Mostrando entradas con la etiqueta Matrimonio. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Matrimonio. Mostrar todas las entradas

lunes, 19 de diciembre de 2016

Feminismo: La "Lucha de Sexos"

Antes de empezar a desarrollar el tema que quiero tratar en este artículo, quisiera hacer una aclaración, para evitar malos entendidos: la violencia contra las mujeres es repudiable y debe ser condenada por la ley y por cualquier persona de buena voluntad, como debe ser condenada la violencia contra los ancianos, contra los niños por nacer y contra cualquier grupo humano que, por la razón que sea, se vea en inferioridad de condiciones físicas, psíquicas, sociales, etc.

Un hombre que golpea o mata a una mujer debe ser castigado; de igual modo, una mujer que golpea a un niño o lo asesina mediante un aborto. El problema comienza cuando se pretende dar mayor peso a la violencia contra un grupo determinado de personas. Golpear a otro, sea hombre o mujer, está mal. No hay razón para decir que, si el victimario es hombre y la víctima mujer, está mal, pero si es al revés, está bien.

El marxismo propone la lucha de clases, donde los ricos son los malos y los pobres los buenos. Esa idea fue cambiando algunos componentes, hasta convertirse hoy en la “lucha de sexos”, donde la mujer es la oprimida y el varón el opresor. Los que defienden estas ideas nunca van a admitir que sea así, pero basta ver un video de “concientización” para darse cuenta de lo que hablo. Hace unos días, haciendo “zapping” di con uno de estos spots, donde actuaba gente del ambiente artístico más chabacano, pero suficiente como para influenciar a las masas. Frases como “¿Te dice que es mejor que no trabajes, que te quedes en casa? Eso es violencia” o “¿Te pregunta con quién hablas por celular? Eso es violencia”. En un momento, uno de estos actorcillos de telenovelas, pregunta “¿Un insulto, un empujón?”; y así mezclan la violencia con el legítimo derecho que tiene un marido a saber con quién habla su esposa o de pedirle, si así lo considera conveniente, que se quede en casa a cumplir su función de madre y esposa. En una parte del video, uno de los personajes dice “Si se arrepiente y te pide perdón, no alcanza”. Entonces, la única vía sería el divorcio.

Ya Engels en “El Capital” se manifestaba hostil hacia la familia. La subversión marxista jamás buscó proteger al proletario o a la mujer frente al avasallamiento de los capitalistas o los varones, respectivamente. De hecho, la historia muestra que, lejos de hacer prosperar a los pobres, el comunismo se encargó de empobrecer a las clases medias, sumando más pobreza a la ya existente. Con la mujer se da la contradicción de que, si bien por un lado aparentan defenderla, por el otro dicen que es (la mujer) una construcción social. Así se desarrolló la tristemente célebre ideología de género, que niega las diferencias sustanciales del varón y la mujer, reduciéndolas al sexo que, eventualmente, también podría cambiarse, según el antojo de los depravados.

Llegados a este punto, podrá preguntarse el lector: ¿a dónde quiere llegar quien escribe? La respuesta es sencilla: el adoctrinamiento de las masas, mediante la educación, los medios de comunicación y demás, para subvertir el orden moral y eliminar el sentido común, es un hecho. No se trata de una teoría conspirativa. Los mismos que se levantaron en armas contra la Patria en los años 60 y 70 para instaurar un régimen marxista, son los que hoy están en el Congreso legislando en contra de la familia y la vida humana, son los mismos que hoy desinforman utilizando los medios de comunicación, son aquellos que pintan consignas en las paredes de la Catedral como “la única iglesia que ilumina es la que arde”. Es la revolución gramsciana que, como un cáncer, está matando a nuestro país y al mundo entero.

Los feministas consideran que todo lo que vaya en contra de la decisión de una mujer, es violencia, así esa decisión sea inmoral. Según ellos, si una mujer queda embarazada y no se le permite abortar, es víctima de violencia de género. Ni el fin ni los medios importan para legitimar o condenar una acción, sino si quien la ejecuta es una mujer o un varón.

San Agustín en su magnífica Civitate Dei expone muy bien el problema. La Iglesia sigue su marcha y la promesa de Cristo, respecto a que las puertas del infierno no prevalecerían contra Ella, debe darnos la tranquilidad de que así será. Pero está la Babilonia, bajo el dominio de Satanás, que corrompió al poder político y que vomita todo su odio, utilizando a los movimientos feministas, el periodismo, las escuelas y todo lo que esté a su alcance para pervertir todo orden establecido por el Creador. Sabe el demonio que, finalmente, será derrotado, por eso ataca lo que Dios más ama. Así buscan las logias y sectas subvertir todo orden, utilizando movimientos como el feminismo, para violentar las conciencias, haciendo creer que está bien asesinar bebés, borrar la figura del padre, prostituir con la impudicia y las malas costumbres a la mujer; promover la sodomía; el onanismo y demás perversiones.

Es importante la oración en familia, la participación en la Santa Misa de los padres junto a los hijos, frecuentar los Sacramentos y formarse no sólo para sí, sino también para formar. Una charla en el ámbito laboral o un comentario en las redes sociales, puede rescatar a un hijo de Dios perdido en la pestilencia del pensamiento único que se impone con más rencor cada día, con la connivencia de presidentes de muchas naciones, de miembros de organizaciones internacionales y, para nuestro pesar, de muchos pastores a los que el Señor les confió el cuidado de Su rebaño.

Hace menos de un año se estrenó en Argentina una película llamada “Me casé con un boludo”. Llama la atención que, los mismos que consideran violento a un hombre por preguntarle a su esposa con quién habla por celular, se rían de una mujer que llama “boludo” a su marido.

Ayer eran los proletarios contra los capitalistas, hoy las mujeres contra los hombres. Mañana tal vez sean los niños contra sus padres. Toda división o antagonismo sistemático entre distintos grupos humanos, responde a un plan diabólico. Nadie puede adherir a ideas así sin incurrir en una grave ofensa a Dios.


Pidamos a María Santísima que interceda por las familias, especialmente por aquellas que sufren divisiones internas o que se ven atacadas desde afuera por la dictadura del relativismo, como bien llamaba el Papa Emérito Benedicto XVI a esta corriente ideológica que persigue a todo el que no adhiera a ella.

Gustavo Arias.

sábado, 23 de julio de 2016

La Mujer en el Mundo Actual

En el día de Nuestra Señora del Carmen, el Cardenal Primado del Perú Juan Luis Cipriani, hizo una reflexión sobre la situación de la mujer en el mundo actual, indicando que “la están atacando (a la mujer) más que nunca”, con la ideología de género. Muy acertadas las afirmaciones del Cardenal, por eso consideré escribir este pequeño artículo, agregando otros elementos que pasan desapercibidos, pero que tienen una íntima relación con la mujer en el mundo de hoy.

Cuando comenzaron a tener relevancia los movimientos feministas a mediados del Siglo XX, reclamaban cosas con las que cualquier persona de buena voluntad podía estar de acuerdo, como el derecho al sufragio, la igual remuneración ante la misma tarea desempeñada en un trabajo y demás; pero no muy atrás en el tiempo, se empezó a poner a la mujer en el lugar del hombre. Lo que parecía una “inocente rebeldía”, como que una mujer vista pantalones, escondía intenciones verdaderamente satánicas.

No hay que ser experto en demonología para colegir que satanás ataca lo que Dios más ama. No hace falta haber tenido experiencias como exorcista para saber que María Santísima, la creatura más perfecta y noble de toda la creación, es lo que el diablo más aborrece. El Protoevangelio anuncia que la mujer y su descendencia aplastarían la cabeza a satanás (Gén. 3:15). Con este anuncio, las fuerzas del mal comenzaron una lucha sin cuartel contra Dios y sus creaturas. Mientras el mundo se rigió más o menos con la Ley de Dios, el poder del maligno estaba muy limitado, pero cuando el hombre, en su libertad que nunca es violentada por el Creador, comenzó a apartar de la vida pública y privada al Señor, el diablo extendió cada vez más el mal hasta que llegamos al día de hoy, donde el hombre ya no es considerado como varón y mujer, sino como una mezcla amorfa de caprichos, donde el varón puede ser mujer, casarse con otro varón que piensa que puede encargar en una clínica un bebé con el color de ojos que a ellos se les antoje, como si se tratara de una pizza; y que, cuando uno de los dos sea viejito, cada cual habiendo vivido más de cinco “matrimonios”, pueda ir a la misma clínica, donde armó a gusto del consumidor a su hijo, a quitarse la vida.

En los últimos quinientos años fue acrecentándose poco a poco el repudio del hombre por lo sacro. La herejía protestante jamás negó al Dios uno y trino, ni la real divinidad y humanidad de Cristo, pero sí negó a Su Madre, reduciéndola a una mujer más que Dios eligió para hacerse hombre, pero que tuvo otros hijos. Se negó a la Iglesia, que es una, santa, católica y apostólica, el Cuerpo Místico de Cristo y pastoreada por el legítimo sucesor de Pedro, el Papa. Cada uno se arreglaría sólo con Dios, prescindiendo de los Sacramentos instituidos por Jesús. Hago lo que quiero, total ya me salvé en el momento en que dije “creo en que Jesús es mi salvador”.

Los movimientos liberales, promovidos por la masonería, llevaron adelante la Revolución Francesa, que impuso el pensamiento único, donde Dios era una especie de spray, una fuerza o energía creadora, que nos mira desde algún lugar, pero no interviene. Hoy están de moda muchas religiosidades con esta o parecidas ideas, todas nucleadas en la “New Age”.

Luego llegamos a finales del siglo XIX y principios del XX, donde el marxismo niega totalmente a Dios, atribuyéndole todo lo creado a una sucesión de causas puramente materiales. Todo podría explicarse naturalmente. Incluso los acontecimientos histórico-políticos tendrían una explicación material, donde un grupo de hombres malos (o capitalistas) domina a otro grupo de hombres buenos (o proletarios). La solución estaría en que los buenos eliminen a los malos y dominen las naciones. La bondad y maldad no dependen de los actos humanos, de cuán noble o canalla sea el hombre, sino sólo de su pertenencia a un estrato social.

Con este proceso, que algunos autores inician hace quinientos años (como lo hice yo), pero que en realidad se fue gestando desde el rechazo de Adán y Eva al Amor de Dios, llegamos al día de hoy, donde los distintos componentes de la herejía, el liberalismo y el marxismo, se combinan, formando distintas ideas o movimientos que usa satanás para extender el mal, con la colaboración servil del hombre.

Podemos ver hoy que todo está permitido expresar, menos la adhesión a la Verdad, que es reducida a una idea retrógrada, en el mejor de los casos, y en otros países es censurada en nombre de la libertad. En algunos lugares de Europa hay leyes “antidiscriminación”, donde decir que el matrimonio fue instituido por Dios indisoluble entre un hombre y una mujer es considerado un delito, pero si digo que un niño puede someterse a una operación de “cambio de sexo”, soy “cool” y puedo tener lugar como candidato en los partidos políticos de mayor peso.

El asesinato cobarde a inocentes, promovido por las feministas y todo el arco “políticamente correcto”, ya está casi impuesto en todo occidente. En nuestro país es un delito, sin embargo, el gobierno kirchnerista se las arregló para que, mediante un protocolo, los promiscuos y  amancebados puedan asesinar a sus hijos. El “cambio” tomó un montón de medidas económicas, anunció proyectos de infraestructura y demás, pero de anular el protocolo criminal, ni una palabra.

Hay muchas cosas más para decir, pero sería alargar demasiado un artículo que solamente busca aportar un granito de conciencia allí donde todavía la hay. Para recapitular, basta poner los conceptos anteriormente expuestos bajo la lupa de la Fe:

El demonio odia al género humano, por eso pretende alejarlo de su Creador, impulsando las herejías que niegan la autoridad del Vicario de Cristo, de la Iglesia y demás medios de gracia; pretende dividir a los hombres entre buenos y malos, promoviendo el odio de unos contra otros; busca imponer una confrontación entre el varón y la mujer para destruir a la familia, base de la sociedad e iglesia doméstica, donde el hombre aprende a amar.

Una madre con su hijo en el vientre, es para satanás la figura de María Santísima con Jesús. La sociedad que aprueba el aborto se hace servidora del mal y se burla de Dios. No dudo de la buena intención de algunas personas que apoyan el feminismo moderno. Es cierto que, durante mucho tiempo, la mujer fue víctima de desigualdades, pero también es cierto que se utilizan esas desigualdades como excusas para matar bebés; como se utiliza la desigualdad social para odiar a los ricos y, de ser posible, asesinarlos, como propone el marxismo.

Tiene razón el Cardenal Cipriani al afirmar que a la mujer la están atacando más que nunca. La atacan porque quieren quitarle lo más bello que tiene: ser mujer. La figura de María Santísima es el modelo más perfecto de mujer, pero para los servidores conscientes o inconscientes del mal, la mujer debe ser promiscua, independiente, vestir como prostituta, consumir alcohol y, como frutilla del postre de estiércol que ofrece satanás; asesinar a sus hijos, que son imagen del Divino Niño.

El Señor advierte sobre el destino de quienes se atreven a escandalizar a uno de estos pequeños (Mt. 18:6; Mc. 9:42; Lc. 17:2).

VAE MUNDO AB SCANDALIS!


El Señor tenga misericordia de nosotros.

Gustavo Arias.

martes, 3 de marzo de 2015

Los Católicos Argentinos y la Política

“Panem et circenses” puede resumir los últimos 70 años de peronismo que, entre golpes de estado, terrorismo subversivo, cortos períodos de radicalismo y alianzas vergonzosas entre distintas facciones políticas, se ha perpetuado en el poder.

Con algunas variantes ideológicas y líderes más o menos carismáticos, el pan y el circo fue siempre la línea que siguieron los justicialistas. La “década ganada” no podía ser menos y, dando planes sociales, Pro-Cre-Ar, asignaciones universales y demás beneficios a las clases baja y media-baja, ha completado la primera parte de esa alocución latina. La segunda fue coronada, entre otras cosas, con el Fútbol Para Todos.

Nadie podría discutir que muchos planes sociales son necesarios para “salir de apuro”, pero de ahí a hacer pasar a los subsidiados como personas con trabajo en blanco para reducir al mínimo posible las estadísticas de desocupación, y que encima los beneficiados por dichos planes se dejen utilizar como marionetas, es algo muy distinto. El Pro-Cre-Ar dio a muchísimas personas la posibilidad de adquirir una casa propia, pero que un cristiano, por haber accedido a este programa, diga “yo estoy de acuerdo con este gobierno” y defienda la sucesión ininterrumpida de inmoralidades que se  sobrevienen desde hace años, habla de que estamos ante personas de una mezquindad moral monstruosa, en el mejor de los casos. No importa que desde el Estado se cometan las peores aberraciones y se atente sistemáticamente contra la moral; mientras el 54% tenga sus pesitos depositados todos los meses, pueda adquirir una casa o mirar fútbol sin pagar un codificador, el peronismo va a seguir siendo el régimen imperante en nuestra desangrada Argentina.

Con lo dicho podemos cerrar este artículo, porque basta y sobra para dar las razones por las cuales un cristiano no debería estar en las filas del peronismo, pero, como la tibieza encuentra siembre razones para justificar el vicio, vamos a exponer lo más grave, aquello que solamente personas sin siquiera sentido de la moral pueden justificar para identificarse con el gobierno actual.

Cuando el fiscal Alberto Nisman murió de manera misteriosa, un día antes de exponer una denuncia en la que se veían comprometidos funcionarios del gobierno y afines, muchos kirchneristas dijeron: Bueno, si se comprueba que el gobierno tuvo algo que ver con la muerte del fiscal, vamos a tener que ir apartándonos de sus filas porque estamos hablando de un gobierno mafioso. Yo le pregunto a esta gente: ¿Acaso el crimen de un fiscal es lo más grave que hizo (en caso que lo haya hecho) este gobierno? No seamos hipócritas. La cantidad de muertes en manos de delincuentes que hay en este país, con el silencio cómplice del discurso oficialista, viene ensuciando al gobierno y sus simpatizantes hace muchísimo tiempo. Aún así, los más laxos podrían seguir justificándose, porque lo que presentamos hasta ahora, si bien es gravísimo, no abarca todo el arco de inmoralidades que existen.

Desde el gobierno de Perón, con la legalización de prostíbulos, el impulso de leyes de divorcio, la quema de iglesias, el fomento de organizaciones subversivas de izquierda y derecha, etc., hasta la actualidad, en que se escucha a funcionarios kirchneristas jactándose de la distribución de preservativos, el mal llamado “matrimonio gay”, el sistema educativo que adoctrina a los niños y jóvenes en el materialismo ateo y el aborto que ya se practica en hospitales públicos; sobran razones para que un católico no solamente no adhiera a este gobierno, sino que ponga todos los recursos que estén a su alcance para librar el Buen Combate contra los enemigos de Cristo que, desde la Casa Rosada, el Congreso y demás edificios públicos, siguen atentando contra nuestra Santa Fe.

La economía es parte fundamental de la gestión de un gobierno. El mismo Papa Francisco habló en múltiples ocasiones sobre la necesidad de políticas más inclusivas, que den soluciones concretas a la pobreza y permitan a todos los ciudadanos acceder a una vida temporal digna, sin embargo nadie puede simpatizar con un gobierno solamente porque la economía funciona bien. Más aún, nadie puede decir que en este país hay auténtica inclusión porque sigue habiendo planes sociales, en vez de trabajo en blanco, siguen muriendo niños víctimas de la desnutrición y podríamos seguir la lista de falencias que este gobierno tiene en materia de inclusión y desarrollo económico, pero como se viene entendiendo a lo largo de este artículo, no es esta área de la política la que más nos compromete como nación.

El cielo no se gana con billetes, sino haciendo la Voluntad de Dios y, el peronismo, sobre todo en los últimos 10 años, mancilló cada uno de los Mandamientos de la Ley de Dios. No debería sorprendernos, al tener en las más altas esferas del gobierno a enemigos declarados de la Iglesia: feministas, abortistas, homosexualistas, masones, marxistas y una larga lista de elementos que, amparados bajo la maquinaria del poder, siguen atentando contra la Patria y promoviendo abiertamente la lucha contra la Iglesia de Cristo.

Lo más sorprendente es que, sabiendo todo esto, exista gente que participa de la Santa Misa los domingos y, de lunes a sábado apoye a los enemigos de Cristo. Otros no apoyan al kirchnerismo, pero sí a alternativas que, aunque prometen mayor rigurosidad contra los delincuentes, siguen apoyando la contranatura, el desarrollo de lobbies y demás batallas que no tienen otro fin que vaciar a nuestra Argentina de su identidad católica e hispana. Pareciera que la opción por “ninguno” les resulta anti-democrática, entonces adhieren al “menos malo”. ¿Es legítimo esto?

La democracia es muy valorada por el magisterio de la Iglesia, pero la Doctrina Social nos enseña que, tanto la democracia, como la monarquía o cualquier otro sistema, siempre que sea justo, es legítimo. Nadie “falla a la democracia” por no adherir a partido alguno. Y aunque lo hiciera, hay valores muchísimos más importantes que deben tutelarse antes que la democracia. Es como que un padre, por no dejar que su hijo se aburra, lo deje jugar con las serpientes. Todavía más: nadie peca por no ser democrático y mucho menos cuando, tomando esta postura, trata de ser fiel a Cristo.

En Lucas 11:23, el mismísimo Cristo nos dice que el que no está con Él, está contra Él y el que no recoge con Él, desparrama. Parece una perogrullada, pero hay que decirla para aclarar un poco el panorama de algunos hermanos: EL QUE ESTÁ CON ESTE GOBIERNO, ESTÁ CONTRA CRISTO.

Lejos de querer apuntar con el dedo a nuestros hermanos, quise con este artículo cumplir con la corrección fraterna. Todos somos pecadores y debemos luchar contra nuestras flaquezas, pero, nombrando de nuevo al Papa Francisco: PECADORES, SI; CORRUPTOS, NO. El que es pecador por debilidad, es perdonado por el Señor todas las veces que se arrepienta, pero el que, sabiendo que está en el error, no se arrepiente y sigue en su conducta, convirtiéndose así en un corrupto, no puede ser alcanzado por la Divina Misericordia que no violenta la voluntad de las personas, a las cuales Dios creó libres.


Recemos, hermanos, por nuestra Patria y digamos junto a María: ¡ARGENTINA, CANTA Y CAMINA!

Gustavo Arias.

viernes, 22 de noviembre de 2013

El Poder de la Fidelidad Conyugal

Hoy quiero compartir con ustedes un artículo muy interesante redactado por Gabriella Gambino que ha publicado el Pontificio Consejo para los Laicos en su página web.

EL PODER DE LA FIDELIDAD CONYUGAL
Gabriella Gambino

La fidelidad es la actitud de coherencia y de constancia en la adhesión a un valor ideal de amor, de bondad, de justicia; pero también puede ser entendida como el compromiso con el cual una persona se vincula a otra con un vínculo estable y mutuo. En otras palabras, la fidelidad no implica solamente la adhesión a un valor abstracto, sino que puede también referirse a la voluntad y el compromiso hacia una persona, como sucede en la relación amorosa. Como tal, el valor de la fidelidad ha siempre encontrado su más perfecta expresión humana en la fidelidad entre cónyuges, a través de la exclusividad y unicidad de la relación amorosa consagrada en el matrimonio.

Sin embargo, las costumbres y la moral más comunes en la época moderna parecen incapaces de comprender el extraordinario poder humanizante de este valor, capaz de realizar plenamente las dimensiones
ética y espiritual de la persona que, cuando es fiel, puede vivir de modo coherente verdad y libertad, verdad y amor. A partir de la revolución sexual del siglo pasado, se ha extendido de manera significativa un
cuestionamiento general de los valores tradicionales del matrimonio que ha producido no solamente una fractura radical entre sexualidad y matrimonio, sino que ha puesto las bases para una sexualidad fluida y
reducida a la dimensión del placer, ha privado la relación de amor conyugal de la capacidad de ser fieles a la persona amada.

Viéndolo bien, el problema es mucho más general: en la reflexión filosófica moderna y contemporánea, el tema de la fidelidad resulta casi completamente ausente, salvo pocos casos como por ejemplo la moral
kantiana, que reduce la fidelidad al respeto por el imperativo o J. Royce que la remite a la “devoción de una persona a una causa” (The philosophy of loyalty, 1908). En efecto, en la moral más común la fidelidad es percibida como un deber abstracto y pesado, que reduce la libertad de la persona, obligándola a renunciar a otras posibilidades que se podrían presentar en el curso de la existencia.

Inclusive en las evoluciones más recientes del derecho de familia, la obligación de respetar la fidelidad conyugal ha sido casi completamente privada de significado. En Italia, por ejemplo, si bien el artículo 143 c.c. hace derivar de la celebración del matrimonio la obligación recíproca de fidelidad entre los cónyuges, la simple violación de tal deber – es decir el adulterio – no es suficiente para justificar la culpabilidad de la separación al cónyuge responsable, a menos que no se demuestre con pruebas concretas que del mismo deriva la imposibilidad de convivencia. En ese sentido, la norma civil en materia de divorcio ha sufrido cambios significativos, que han hecho aún más fragil la unión conyugal, y siempre menos importante el valor del compromiso de fidelidad. En efecto, si hasta los años sesenta la violación de la fidelidad conyugal comportaba el derecho a obtener el divorcio por culpa por parte del cónyuge ofendido – con consiguiente atribución de la responsabilidad al otro cónyuge – en los ordenamientos actuales tal concepto ha definitivamente desaparecido.

En los Estados Unidos y en Europa, el abandono del sistema de divorcio por culpa (y la consecuente introducción del divorcio sin atribución de culpa) establecen un contexto jurídico y cultural coherente con la idea del divorcio unilateral como derecho constitucional individual. Si la causa objetiva del divorcio se vuelve irrelevante (como el caso de la violación del deber de fidelidad), interesa solamente la voluntad subjetiva de quien quiere divorciarse. En ese sentido, la disciplina del matrimonio y del divorcio reflejan la reflexión jurídica reciente, de matriz liberal, que tiende a reducir el matrimonio a un contrato, a la mera unión voluntaria de dos personas que desean casarse, y que debe durar solamente mientras deseen permanecer casadas.

En ese sentido, cuando los juristas hablan de privatización del matrimonio, en realidad el término privatizar puede ser atribuido al propio origen etimológico, como privare: tomar una realidad que era portadora de características y requisitos intrínsecos y vaciarla de ellos, haciendo que ya no los tenga. Pero, si la fidelidad ha sido el instrumento que el derecho ha individuado para garantizar la exclusividad de la relación amorosa y la estabilidad de la familia que de ella puede derivar, por algo debe ser. En el fondo el derecho garantiza la seguridad de la coexistencia, la certeza y la justicia de las relaciones humanas, sobre todo de aquellas relaciones que el derecho reconoce a través del matrimonio y la familia conyugal – de las cuales pueden derivar nuevos individuos. ¿Cuál es entonces el peso antropológico de la fidelidad? ¿Por qué el derecho la considera un deber, aún cuando hoy sean débiles los efectos de su violación? En la teología cristiana, la fidelidad de Dios Padre a la promesa de salvación de sus hijos es la máxima expresión de Su amor por nosotros, de un amor fuerte, firme, definitivo, que se ofrece como don y que pide ser acogido y no merecido. En la modernidad, en cambio, la fidelidad parece vinculada al hecho que aquel a quien amamos debe merecer este amor. Por ello, cuando se comporta en modo de ya no merecerlo, se disuelve el vínculo de fidelidad.

Sin embargo, el sentido de la fidelidad como valor humano puede comprenderse justamente cuando se le considera como virtud moral en el amor y, en particular, en el amor conyugal indisoluble, en el cual ésta se liga necesariamente a la dimensión del tiempo. El tiempo como duración de toda la vida, que dona a la persona la posibilidad de desplegar y de realizar su proyecto de felicidad en el curso de su existencia. Para comprender este aspecto extraordinario del amor conyugal fiel e indisoluble, es indispensable detenerse un momento a reflexionar sobre como nace y se consolida el amor entre dos seres humanos.

Como narra desde siempre la literatura romántica, es innegable que el verdadero amor conduce al amante a desear solo al amado de manera exclusiva y definitiva: no hay enamorados que no se juren amor eterno. Pero entre el enamoramiento y el amor fiel hay algunos pasos que los amantes deben dar hasta llegar a ofercerse a sí mismos en una esfera mucho más grande que sí mismos, una atmósfera en la que su amor recíproco podrá respirar y vivir, nutriéndose de la libertad recíproca y la voluntad de ser fieles a este amor para siempre.

En este sentido, es extraordinaria la imagen que K. Wojtyla empleó en la obra teatral El taller del orfebre: las alianzas nupciales, símbolo no solamente del amor sino de la fidelidad, son forjadas por el Orfebre (Dios); en ese sentido, ellas no representan solamente la decisión de los esposos de permanecer juntos, sino que su amor es estable y fiel porque es sostenido por el amor de Dios. Su amor y su fidelidad son forjados y protegidos por El, trascendiendo a los esposos mismos. No es casualidad, como ha recordado recientemente también el Papa Francisco en la Lumen fidei, que en la Biblia la fidelidad de Dios es indicada con la palabra hebrea 'emûnah (del verbo 'amàn), que en su raíz significa “sostener”. Se comprende así por qué el efecto de la fidelidad es la posibilidad de construir la relación conyugal verdaderamente sobre la “roca”.

En estos términos el sacramento del matrimonio constituye en sí una fuerza que sostiene a los esposos sosteniendo su respectiva voluntad de permanecer juntos en fidelidad, en respeto del amor prometido, no solamente como sentimiento, sino todavía más como adhesión a una común vocación, que justamente en el con-yuge encuentra el instrumento para portar juntos el mismo yugo, manteniendo el mismo paso, en el curso de su existencia.

Para comprender más de cerca la estructuración antropológica de la dinámica de la fidelidad en el amor, es necesario partir de la idea de que la dinámica afectiva, como proceso de en-amoramiento de la persona (aprender a amar), pasa a través de algunos niveles que se entrecruzan en un proceso de maduración que exige un compromiso personal creciente.

Estos niveles, tomados de la terminología de Santo Tomás sobre el amor, inician con el aparecer del objeto amado en la esfera existencial del amante, produciendo emociones inmediatas – la fase del amor romántico, en la cual el tiempo parece escurrirse a los amantes, que desean estar juntos la mayor parte del tiempo posible – hasta el conocimiento afectivo del amado, que se descubre como quien tiene capacidad de amar. La relación inicia así a transformarse en una promesa, una anticipación de un amor más grande. Ahora el tiempo no es contrario al amor y a sus emociones, como en la fase romántica, sino que hace parte de su realidad misma: el afecto necesita tiempo para madurar y realizar todo lo que contiene. En la relación se inicia a percibir un camino y la anticipación del proyecto de perfeccionamiento futuro. Al amado no se le quiere solamente por lo que es actualmente, sino por la maravilla que puede alcanzar en el curso de su existencia. “Fundados en este amor, hombre y mujer pueden prometerse amor mutuo con un gesto que compromete toda la vida […]. Prometer un amor para siempre es posible cuando se descubre un plan que sobrepasa los propios proyectos, que nos sostiene y nos permite entregar totalmente nuestro futuro a la persona amada” (Francisco, Lumen Fidei, 53).

Tal nivel es llamado con-formación porque aquí la relación de amor hace cambiar de forma al amante y se realiza a través de la armonía afectiva y el complacerse mutuo, o sea, en la fórmula “es bueno que tú existas”. El complacerse es el primer momento consciente el amor del que se origina la libertad como aceptación del amado. Implica el compromiso con él, como si fuera cosa propia, y funda el sentimiento interno de obligación, de modo que del mismo podrán brotar algunas acciones que son debidas al amado.

Es en este momento que se configura la importancia de la fidelidad como respuesta a una persona y no como un rígido voluntarismo. Fidelidad como virtud, plenamente realizada en la vida concreta, y construida sobre la integración entre amor y sexualidad, y no como mera adhesión a un amor espiritual, desvinculado de la prudencia y del afecto carnal, que podría dirigirse en otras direcciones. En tal sentido, la conciencia virtuosa debe insistir sobre la integración afectiva como una “fidelidad creadora” (G. Marcel), que sea capaz de regenerar continuamente el complacerse amoroso entre los amantes para que permanezcan unidos.

Así la dinámica afectiva conduce a una apertura a la razón, a una intención unitiva en los amantes, que realiza la perseverancia del amor disponiendo de la comunión de las personas como realidad permanente. La libertad estructura desde este momento la acción del amante y la verdad del amor adquiere un valor específico, puesto que intentará promover una comunión que será verdadera o falsa según la capacidad de actualizar esta relación. “La verdad, rescatando a los hombres de las opiniones y de las sensaciones subjetivas, les permite […] apreciar el valor y la sustancia de las cosas. La verdad abre y une el intelecto de los seres humanos en el lógos del amor” (Benedicto XVI, Caritas in Veritate, 4). Verdad y fidelidad avanzarán juntas y la caída de la voluntad de realizar la relación estará estrechamente unida a la falta de fidelidad al amado.

En la fidelidad, por lo tanto, el rol de la razón es decisivo pues ayuda constantemente al amante a discernir la verdad del afecto en relación al sentido de la acción que cumple. El fin de la fidelidad es la comunión que reclama el don de sí, porque el don no es causado por la afectividad sino por el amor libre y consciente. En ese sentido, libertad no es búsqueda del placer, sin llegar nunca a una decisión, sino que es capacidad de decidirse por un don definitivo y exclusivo. Solamente quien puede prometer para siempre demuestra ser dueño del propio futuro, lo tiene entre sus manos y lo dona a la persona amada.

Se comprende así por qué el contenido de la fidelidad es la confianza: confianza en el futuro y en el otro, al que se hace el don de sí. Al contrario, lo que paraliza y esclaviza es el temor de comprometerse: en el fondo, priva de la libertad y de la capacidad de la razón de seguir el corazón.

A pesar del camino de indiferencia que está marcando el valor de la fidelidad en el derecho y en la moral común, queda el hecho de que la fidelidad es una auténtica forma de expresión de la fuerza, de la coherencia y de la esperanza de las que es capaz el ser humano: en la opción por una persona, la fidelidad es siempre obediencia libre y consciente al ideal que se ha escogido, a la promesa que se ha hecho. En ese sentido, el derecho, como ius, la ha siempre considerado expresión de la justicia entendida no solamente como adhesión a los valores de confianza y lealtad, sino más todavía como respeto del otro y de la coexistencia en ese camino sólido y estable que el hombre y la mujer, en el matrimonio, deciden recorrer juntos hacia la realización plena recíproca y la felicidad.

Por estas razones la fidelidad tiene un significado antropológico irrenunciable y un poder humanizante extraordinario, capaz de desarrollar plenamente los recursos y las riquezas interiores de cada ser humano.

Fuente: http://www.laici.va/content/laici/es.html