo haya hecho) este gobierno? No seamos hipócritas. La cantidad de muertes en manos de delincuentes que hay en este país, con el silencio cómplice del discurso oficialista, viene ensuciando al gobierno y sus simpatizantes hace muchísimo tiempo. Aún así, los más laxos podrían seguir justificándose, porque lo que presentamos hasta ahora, si bien es gravísimo, no abarca todo el arco de inmoralidades que existen.

Desde el gobierno de Perón, con la legalización de prostíbulos, el impulso de leyes de divorcio, la quema de iglesias, el fomento de organizaciones subversivas de izquierda y derecha, etc., hasta la actualidad, en que se escucha a funcionarios kirchneristas jactándose de la distribución de preservativos, el mal llamado “matrimonio gay”, el sistema educativo que adoctrina a los niños y jóvenes en el materialismo ateo y el aborto que ya se practica en hospitales públicos; sobran razones para que un católico no solamente no adhiera a este gobierno, sino que ponga todos los recursos que estén a su alcance para librar el Buen Combate contra los enemigos de Cristo que, desde la Casa Rosada, el Congreso y demás edificios públicos, siguen atentando contra nuestra Santa Fe.

La economía es parte fundamental de la gestión de un gobierno. El mismo Papa Francisco habló en múltiples ocasiones sobre la necesidad de políticas más inclusivas, que den soluciones concretas a la pobreza y permitan a todos los ciudadanos acceder a una vida temporal digna, sin embargo nadie puede simpatizar con un gobierno solamente porque la economía funciona bien. Más aún, nadie puede decir que en este país hay auténtica inclusión porque sigue habiendo planes sociales, en vez de trabajo en blanco, siguen muriendo niños víctimas de la desnutrición y podríamos seguir la lista de falencias que este gobierno tiene en materia de inclusión y desarrollo económico, pero como se viene entendiendo a lo largo de este artículo, no es esta área de la política la que más nos compromete como nación.

El cielo no se gana con billetes, sino haciendo la Voluntad de Dios y, el peronismo, sobre todo en los últimos 10 años, mancilló cada uno de los Mandamientos de la Ley de Dios. No debería sorprendernos, al tener en las más altas esferas del gobierno a enemigos declarados de la Iglesia: feministas, abortistas, homosexualistas, masones, marxistas y una larga lista de elementos que, amparados bajo la maquinaria del poder, siguen atentando contra la Patria y promoviendo abiertamente la lucha contra la Iglesia de Cristo.

Lo más sorprendente es que, sabiendo todo esto, exista gente que participa de la Santa Misa los domingos y, de lunes a sábado apoye a los enemigos de Cristo. Otros no apoyan al kirchnerismo, pero sí a alternativas que, aunque prometen mayor rigurosidad contra los delincuentes, siguen apoyando la contranatura, el desarrollo de lobbies y demás batallas que no tienen otro fin que vaciar a nuestra Argentina de su identidad católica e hispana. Pareciera que la opción por “ninguno” les resulta anti-democrática, entonces adhieren al “menos malo”. ¿Es legítimo esto?

La democracia es muy valorada por el magisterio de la Iglesia, pero la Doctrina Social nos enseña que, tanto la democracia, como la monarquía o cualquier otro sistema, siempre que sea justo, es legítimo. Nadie “falla a la democracia” por no adherir a partido alguno. Y aunque lo hiciera, hay valores muchísimos más importantes que deben tutelarse antes que la democracia. Es como que un padre, por no dejar que su hijo se aburra, lo deje jugar con las serpientes. Todavía más: nadie peca por no ser democrático y mucho menos cuando, tomando esta postura, trata de ser fiel a Cristo.

En Lucas 11:23, el mismísimo Cristo nos dice que el que no está con Él, está contra Él y el que no recoge con Él, desparrama. Parece una perogrullada, pero hay que decirla para aclarar un poco el panorama de algunos hermanos: EL QUE ESTÁ CON ESTE GOBIERNO, ESTÁ CONTRA CRISTO.

Lejos de querer apuntar con el dedo a nuestros hermanos, quise con este artículo cumplir con la corrección fraterna. Todos somos pecadores y debemos luchar contra nuestras flaquezas, pero, nombrando de nuevo al Papa Francisco: PECADORES, SI; CORRUPTOS, NO. El que es pecador por debilidad, es perdonado por el Señor todas las veces que se arrepienta, pero el que, sabiendo que está en el error, no se arrepiente y sigue en su conducta, convirtiéndose así en un corrupto, no puede ser alcanzado por la Divina Misericordia que no violenta la voluntad de las personas, a las cuales Dios creó libres.


Recemos, hermanos, por nuestra Patria y digamos junto a María: ¡ARGENTINA, CANTA Y CAMINA!

Gustavo Arias.

domingo, 27 de abril de 2014

El Papa Francisco Declara Santos a Juan Pablo II y Juan XXIII




Con la lectura de la fórmula propia del rito de canonización, esta mañana el Papa Francisco declaró santos a San Juan Pablo II y San Juan XXIII, en una ceremonia histórica y sin precedentes en la que están reunidos cuatro Pontífices, con la participación del Sumo Pontífice Emérito Benedicto XVI.





Fuentes:

http://www.aciprensa.com

http://www.vatican.va

viernes, 18 de abril de 2014

VIA CRUCIS - Meditaciones

PRESIDIDO POR EL SANTO PADRE FRANCISCO

VIERNES SANTO
Roma, 18 de abril de 2014

«EL ROSTRO DE CRISTO, EL ROSTRO DEL HOMBRE»

MEDITACIONES de S.E. Mons. Giancarlo Maria BREGANTINI, Arzobispo de Campobasso-Boiano


INTRODUCCIÓN

«El que lo vio da testimonio, y su testimonio es verdadero, y él sabe que dice verdad, para que también
vosotros creáis. Esto ocurrió para que se cumpliera la Escritura: “No le quebrarán un hueso”; y en otro
lugar la Escritura dice: “Mirarán al que atravesaron”» (Jn 19,35-37).

Dulce Jesús,
subiste al Gólgota sin hesitar, como gesto de amor,
y te dejaste crucificar sin lamento.
Humilde hijo de María,
cargaste con nuestra noche
para mostrarnos con cuánta luz
querías henchir nuestro corazón.
En tu dolor, reside nuestra redención,
en tus lágrimas, se bosqueja la «hora»
en la que se desvela el amor gratuito de Dios.
Siete veces perdonados
en tus últimos suspiros de hombre entre los hombres,
nos devuelves a todos al corazón del Padre,
para indicarnos en tus últimas palabras
la vía redentora para todo nuestro dolor.
Tú, el plenamente encarnado, te anonadas en la cruz,
solamente comprendido por Ella, la Madre,
que permanecía fielmente al pie de aquel patíbulo.
Tu sed es fuente de esperanza siempre encendida,
mano tendida incluso para el malhechor arrepentido,
que hoy, gracias a ti, dulce Jesús, entra en el paraíso.
Concédenos a todos nosotros, Señor Jesús crucificado,
tu infinita misericordia,
perfume de Betania en el mundo,
gemido de vida para la humanidad.
Y, confiados finalmente en las manos de tu Padre,
ábrenos la puerta de la vida que nunca muere. Amén.


PRIMERA ESTACIÓN


Jesús condenado a muerte
El dedo acusador

«Pilato volvió a dirigirles la palabra con intención de soltar a Jesús. Pero ellos seguían gritando:
“¡Crucifícalo, crucifícalo!”. Por tercera vez les dijo: “Pues, ¿qué mal ha hecho este? No he encontrado en él
ninguna culpa que merezca la muerte. Así es que le daré un escarmiento y lo soltaré”. Pero ellos se le
echaban encima, pidiendo a gritos que lo crucificara; e iba creciendo su griterío. Pilato entonces sentenció
que se realizara lo que pedían: soltó al que le reclamaban (al que había metido en la cárcel por revuelta y
homicidio), y a Jesús se lo entregó a su voluntad» (Lc 23,20-25).

Un Pilato atemorizado que no busca la verdad, el dedo acusador y el creciente clamor de la multitud, son
los primeros pasos de la muerte de Jesús. Inocente como un cordero cuya sangre salva a su pueblo. Ese
Jesús, que ha pasado entre nosotros curando y bendiciendo, es condenado ahora a la pena capital.
Ninguna palabra de gratitud por parte del gentío que, en cambio, elige a Barrabás. Para Pilato, se
convierte en un caso embarazoso. Lo entrega a la muchedumbre y se lava las manos, enteramente
apegado a su poder. Lo entrega para que sea crucificado. No quiere saber nada de él. Para él, el caso
está cerrado.

La condena apresurada de Jesús acoge así las acusaciones fáciles, los juicios superficiales entre la gente,
las insinuaciones y prejuicios, que cierran el corazón y se convierten en cultura racista, de exclusión y
descarte, con cartas anónimas y horribles calumnias. Si acusados, se salta inmediatamente en primera
página; si absueltos, se termina en la última.

¿Y nosotros? ¿Sabremos tener una conciencia recta y responsable, transparente, que nunca dé la
espalda al inocente, sino que luche con valor en favor de los débiles, resistiéndose a la injusticia y
defendiendo por doquier la verdad ultrajada?


ORACIÓN

Señor Jesús,
hay manos que amparan y hay manos que firman sentencias injustas.
Haz que, ayudados por tu gracia, no descartemos a nadie.
Defiéndenos de la calumnia y la mentira.
Ayúdanos a buscar siempre la verdad,
y a estar siempre de parte de los débiles.
Y concede tu luz a quien, por misión, debe juzgar en el tribunal,
para que emita siempre sentencias justas y verdaderas. Amén.


SEGUNDA ESTACIÓN


Jesús con la cruz a cuestas
El pesado madero de la crisis

«Él llevó nuestros pecados en su cuerpo hasta el leño, para que, muertos al pecado, vivamos para la
justicia. Con sus heridas fuisteis curados. Pues andabais errantes como ovejas, pero ahora os habéis
convertido al pastor y guardián de vuestras almas» (1 P 2,24-25).

Pesa el madero de la cruz, porque, en él, Jesús lleva consigo todos nuestros pecados. Se tambalea bajo
este peso, demasiado grande para un solo hombre (cf. Jn 19,17).

Es también el peso de todas las injusticias que ha causado la crisis económica, con sus graves
consecuencias sociales: precariedad, desempleo, despidos; un dinero que gobierna en lugar de servir, la
especulación financiera, el suicidio de empresarios, la corrupción y la usura, las empresas que abandonan
el propio país.

Esta es la pesada cruz del mundo del trabajo, la injusticia en la espalda de los trabajadores. Jesús la carga
sobre sus hombros y nos enseña a no vivir más en la injusticia, sino a ser capaces, con su ayuda, de crear
puentes de solidaridad y esperanza, para no ser ovejas errantes ni extraviadas en esta crisis.
Volvamos, pues, a Cristo, pastor y guardián de nuestras almas. Luchemos juntos por el trabajo en
reciprocidad, superando el miedo y el aislamiento, recuperando la estima por la política y tratando de
solventar juntos los problemas.

La cruz, entonces, se hará más ligera, si la llevamos con Jesús y la levantamos todos juntos, porque con
sus heridas – resquicios de luz – hemos sido curados.


ORACIÓN

Señor Jesús,
cada vez se hace más densa nuestra noche.
La pobreza se torna miseria.
No tenemos pan para los hijos y nuestras redes están vacías.
Nuestro futuro es incierto. Vela por el trabajo que falta.
Despierta en nosotros el celo por la justicia,
para que no arrastremos la vida,
sino que la llevemos con dignidad. Amén.


TERCERA ESTACIÓN


Jesús cae por primera vez
La fragilidad que se abre a la acogida

«Él soportó nuestros sufrimientos y aguantó nuestros dolores; nosotros lo estimamos leproso, herido de
Dios y humillado; pero él fue traspasado por nuestras rebeliones, triturado por nuestros crímenes. Nuestro
castigo saludable cayó sobre él» (Is 53,4-5).

Es un Jesús frágil, muy humano, el que contemplamos con asombro en esta estación de gran dolor. Pero
es precisamente esta caída en tierra lo que revela aún más su inmenso amor. Está acorralado por el
gentío, aturdido por los gritos de los soldados, cubierto por las llagas de la flagelación, lleno de amargura
interior por la inmensa ingratitud humana. Y cae. Cae por tierra.

Pero en esta caída, en este ceder al peso y la fatiga, Jesús vuelve a ser una vez más maestro de vida. Nos
enseña a aceptar nuestras fragilidades, a no desanimarnos por nuestros fallos, a reconocer con lealtad
nuestras limitaciones: «El deseo del bien está a mi alcance – dice san Pablo – pero no el realizarlo» (Rm
7,18).

Con esta fuerza interior que viene del Padre, Jesús también nos ayuda a aceptar las debilidades de los
demás; a no indignarnos con quien ha caído, a no ser indiferentes con quien cae. Y nos da la fuerza para
no cerrar la puerta a quien llama a nuestra casa pidiendo asilo, dignidad y patria. Conscientes de nuestra
fragilidad, acogeremos entre nosotros la fragilidad de los emigrantes, para que encuentren seguridad y
esperanza.

En efecto, en el agua sucia del cántaro del Cenáculo, es decir, en nuestra fragilidad, es donde se refleja el
verdadero rostro de nuestro Dios. Por eso, «todo espíritu que confiesa a Jesucristo venido en carne, es de
Dios» (1 Jn 4,2).


ORACIÓN

Señor Jesús,
que te has humillado para rescatar nuestra debilidad,
haznos capaces de entrar en una verdadera comunión
con nuestros hermanos más pobres.
Arranca de nuestro corazón toda raíz de miedo y cómoda indiferencia,
que nos impide reconocerte en los emigrantes,
para dar testimonio de que tu Iglesia no tiene fronteras,
sino que es verdadera madre de todos. Amén.


CUARTA ESTACIÓN


Jesús se encuentra con la Madre
Lágrimas solidarias

«Simeón los bendijo, diciendo a María, su madre: “Mira, este ha sido puesto para que muchos en Israel
caigan y se levanten; y será como un signo de contradicción: así quedará clara la actitud de muchos
corazones. Y a ti, una espada te traspasará el alma» (Lc 2,34-35). «Llorad con los que lloran. Tened la
misma consideración y trato unos con otros» (Rm 12,15-16).

Este encuentro de Jesús con María, su madre, está cargado de emoción, de lágrimas amargas. En él se
expresa la fuerza invencible del amor materno, que supera todo obstáculo y sabe abrir caminos. Pero
impresiona aún más la mirada solidaria de María, que comparte e infunde fuerza al Hijo. Nuestro corazón
se llena así de asombro al contemplar la grandeza de María, precisamente en su hacerse, ella misma
criatura, «prójimo» para con su Dios y su Señor.

Ella recoge las lágrimas de todas las madres por sus hijos lejanos, por los jóvenes condenados a muerte,
asesinados o enviados a la guerra, especialmente por los niños soldados. En ellas escuchamos el lamento
desgarrador de las madres por sus hijos, moribundos a causa de tumores producidos por la quema de
residuos tóxicos.

¡Qué lágrimas tan amargas! ¡Solidaridad en compartir la ruina de los hijos! Madres que velan en la noche,
con las luces encendidas, temblando por los jóvenes abrumados por la inseguridad o en las garras de la
droga y el alcohol, especialmente las noches del sábado.

Junto a María, nunca seremos un pueblo huérfano. Nunca olvidados. Como a san Juan Diego, María
también nos ofrece a nosotros la caricia de su consuelo materno, y nos dice: «No se turbe tu corazón […]
¿No estoy yo aquí, que soy tu Madre?» (Exhort. ap. Evangelii gaudium, 286).


ORACIÓN

Salve, Madre,
dame tu santa bendición.
Bendíceme, a mí y a toda mi casa.
Dígnate ofrecer a Dios todo lo que hoy haré y soportaré,
unido a tus méritos y a los de tu santísimo Hijo.
Te ofrezco y dedico todo mi ser y todas mis cosas a tu servicio,
poniéndome por entero bajo tu manto.
Obtén para mí, Señora, la pureza de la mente y del cuerpo,
y haz que, en este día,
no haga nada que desagrade a Dios.
Te lo pido por tu Inmaculada Concepción
y tu intacta virginidad. Amén
(San Gaspar Bertoni).


QUINTA ESTACIÓN


El Cireneo ayuda a Jesús a llevar la cruz
La mano amiga que levanta

«A uno que pasaba, de vuelta del campo, a Simón de Cirene, el padre de Alejandro y de Rufo, lo forzaron
a llevar la cruz» (Mc 15,21).

Simón de Cirene pasa casualmente por allí. Pero se convierte en un encuentro decisivo en su vida. Él
volvía del campo. Hombre de fatigas y vigor. Por eso se le obligó a llevar la cruz de Jesús, condenado a
una muerte infame (cf. Flp 2,8).

Pero este encuentro, el principio casual, se trasformará en un seguimiento decisivo y vital de Jesús,
llevando cada día su cruz, negándose a sí mismo (cf. Mt 16,24-25). En efecto, Simón es recordado por
Marcos como el padre de dos cristianos conocidos en la comunidad de Roma: Alejandro y Rufo. Un padre
que ha impreso ciertamente en el corazón de los hijos la fuerza de la cruz de Jesús. Porque la vida, si uno
se aferra demasiado a ella, enmohece y se agosta. Pero si la ofrece, florece y se convierte en espiga de
grano, para él y para toda la comunidad.

En esto radica la verdadera cura de nuestro egoísmo, siempre al acecho. La relación con el otro nos
rehabilita y crea una hermandad mística, contemplativa, que sabe mirar la grandeza sagrada del prójimo,
que sabe descubrir a Dios en cada ser humano, que puede soportar las penas de la vida, apoyándose en
el amor de Dios. Sólo con el corazón abierto al amor divino, me veo impulsado a buscar la felicidad de los
demás en tantos gestos de voluntariado: una noche en el hospital, un préstamo sin intereses, una lágrima
enjugada en familia, la gratuidad sincera, el compromiso con altas miras por el bien común, el compartir el
pan y el trabajo, venciendo toda forma de recelo y envidia.

El mismo Jesús nos lo recuerda: «Lo que hicisteis con uno de estos, mis hermanos más pequeños,
conmigo lo hicisteis» (Mt 25,40).


ORACIÓN

Señor Jesús,
en el Cireneo amigo vibra el corazón de tu Iglesia,
que se hace refugio de amor para cuantos tienen sed de ti.
La ayuda fraterna es la clave para atravesar juntos la puerta de la Vida.
No permitas que nuestro egoísmo nos haga pasar de largo,
y ayúdanos a derramar el ungüento de consolación en las heridas de los otros,
para hacernos compañeros leales de camino,
sin evasivas y sin cansarnos nunca de optar por la fraternidad. Amén.


SEXTA ESTACIÓN


Verónica enjuga el rostro de Jesús
La ternura femenina

«Oigo en mi corazón: “Buscad mi rostro”. Tu rostro buscaré, Señor, no me escondas tu rostro. No rechaces
con ira a tu siervo, que tú eres mi auxilio; no me deseches, no me abandones, Dios de mi salvación» (Sal
26,8-9).

Jesús se arrastra con dificultad, jadeando. Pero la luz de su rostro se mantiene intacta. No hay ofensa que
pueda oponerse a su belleza. Los salivazos no la han empañado. Los golpes no han conseguido
quebrarla. Este rostro se parece a una zarza ardiente que, cuanto más se le ultraja, más consigue emanar
una luz de salvación. De los ojos del Maestro manan lágrimas silenciosas. Lleva el peso del abandono. Sin
embargo, Jesús avanza, no se detiene, no vuelve atrás. Afronta la opresión. Está turbado por la crueldad,
pero él sabe que su muerte no será en vano.

Jesús, entonces, se detiene ante una mujer que viene a su encuentro sin titubeos. Es la Verónica,
verdadera imagen femenina de la ternura.

El Señor encarna aquí nuestra necesidad de gratuidad amorosa, de sentirnos amados y protegidos por
gestos de solicitud y de cuidados. Las caricias de esta criatura se empapan de la sangre preciosa de
Jesús y parecen purificarlo de las profanaciones recibidas en aquellas horas de tortura. La Verónica
consigue tocar al dulce Jesús, rozar su candor. No sólo para aliviar, sino para participar en su sufrimiento.
Reconoce en Jesús a cada prójimo que ha de consolar, con un toque de ternura, para entrar en el gemido
de dolor de los que hoy no reciben asistencia ni calor de compasión. Y mueren de soledad.


ORACIÓN

Señor Jesús,
¡qué amarga la indiferencia de quien creíamos
a nuestro lado en los momentos de desolación!
Pero tú nos cubres con ese paño
que lleva impresa tu sangre preciosa,
que has derramado a lo largo del camino del abandono,
que también tú sufriste injustamente.
Sin ti, no tenemos
ni podemos dar alivio alguno. Amén.


SÉPTIMA ESTACIÓN


Jesús cae por segunda vez
La angustia de la cárcel y de la tortura

«Me rodeaban cerrando el cerco... Me rodeaban como avispas, ardiendo como el fuego en las zarzas, en
el nombre del Señor los rechacé. Empujaban y empujaban para derribarme, pero el Señor me ayudó... Me
castigó, me castigó el Señor, pero no me entregó a la muerte»(Sal 117,11.12-13.18).

En Jesús se cumplen verdaderamente las antiguas profecías del Siervo humilde y obediente, que carga
sobre sus hombros toda nuestra historia de dolor. Y así, Jesús, llevado a empellones, se desploma por la
fatiga y la opresión, rodeado, circundado por la violencia, ya sin fuerzas. Cada vez más solo, cada vez más
en la oscuridad. Lacerado en la carne, con los huesos magullados.

En él reconocemos la amarga experiencia de los detenidos en prisión, con todas sus contradicciones
inhumanas. Rodeados y cercados, «empujados para derribarlos». A la cárcel se la mantiene aún hoy
demasiado lejana, olvidada, rechazada por la sociedad civil. Hay absurdos de la burocracia, lentitud de la
justicia. El hacinamiento es una doble pena, un dolor agravado, una opresión injusta, que desgasta la
carne y los huesos. Algunos – demasiados – no sobreviven... Y aun cuando un hermano nuestro sale, lo
seguimos considerando «ex recluso», cerrándole así las puertas del rescate social y laboral.

Pero más grave es la tortura, por desgracia muy practicada en varias partes de la tierra de muchos modos.
Como lo fue para Jesús, también él golpeado, humillado por la soldadesca, torturado con la corona de
espinas, azotado con crueldad.

Ante esta caída, cómo nos percatamos de la verdad de aquellas palabras de Jesús: «Estuve en la cárcel y
no me visitasteis» (Mt 25,36). En toda cárcel, junto a cada torturado, siempre está él, el Cristo que sufre,
encarcelado y torturado. Aunque probados duramente, él es nuestra ayuda, para no ser entregados al
miedo. Sólo juntos nos levantamos, acompañados por agentes apropiados, apoyados en la mano fraterna
de los voluntarios y rescatados de una sociedad civil que hace suyas las muchas injusticias cometidas
dentro de los muros de una prisión.


ORACIÓN

Señor Jesús,
una conmoción indecible me embarga
al verte postrado en tierra por mí.
No hallas mérito alguno, sino una multitud de pecados, incongruencias, debilidades.
Y ¡qué amor de predilección como respuesta!
Al margen de la sociedad, denigrados por los juicios,
tú nos has bendecido para siempre.
Dichosos nosotros si hoy estamos aquí, por tierra, contigo, rescatados de la condena.
Haz que no eludamos nuestras responsabilidades,
concédenos vivir en tu humillación, a salvo de toda pretensión de omnipotencia,
para renacer a una vida nueva como criaturas hechas para el cielo. Amén.


OCTAVA ESTACIÓN


Jesús encuentra a las mujeres de Jerusalén
Compartir, no sólo conmiseración

«Hijas de Jerusalén, no lloréis por mí, llorad por vosotras y por vuestros hijos» (Lc 23,28).

Las figuras femeninas en el camino del dolor se presentan como antorchas encendidas. Mujeres de
fidelidad y valor que no se dejan intimidar por los guardias ni escandalizar por las llagas del Buen Maestro.
Están dispuestas a encontrarlo y consolarlo. Jesús está allí, ante ellas. Hay quien lo pisotea mientras cae
por tierra agotado. Pero las mujeres están allí, listas para darle ese cálido latido que el corazón ya no
puede contener. Antes lo observan desde lejos, pero luego se acercan, como hace el amigo, el hermano o
hermana cuando se da cuenta de las dificultades del ser querido.

Jesús se impresiona por su llanto amargo, pero les exhorta a no desgastar el corazón en verlo tan
maltratado, a no ser mujeres que lloran, sino creyentes. Pide un dolor compartido y no una conmiseración
sollozante. No más lamentos, sino deseos de renacer, de mirar hacia adelante, de proceder con fe y
esperanza hacia esa aurora de luz que surgirá aún más cegadora sobre la cabeza de quienes caminan
con los ojos puestos en Dios. Lloremos por nosotros mismos si aún no creemos en ese Jesús que nos ha
anunciado el Reino de la salvación. Lloremos por nuestros pecados no confesados.

Y lloremos también por esos hombres que descargan sobre las mujeres la violencia que llevan dentro.
Lloremos por las mujeres esclavizadas por el miedo y la explotación. Pero no basta compungirse y sentir
compasión. Jesús es más exigente. Las mujeres deben ser amadas como un don inviolable para toda la
humanidad. Para hacer crecer a nuestros hijos, en dignidad y esperanza.


ORACIÓN

Señor Jesús,
frena la mano que ataca a las mujeres.
Libera su corazón del abismo de la desesperación
cuando se convierten en víctimas de la violencia.
Enjuga su llanto cuando se encuentran solas.
Y abre nuestro corazón para compartir todo dolor,
con sinceridad y fidelidad,
más allá de la compasión natural,
para hacernos instrumentos de la verdadera liberación. Amén.


NOVENA ESTACIÓN


Jesús cae por tercera vez
Superar la nociva nostalgia

«¿Quién podrá apartarnos del amor de Cristo?; ¿la aflicción?, ¿la angustia?, ¿la persecución?, ¿el
hambre?, ¿la desnudez?, ¿el peligro?, ¿la espada?... Pero en todo esto vencemos de sobra gracias a
aquel que nos ha amado» (Rm 8,35.37).

San Pablo enumera sus pruebas, pero sabe que Jesús ha pasado antes por ellas, que en el camino hacia
el Gólgota cayó una, dos, tres veces. Destrozado por la tribulación, la persecución, la espada; oprimido por
el madero de la cruz. Exhausto. Parece decir, como nosotros en tantos momentos de oscuridad: «¡Ya no
puedo más!».

Es el grito de los perseguidos, los moribundos, los enfermos terminales, los oprimidos por el yugo.
Pero en Jesús se ve también su fuerza: «Si hace sufrir, se compadece» (Lm 3,32). Nos muestra que en la
aflicción siempre está su consuelo, un «más allá» que se entrevé en la esperanza. Como la poda de la vid
que el Padre celestial, con sabiduría, hace precisamente con los sarmientos que dan fruto (cf. Jn 15,8).
Nunca para cercenar, sino siempre para rebrotar. Como una madre cuando llega su hora: se inquieta,
gime, sufre en el parto. Pero sabe que son los dolores de la nueva vida, de la primavera en flor,
precisamente por esa poda.

Que la contemplación de Jesús caído, pero capaz de ponerse en pie, nos ayude a vencer la congoja que
el temor por el mañana imprime en nuestro corazón, especialmente en este tiempo de crisis. Superemos la
nociva nostalgia del pasado, la comodidad del inmovilismo, del «siempre se ha hecho así». Ese Jesús que
se tambalea y cae, pero que luego se levanta, es la certeza de una esperanza que, alimentada por la
oración intensa, nace precisamente durante la prueba, y no después de la prueba ni sin prueba. Por la
fuerza de su amor, saldremos más que victoriosos.


ORACIÓN

Señor Jesús,
te rogamos que levantes del polvo al mísero,
levanta a los pobres de la inmundicia, hazlos sentar con los jefes del pueblo
y asígnales un puesto de honor.
Quiebra el arco de los fuertes y reviste a los débiles de vigor,
porque sólo tú nos haces ricos precisamente con tu pobreza (cf. 1 S, 2,4-8; 2 Co 8,9). Amén.


DÉCIMA ESTACIÓN


Jesús es despojado de las vestiduras
La unidad y la dignidad

«Los soldados, cuando crucificaron a Jesús, cogieron su ropa, haciendo cuatro partes, una para cada
soldado, y apartaron la túnica. Era una túnica sin costura, tejida toda de una pieza de arriba abajo. Y se
dijeron: “No la rasguemos, sino echémosla a suerte, a ver a quién le toca”. Así se cumplió la Escritura: “Se
repartieron mis ropas y echaron a suerte mi túnica”. Esto hicieron los soldados»(Jn 19,23-24).

No dejaron ni un trozo de tela que cubriera el cuerpo de Jesús. Lo despojaron. No tenía manto ni túnica,
ningún vestido. Lo desnudaron como un acto de humillación extrema. Sólo le cubría la sangre, que
borbotaba de sus numerosas heridas.

La túnica queda intacta: es símbolo de la unidad de la Iglesia, una unidad que se ha de recobrar mediante
un camino paciente, una paz artesana, construida día a día en un tejido recompuesto con los hilos de oro
de la fraternidad, en un clima de reconciliación y perdón mutuo.

En Jesús, inocente, despojado y torturado, reconocemos la dignidad violada de todos los inocentes,
especialmente de los pequeños. Dios no impidió que su cuerpo despojado fuera expuesto en la cruz. Lo
hizo para rescatar todo abuso injustamente cubierto, y demostrar que él, Dios, está irrevocablemente y sin
medias tintas de parte de las víctimas.


ORACIÓN

Señor Jesús,
queremos volver a ser inocentes como niños,
para poder entrar en el reino de los cielos,
purificados de nuestra suciedad y de nuestros ídolos.
Retira de nuestro pecho el corazón de piedra de las divisiones,
que hacen a tu Iglesia poco creíble.
Danos un corazón nuevo y un espíritu nuevo,
para vivir según tus preceptos
y observar y poner en práctica tus leyes. Amén.


UNDÉCIMA ESTACIÓN


Jesús clavado en la cruz
En el lecho de los enfermos

«Lo crucificaron y se repartieron sus ropas, echándolas a suerte, para ver lo que se llevaba cada uno. Era
media mañana cuando lo crucificaron. En el letrero de la acusación estaba escrito: “El rey de los judíos”.
Crucificaron con él a dos bandidos, uno a su derecha y otro a su izquierda. Así se cumplió la Escritura que
dice: “Lo consideraron como un malhechor”» (Mc 15,24-28).

Y lo crucificaron. La pena de los infames, de los traidores, de los esclavos rebeldes. Esta es la pena que
se aplica a nuestro Señor Jesús: ásperos clavos, dolor lacerante, la congoja de la madre, la vergüenza de
verse acomunado a dos bandidos, la ropa repartida entre los soldados como un botín, la burlas crueles de
quienes pasaban por allí: «A otros ha salvado y él no se puede salvar..., que baje ahora de la cruz y le
creeremos» (Mt 27,42).

Y lo crucificaron. Jesús no desciende, no abandona la cruz. Permanece obediente hasta el fin a la voluntad
del Padre. Ama y perdona.

También hoy, como Jesús, muchos hermanos y hermanas nuestros están clavados al lecho de dolor, en
hospitales, asilos de ancianos, en nuestras familias. Es el tiempo de la prueba, de días amargos, de
soledad e incluso de desesperación: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?» (Mt 27,46).

Que nuestra mano nunca sea para clavar, sino siempre para acercar, consolar y acompañar a los
enfermos, levantándolos de su lecho de dolor. La enfermedad no pide permiso. Llega siempre de
improviso. A veces trastoca, limita los horizontes, pone a dura prueba la esperanza. Su hiel es amarga.
Sólo si tenemos junto a nosotros a alguien que nos escucha, que nos es cercano, que se sienta en
nuestro lecho..., entonces la enfermedad puede convertirse en una gran escuela de sabiduría, en
encuentro con el Dios paciente. Cuando alguno toma sobre sí nuestra enfermedad por amor, también la
noche del dolor se abre a la luz pascual de Cristo crucificado y resucitado. Lo que humanamente es una
condena, puede transformarse en un ofrecimiento redentor por el bien de nuestras comunidades y
familias. A ejemplo de los Santos.


ORACIÓN

Señor Jesús,
no te alejes de mí,
siéntate en mi lecho de dolor y hazme compañía.
No me dejes solo, tiende tu mano y levántame.
Yo creo que tú eres el Amor,
y creo que tu voluntad es la expresión de tu amor;
por eso me encomiendo a tu voluntad,
porque me confío a tu amor. Amén.


DUODÉCIMA ESTACIÓN


Jesús muere en la cruz
El suspiro de las siete palabras

«Después de esto, sabiendo Jesús que ya todo estaba cumplido, para que se cumpliera la Escritura dijo:
“Tengo sed”. Había allí un jarro lleno de vinagre. Y, sujetando una esponja empapada en vinagre a una
caña de hisopo, se la acercaron a la boca. Jesús, cuando tomó el vinagre, dijo: “Está cumplido”. E,
inclinando la cabeza, entregó el espíritu» (Jn 19,28-30).

Las siete palabras de Jesús en la cruz son una obra maestra de esperanza. Jesús, lentamente, con pasos
que también son los nuestros, atraviesa toda la oscuridad de la noche, para abandonarse confiado en los
brazos del Padre. Es el gemido de los moribundos, el grito de los desesperados, la invocación de los
perdedores. Es Jesús.

«Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?» (Mt 27,46). Es el grito de Job, de todo hombre bajo
el peso de la desgracia. Y Dios guarda silencio. Calla porque su respuesta está allí, en la cruz: él mismo,
Jesús, es la respuesta de Dios, Palabra eterna encarnada por amor.

«Acuérdate de mí...» (Lc 23,42). La invocación fraterna del malhechor, convertido en compañero de dolor,
llega al corazón de Jesús, que siente en ella el eco de su propio dolor. Y Jesús acoge la súplica: «Hoy
estarás conmigo en el Paraíso» (Lc 23,42-43). El dolor del otro nos redime siempre, porque nos hace salir
de nosotros mismos.

«Mujer, ahí tienes a tu hijo...» (Jn 19,26). Pero es su Madre, María, que estaba con Juan al pie de la cruz,
rompiendo el acoso del miedo. La llena de ternura y esperanza. Jesús ya no se siente solo. Como nos
pasa a nosotros cuando junto al lecho del dolor está quien nos ama. Fielmente. Hasta el final.
«Tengo sed» (Jn 19,28). Como el niño pide de beber a su mamá; como el enfermo abrasado por la fiebre...
La sed de Jesús es la todos los sedientos de vida, de libertad, de justicia. Y es la sed del mayor de los
sedientos, Dios, que infinitamente más que nosotros tiene sed de nuestra salvación.

«Está cumplido» (Jn 19,30). Todo cumplido: cada palabra, cada gesto, cada profecía, cada instante de la
vida de Jesús. El tapiz está completo. Los mil colores del amor lucen ahora con hermosura. Nada se ha
desperdiciado. Nada se ha desechado. Todo se ha convertido en amor. Todo está cumplido, para mí y
para ti. Y, así, también el morir tiene un sentido.

«Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen» (Lc 23,34). Ahora, heroicamente, Jesús sale del
miedo a la muerte. Porque si vivimos en el amor gratuito, todo es vida. El perdón renueva, sana,
transforma y consuela. Crea un pueblo nuevo. Frena las guerras.

«Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu» (Lc 23,46). Ya no más desesperación ante la nada. Más
bien plena confianza en sus manos de Padre, recostado en su corazón. Porque, en Dios, cada fragmento
se compone finalmente en unidad.


ORACIÓN

Oh Dios, que en la pasión de Cristo nuestro Señor,
nos has liberado de la muerte, heredad del antiguo pecado,
transmitida a todo el género humano,
renuévanos a imagen de tu Hijo;
y, así como hemos llevado en nosotros por nacimiento
la imagen del hombre terrenal,
haz que, por la acción de tu Espíritu,
llevemos la imagen del hombre celestial.
Por Cristo nuestro Señor. Amén.


DECIMOTERCERA ESTACIÓN


Jesús es bajado de la cruz y entregado a su Madre
El amor es más fuerte de la muerte

«Al anochecer llegó un hombre rico de Arimatea, llamado José, que era también discípulo de Jesús. Este
acudió a Pilato a pedirle el cuerpo de Jesús. Y Pilato mandó que se lo entregaran» (Mt 27,57-58).
Antes de ser puesto en la tumba, Jesús es entregado finalmente a su Madre. Es el icono de un corazón
destrozado, que nos dice cómo la muerte no impide el último beso de la madre a su hijo. Postrada ante el
cuerpo de Jesús, María se encadena a él en un abrazo total. Este icono se llama simplemente «Piedad».
Es desgarrador, pero demuestra que la muerte no quiebra el amor. Porque el amor es más fuerte que la
muerte. El amor puro es perdurable. Ha llegado la tarde. La batalla está vencida. El amor no se ha
truncado. Quién está dispuesto a sacrificar su vida por Cristo, la encontrará. Transfigurada más allá de la
muerte.

En esta trágica entrega, se mezclan lágrimas y sangre. Como en la vida de nuestras familias, atribuladas a
veces por pérdidas imprevistas y dolorosas, creando un vacío insalvable, sobre todo cuando muere un
niño.

Piedad, entonces, significa hacerse cercanos de los hermanos en luto y que no se resignan. Es una
caridad muy grande cuidar de quien está sufriendo en el cuerpo llagado, en la mente deprimida, en el
ánimo desesperado. Amar hasta el final es la suprema enseñanza que nos han dejado Jesús y María. Y la
misión fraterna diaria de consuelo, que se nos entrega en este abrazo fiel entre Jesús muerto y su Madre
Dolorosa.


ORACIÓN

Oh, Virgen de los Dolores,
que en nuestros santuarios nos muestras tu rostro de luz,
mientras que con los ojos hacia el cielo
y las manos abiertas
ofreces al Padre un signo de ofrenda sacerdotal,
la víctima redentora de tu Hijo Jesús.
Muéstranos la dulzura del último fiel abrazo
y danos tu maternal consuelo,
para que el dolor cotidiano
nunca apague la esperanza de vida más allá de la muerte. Amén.


DECIMOCUARTA ESTACIÓN


Jesús es puesto en el sepulcro
El jardín nuevo

«Había un huerto en el sitio donde lo crucificaron, y en el huerto un sepulcro nuevo donde nadie había
sido enterrado todavía... Allí pusieron a Jesús» (Jn 19,41-42).

Aquel jardín, donde se encuentra la tumba en la que Jesús fue sepultado, recuerda otro jardín: el Jardín
del Edén. Un jardín que, a causa de la desobediencia, perdió su belleza y se convirtió en desolación, lugar
de muerte en vez de vida.

Las ramas silvestres que nos impiden respirar la voluntad de Dios, como el apego al dinero, la soberbia, el
derroche de la vida, se han de cortar e injertarlas ahora en el madero de la cruz. Este es el nuevo jardín: la
cruz plantada en la tierra.

Desde allí, Jesús puede ahora llevar todo a la vida. Cuando retorne de los abismos infernales, donde
Satanás ha encerrado a muchas almas, comenzará la renovación de todas las cosas. Aquel sepulcro
representa el fin del hombre viejo. Y, como para Jesús, Dios tampoco ha permitido para nosotros que sus
hijos fueran castigados con la muerte definitiva. La muerte de Cristo abate todos los tronos del mal,
basados en la codicia y la dureza de corazón.

La muerte nos desarma, nos hace entender que estamos expuestos a una existencia terrenal que termina.
Pero, ante ese cuerpo de Jesús puesto en el sepulcro, tomamos conciencia de lo que somos: criaturas
que, para no morir, necesitan a su Creador.

El silencio que rodea ese jardín nos permite escuchar el susurro de una suave brisa: «Yo soy el que vive, y
yo estoy con vosotros» (cf. Ex 3,14). El velo del templo se rasgó. Finalmente vemos el rostro de nuestro
Señor. Y conocemos plenamente su nombre: misericordia y fidelidad, para no quedar nunca confusos, ni
siquiera ante la muerte, porque el Hijo de Dios fue libre en medio de los muertos (cf. Sal 87,6 Vulg.).


ORACIÓN

Protégeme, oh Dios, en ti me refugio.
Tú eres mi heredad y mi copa,
en tus manos está mi vida.
Te pongo siempre ante mí, como mi Señor,
contigo a mi derecha, no vacilaré.
Por eso se me alegra el corazón, se regocija mi alma,
y también mi carne descansa segura.
No abandones mi vida en el abismo
ni dejes a tu fiel conocer la corrupción.
Me enseñarás el sendero de la vida,
me saciarás de gozo en tu presencia,
de alegría perpetua a tu derecha. Amén.
(cf. Sal 15)

Fuentes:
http://www.aciprensa.com
http://www.webcatolicodejavier.org/viacrucis.html