Agosto es el mes del Inmaculado Corazón de María. Originalmente, la fiesta se celebraba el 22, pero luego de las reformas del Concilio Vaticano II, pasó a celebrarse el día siguiente a la fiesta del Sagrado Corazón.
Quiero dejarles este artículo donde el autor nos introduce en el misterio del Corazón Inmaculado de María Santísima.
EL INMACULADO CORAZÓN DE MARÍA
Aunque
la concepción de Jesús se realizó por obra del Espíritu Santo, pasó por
las fases de la gestación y el parto como la de todos los niños.
Admirablemente el Corazón de María dio su sangre y su vida a Jesús Niño,
pero la maternidad de María no se limitó al proceso biológico de la
generación, sino que contribuyó al crecimiento y desarrollo de su hijo.
Siendo la educación una prolongación de la procreación, el Corazón de
María educó el corazón de su Niño, y le enseñó a comer, a hablar, a
rezar, a leer y a comportarse en sociedad. Ella es Theotokos porque
engendró y dio a luz al Hijo de Dios, y porque lo acompañó en su
crecimiento humano. Jesús es Dios, pero como hombre tenía necesidad de
educadores, pues vino al mundo en una condición humana totalmente
semejante a la nuestra, excepto en el pecado (Hb 4,15). Y como todo ser
humano, el crecimiento de Jesús, requirió la acción educativa de sus
padres.
El evangelio de san Lucas, particularmente atento al período de la
infancia, narra que Jesús en Nazaret estaba sujeto a José y a María (Lc
2,51). Y "María guardaba todas estas cosas en su corazón" (Lc 2,51).
LA EDUCADORA
Los dones especiales de María, la hacían apta para desempeñar la misión
de madre y educadora. En las circunstancias de cada día, Jesús podía
encontrar en ella un modelo para imitar, y un ejemplo de amor a Dios y a
los hermanos. José, como padre, cooperó con su esposa para que la casa
de Nazaret fuera un ambiente favorable al crecimiento y a la maduración
personal del Salvador. Enseñándole el oficio de carpintero, José insertó
a Jesús en el mundo del trabajo y en la vida social.
María, junto con José, introdujo a Jesús en los ritos y prescripciones
de Moisés, en la oración al Dios de la Alianza con el rezo de los salmos
y en la historia del pueblo de Israel. De ella y de José aprendió Jesús
a frecuentar la sinagoga y a realizar la peregrinación anual a
Jerusalén por la Pascua. María encontró en la psicología humana de Jesús
un terreno muy fértil. Ella garantizó las condiciones favorables para
que se pudieran realizar los dinamismos y los valores esenciales del
crecimiento del hijo.
María le dio una orientación siempre positiva, sin necesidad de corregir y sólo ayudar a Jesús a crecer «en sabiduría, en edad y en gracia» (Lc
2, 52) y a formarse para su misión. María y José son modelos de todos
los educadores. Su experiencia educadora es un punto de referencia
seguro para los padres cristianos, que están llamados, en condiciones
cada vez más complejas y difíciles, a ponerse al servicio del desarrollo
integral de sus hijos, para que lleven una vida digna del hombre y que
corresponda al proyecto de Dios (Juan Pablo II).
Aunque fue su madre quien introdujo a Jesús en la cultura y en las
tradiciones del pueblo de Israel, será él quien le revele su plena
conciencia de ser el Hijo de Dios, siguiendo la voluntad del Padre. De
maestra de su Hijo, María se convirtió en su discípula. Jesús empleó los
años más floridos de su vida, educando a su Madre en la fe. Lo
trascendental que resulta y fecundo gastar largos años en la formación
de un santo. Tres años de vida itinerante y treinta años de vida de
familia.
La mejor discípula del Señor, fue formada por el mismo Señor, su Hijo.
¡Qué tierra más fértil la suya para recibir sus enseñanzas! Ella fue la
única que dio el ciento por uno de cosecha. En realidad dijo toda verdad
aquella mujer: "¡Dichoso el seno que te llevó y los pechos que te amamantaron! -Más dichosos los que oyen la Palabra de Dios y la practican" (Lc 11,27).
¿CULTO AL CORAZÓN?
Según Santo Tomás, cuando damos culto al Corazón Inmaculado de María
honramos a la persona misma de la Santísima Virgen. "Proprie honor
exhibetur toti rei subsistenti” (Sum Theol 3ª q 5 a.1). El honor y culto
que se da un órgano del cuerpo se dirige a la persona. El amor al
Corazón de Maria se dirige a la persona de la Virgen, significada en el
Corazón.
Una persona puede recibir honor por distintos motivos, por su poder,
autoridad, ciencia, o virtud. La Virgen es venerada en la fiesta de la
Inmaculada, de la Visitación, de la Maternidad, o de la Asunción con
cultos distintos, porque los motivos son distintos. El culto a su
Corazón Inmaculado es distinto por el motivo, que es su amor.
Todas las culturas han visto simbolizado el amor en el corazón. En el de
María, honramos la vida moral de la Virgen: Sus pensamientos y afectos,
sus virtudes y méritos, su santidad y toda su grandeza y hermosura; su
amor a Dios y a su Hijo Jesús y a los hombres, redimidos por su sangre.
Al honrar al Corazón Inmaculado de María lo abarcamos todo, como templo
de la Trinidad, remanso de paz, tierra de esperanza, cáliz de amargura,
de pena, de dolor y de gozo.
EL SIGNO DE LOS TIEMPOS
En cada época histórica ha predominado una devoción. En el siglo I, la
Theotokos, la Maternidad divina, como réplica a la herejía de Nestorio.
En el siglo XIII, la devoción del Rosario. En el XIX, la Asunción y la
Inmaculada. A mediados de ese mismo siglo se fue extendiendo la devoción
al Inmaculado Corazón de María, adelantada ya por San Bernardino de
Sena y San Juan de Ávila; y en el siglo XVII, San Juan Eudes.
San Antonio María Claret, fundó la Congregación de los Misioneros del
Inmaculado Corazón de María Inmaculado de María en el XIX. Y en el siglo
XX, alcanza su cenit con las apariciones de la Virgen en Fátima y la
consagración del mundo al Corazón Inmaculado de María.
En Fátima, la Virgen manifestó a los niños que Jesús quiere establecer
en el mundo la devoción a su Inmaculado Corazón como medio para la
salvación de muchas almas y para conservar o devolver la paz al mundo.
La Beata Jacinta Marto, le dijo a Lucía: "Ya me falta poco para ir al cielo. Tú te quedarás aquí, para establecer la devoción al Corazón Inmaculado de Maria".
También se lo dirá después la Virgen. El año 1942, después de la
consagración de varias diócesis en el mundo realizadas por sus
respectivos obispos, Pío XII hizo la oficial de toda la Iglesia, con lo
que la devoción al Inmaculado Corazón de María se vio confirmada y
afianzada. Y después Pablo VI y, sobre todo, Juan Pablo II, que se
declara milagro de María: “Santo Padre, -le dijeron en Brasil-: Agradecemos a Dios, sus trece años de pontificado”. Y contestó, tres años de pontificado y diez de milagro.
El ha sido el Pontífice que ha acertado a cumplir plenamente el deseo de
la Virgen, cuyos resultados se han visto con el derrumbamiento del
marxismo y la conversión de Rusia.
Cuando en el siglo XVIII el mundo se enfriaba por el indiferentismo
religioso de doctrinas ateas, se manifiesta Cristo a Santa Margarita
María de Alacoque en Paray le Monial, y la constituye promotora del
culto al Corazón de Jesús, y cuando en el siglo XX, el mundo se va a ver
envuelto por amenazas de guerras, divisiones y odios, herencia nefasta
del materialismo y del marxismo, pide la Virgen a los niños de Fátima,
que difundan la devoción al Inmaculado Corazón de Maria.
Como remedio a los males actuales, la misma Virgen nos ofrece su Corazón
Inmaculado, que es ternura y dulzura, pero también exigencia de
oración, sacrificio, penitencia, generosidad y entrega. No basta el
culto; hay que imitar sus virtudes.
EL CORAZÓN
El corazón desarrolla una sinergia, un lazo invisible, pero de
irresistible fortaleza, que nos une con Dios, con los hombres y con las
criaturas.
El Corazón de María, expresa el corazón físico que latía en el pecho de
María, que entregó la sangre más pura para formar la Humanidad de
Cristo, y en el que resonaron todos los dolores y alegrías sufridos a su
lado; y el corazón espiritual, símbolo del amor más santo y tierno, más
generoso y eficaz, que la hicieron corredentora, con el cúmulo de
virtudes que adornan la persona excelsa de la Madre de Dios.
El Corazón es la raíz de su santidad, y el resumen de todas sus
grandezas, porque todos sus Misterios se resumen en el amor. Dios, que
creó el mundo para el hombre, se reservó en él un jardín donde fuera
amado, comprendido, mimado, como el huerto cerrado del Cantar de lo
Cantares. Es su obra primorosa y singular.
Su Corazón y su alma son templo, posesión y objeto de las delicias del
Señor. Sólo su corazón pudo ser el altar donde se inmoló, desde el
primer instante, el Cordero inmaculado. Según San Bernardo, Maria "fuit ante sancta quam nata":
nació antes a la vida de la gracia que a la de este mundo...No hay un
Corazón más puro, inmaculado y santo que el de María. Como el sol
reverbera sobre el fango de la tierra, su Corazón brilló sobre las
miserias del mundo sin ser contaminado por ellas. Es la Mujer vestida
del sol del Apocalipsis (12,1).
La plenitud de la gracia que recibió María repercutió en su Corazón en
el que no existió la más leve desviación en sus sentimientos y afectos.
Su humildad, su fe, su esperanza, su compasión y su caridad, hicieron de
su Corazón el receptáculo del amor y de la misericordia. El Corazón de
María es el de la Hija predilecta del Padre. El Corazón de la Madre que
con mayor dulzura y ternura haya amado a su Hijo. El Corazón de la
Esposa donde el Espíritu realizó la más grande de sus maravillas,
concibió por obra del Espíritu Santo.
El Corazón de María es también un corazón humano, muy humano. Es el
corazón de la Madre: Todos los hombres hemos sido engendrados en el
Corazón Inmaculado de Maria: "Mujer, he ahí a tu hijo" (Jn
19,26. San Juan nos representaba a todos. Porque amó mucho mereció ser
Madre de Dios y atrajo el Verbo a la tierra; con sufrimiento y con
dolor, ha merecido ser Madre nuestra. El amor a su Hijo y a sus hijos es
tan entrañable y tierno, que guarda en su corazón las acciones más
insignificantes de sus hijos, hermanos de su Hijo Jesús, el Hermano
Mayor.
EL CUELLO DEL CUERPO MÍSTICO
Dios quiere conceder sus gracias a los hombres por el Corazón Inmaculado
de María. Es el cuello del Cuerpo Místico por donde descienden las
gracias de la Cabeza. Sus hijos predilectos son los santos. Ella goza
viéndoles interceder por sus hermanos menores, y goza viendo que las
gracias que le piden llegan a nosotros a través de Ella.
Por su Corazón pasa todo cuanto ennoblece y dignifica al mundo: las
gracias de conversión, la paz de las conciencias, las santas
aspiraciones, el heroísmo de los santos, los rayos más luminosos que
señalan al mundo los caminos de salvación. Como la imaginación,
abandonada a sí misma es la loca de la casa, el corazón dejado a la
deriva, sin educar, es la perdición de toda nuestra persona, María nos
enseña a amar con ardor, pero con gran pureza. El amor a Dios, a
nosotros mismos y a nuestros hermanos, halla el modelo humano más
perfecto en el Corazón Inmaculado de Maria.
MADRE DE CADA HOMBRE
Si María fuera sólo Madre de la Iglesia como comunidad, y no Madre de
cada uno de los miembros, sólo se preocuparía del bien de la Iglesia.
Pero cada cristiano carecería de seguridad. Sería como un general que
ama mucho a su
ejército, pero no vacila en sacrificar a todos los soldados para salvar a la nación; y de intimidad, porque en una multitud tan grande, ¿cómo puede cada uno acercarse a Ella? El soldado no tiene fácil acceso al general; ni el ciudadano al Jefe del Estado. María no sería nuestra Madre, sino nuestra Reina, o nuestro general, distante de nuestras pequeñas preocupaciones.
ejército, pero no vacila en sacrificar a todos los soldados para salvar a la nación; y de intimidad, porque en una multitud tan grande, ¿cómo puede cada uno acercarse a Ella? El soldado no tiene fácil acceso al general; ni el ciudadano al Jefe del Estado. María no sería nuestra Madre, sino nuestra Reina, o nuestro general, distante de nuestras pequeñas preocupaciones.
Si una madre de diez hijos los amara sólo en grupo, y no se preocupara
de cada uno en particular; si preparara comida, camas, descanso,
trabajo, recreo para su pollada, no sería madre de familia, sino
administradora de un colegio o de un cuartel, donde la revisión médica y
la vacuna colectiva se hace para todos una vez. La madre de familia,
lleva al médico a cada hijo siempre que lo necesita o se queja: no tiene
un día al año de revisión ni de vacuna para todos. Con la Virgen María
no estamos en un cuartel, ni en un colegio, sino en una familia: "No temas, pequeño rebaño, porque vuestro Padre se ha complacido en daros el Reino" (Lc. 12,32).
A María le sobra corazón para atendernos a todos como si fuéramos
únicos: Dios le ha dado Corazón de Madre para que con él ame a todos y
cada uno de los hombres, los de hoy y todos los de ayer y de mañana.
Nosotros somos como la última floración, como el benjamín, al que
prodiga sus cuidados.
LOS MÁS DESVALIDOS
Toda madre tiene amor particular a cada hijo y más al más desvalido, al
subnormal, al extraviado al más necesitado. El Corazón de María nuestra
Madre, ama a cada hombre con el mismo amor con que ama a toda la
Iglesia. Ninguna madre cuando tiene el primer hijo restringe su amor,
reservándolo para los que vengan. Da todo su amor al primero y al
segundo, sin quitar nada al primero, y sin ahorrar nada para el tercero.
Cuida de todos, y de cada uno como si no tuviera otro.
Sólo saboreando el amor singular de su Corazón a cada uno, se puede
gustar la delicia de sentirse amados por Ella, y se dialogará con ella y
se intimará con Ella y se gozará en Ella. Para llegar a su intimidad,
que es importantísimo para nuestra vida interior, es preciso tener firme
fe en ese amor particular.
LA REDEMPTORIS MATER
Todos estos conceptos brotan del "Totus tuus" de Juan Pablo II, que en su Encíclica "Redemptoris Mater", ha escrito:
"Se descubre aquí el valor real de las palabras dichas por Jesús a su
madre cuando estaba en la Cruz: «Mujer, ahí tienes a tu hijo», y al
discípulo: «Ahí tienes a tu madre» (Jn 19,26). Estas palabras
determinan el lugar de María en la vida de los discípulos de Cristo y
expresan su nueva maternidad como Madre del Redentor: la maternidad
espiritual, nacida de lo profundo del misterio pascual del Redentor del
mundo....
Es esencial a la maternidad la referencia a la persona. La maternidad
determina siempre una relación única e irrepetible entre dos personas:
la de la madre con el hijo y la del hijo con la madre. Aun cuando una
misma mujer sea madre de muchos hijos, su relación personal con cada uno
de ellos caracteriza la maternidad en su misma esencia.
En efecto, cada hijo es engendrado de un modo único e irrepetible, y
esto vale tanto para la madre como para el hijo. Cada hijo es rodeado
del mismo modo por aquel amor materno, sobre el que se basa su formación
y maduración en la humanidad. Se puede afirmar que la maternidad «en el orden de la gracia» mantiene la analogía con cuanto «en el orden de la naturaleza» caracteriza la unión de la madre con el hijo.
En esta luz se hace más comprensible el hecho de que, en el testamento
de Cristo en el Calvario, la nueva maternidad de su madre haya sido
expresada en singular, refiriéndose a un hombre: «Ahí tienes a tu hijo».
Se puede decir, además, que en estas mismas palabras está indicando
plenamente el motivo de la dimensión mariana de la vida de los
discípulos de Cristo; no sólo de Juan, que en aquel instante se
encontraba a los pies de la Cruz en compañía de la Madre de su Maestro,
sino de todo discípulo de Cristo, de todo cristiano.
El Redentor confía su madre al discípulo y, al mismo tiempo, se la da
como madre. La maternidad de Maria, que se convierte en herencia del
hombre, es un don: un don que Cristo mismo hace personalmente a cada
hombre. El Redentor confía María a Juan en la medida que confía Juan a
María"…Entregándose filialmente a Maria, el cristiano, como el apóstol
Juan, «acoge entre sus cosas propias» a la Madre de Cristo y la
introduce en todo el espacio de su vida interior, es decir, en su «yo»
humano y cristiano: «la acogió en su casa.
Así el cristiano trata de entrar en el radio de acción de aquella «caridad materna», con la que la Madre del Redentor «cuida de los hermanos de su Hijo», «a cuya generación y educación coopera» según la medida del don, propia de cada uno por la virtud del Espíritu de Cristo.
Así se manifiesta también aquella maternidad según el espíritu, que ha
llegado a ser la función de Maria a los pies de la Cruz y en el
Cenáculo. Esta relación filial, esta entrega de un hijo a la Madre, no
sólo tiene su comienzo en Cristo, sino que se puede decir que
definitivamente se orienta hacia El.
Se puede afirmar que Maria sigue repitiendo a todos las mismas palabras que dijo en Caná de Galilea: «Haced lo que él os diga. En efecto es El, Cristo, el Camino, la Verdad y la Vida" (Jn 4,6); es El a quien el Padre ha dado al mundo, para que el hombre «no perezca, sino que tenga vida eterna» (Jn
3,16)… Para todo cristiano y todo hombre, María es la primera que «ha
creído», y precisamente con esta fe suya de esposa y de madre quiere
actuar sobre todos los que se entregan a ella como hijos.
Y es sabido que cuanto más perseveran los hijos en esta actitud y
avanzan en la misma, tanto más María les acerca a la «inescrutable
riqueza de Cristo (Ef 3,8). Porque sus hijos reconocen cada vez mejor la
dignidad del hombre en toda su plenitud, y el sentido definitivo de su
vocación, porque «Cristo manifiesta plenamente el hombre al propio hombre» (L. G.).
MADRE DE LA IGLESIA
Durante el Concilio, Pablo VI proclamó solemnemente que Maria es Madre
de la Iglesia, es decir, Madre de todo el pueblo de Dios, tanto de los
fieles como de los pastores» Más tarde, el año 1968, en el Credo del
Pueblo de Dios, ratificó esta afirmación de forma más comprometida:
"Creemos que la Santísima Madre de Dios, nueva Eva, Madre de la
Iglesia, continúa en el cielo su misión maternal para con los miembros
de Cristo, cooperando al nacimiento y al desarrollo de la vida divina en
las almas de los redimidos. El Concilio ha subrayado que la verdad
sobre la Santísima Virgen, Madre de Cristo constituye un medio eficaz
para la profundización de la verdad sobre la Iglesia… Por consiguiente,
María acoge, con su nueva maternidad en el Espíritu, a todos y a cada
uno en la Iglesia, acoge también a todos y a cada uno por medio de la
Iglesia. En este sentido, Maria, Madre de la Iglesia, es también su
modelo. En efecto, la Iglesia -como desea y pide Pablo VI- «encuentra en
María, la más auténtica forma de la perfecta imitación de Cristo".
El egoísmo afecta a todo amor creado, incluido el de las madres, con ser
el más puro. Sólo el amor de la Virgen María no tuvo jamás mezcla de
egoísmo. El amor de su Corazón es virginal, sin mezcla de egoísmo, amor
puro. Amándonos con amor virginal, sabemos que no se busca a sí misma:
sólo busca nuestro bien.
Incluso nuestra correspondencia de amor a Ella, no la quiere por bien
suyo, aunque en ella se goce como madre, sino por bien nuestro, para
poder lograr nuestra transformación en Dios. El amor particular que nos
tiene engendra nuestra intimidad con Ella, y el abandono en su Corazón.
Con el mismo amor con que ama a su Jesús. Al amar a Dios lo ha hecho "Emmanuel", "Dios con nosotros" y al amarnos a nosotros, nos identifica con El.
El amor de los padres resulta con frecuencia ineficaz para proteger y
defender a sus hijos, que no pueden impedir que enfermen, sufran
accidentes, mueran. Hacen por ellos lo que pueden, pero pueden muy poco.
Pero como María nos ama con su Corazón de Madre de Dios, su eficacia es
absoluta, porque tiene en sus manos la omnipotencia divina, no por ser
madre nuestra, sino por ser Madre de Dios.
COMPARTIR
En una familia de cinco hijos si uno es muy rico y poderoso y los otros
cuatro pobres, la madre no consentirá que el rico no socorra a sus
hermanos pobres. María no podrá consentir que su Hijo Jesús le impida
usar de su infinita riqueza y poder para socorrernos a nosotros. Esto no
va a ocurrir nunca, pues Jesús la ha hecho nuestra madre, y
administradora de su Corazón. Jesús jamás pondrá límites al uso que su
Corazón haga de sus tesoros infinitos.
Si el Padre hubiera concedido al Corazón de María algo a condición de que no fuera también nuestro, ella lo hubiera impedido: Si me haces su madre no me des nada que yo no pueda compartir con ellos.
Al darnos el Corazón de su Madre y nuestra Madre, ha hecho nuestros
todos los dones y riquezas que puso en su Corazón: su predestinación si
la queremos, el cariño con que la envuelve, y los regalos con que Dios
la recrea. No se puede amar a la Madre, si no se ama a sus hijos, ni se
puede dar gusto a la madre, si se abandona a sus hijos.
SU CORAZON ES NUESTRA SEGURIDAD
Si a un niño pequeño le diéramos una joya preciosa, la perdería. Por eso
se la damos a su madre, para que la conserve. Por eso Dios no ha
querido darnos sus dones directamente, para que no nos pase como Adán.
Se los ha confiado a María, que nunca los perderá.
Estando en sus manos son nuestros. Ella nos los conserva. Su Corazón es
nuestra seguridad, nuestro tesoro inviolable. Todo lo suyo es nuestro,
Ella lo quiere para nosotros. Toda la inocencia de María, su pureza, su
santidad, su humildad, su amor a Dios y a los hermanos es nuestro,
porque Ella es nuestra. (San Juan de la Cruz. Dichos de luz y amor, 26).
Y como son nuestros los podemos ofrecer a Dios, sobre todo cuando no
tenemos nada que ofrecerle. Entonces es cuando le ofrecemos más y la
conquistamos más, porque somos más pobres, como su Hijo, recibió los dos
reales de la viuda.
SUFRE CON NOSOTROS
Su Corazón hace suyos nuestros pecados y dolores, como los hizo suyos
Jesús en su pasión y en la Eucaristía. Y nuestras tristezas y
aflicciones. "Este es el Cordero de Dios, que toma sobre sí, los pecados del mundo"; los dolores y sufrimientos: «Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?» (He 9,4).
Como en la Eucaristía Jesús sufre viendo nuestras carencias que
reactivan su pasión, y goza inefablemente cuando nos ve a su lado, el
Corazón de María, las considera suyas como se identificó con los
sufrimientos Jesús como Corredentora, sufriendo todos nuestros dolores y
pecados, y recibiendo hoy el consuelo de nuestra gratitud e intimidad.
Siempre y en cada momento compadece con nosotros.
Cuando pecamos, vuelve a sentirse como avergonzada y pecadora. Por eso
Jesús nos perdona tan fácilmente, para quitarle a su Madre la
humillación de nuestros pecados, que la oprime porque somos sus hijos.
De la misma manera que el Padre nos perdona para quitar a su Hijo el
oprobio que en la Eucaristía siente de nuestros pecados porque los hace
suyos, y al quitárnoslos se los quita a El.
Sin la Eucaristía sería muy difícil nuestro perdón, a pesar de la pasión
de Cristo, que quedaría demasiado lejos, y es ahora cuando necesitamos
que El haga suyo lo nuestro. Por eso no debemos desconfiar ni
desesperar. María es refugio de pecadores. Y cuando después del pecado
nos echamos en sus brazos, Ella nos anima diciendo: Me siento Yo manchada; mas como mi Hijo quiere verme totalmente limpia, os limpiará a vosotros para que todos estemos limpios.
El Corazón de María es nuestro consuelo. No nos acompaña en el
sufrimiento por pura fórmula. Llora con nosotros, sufre con nosotros
nuestro mismo dolor, está con nosotros, tratando de que superemos la
depresión de vernos solos y abandonados en el sufrimiento y en el dolor,
especialmente en esta época de angustia, vacío y ansiedad.
Siempre nos queda su Corazón, sus brazos acogedores maternales que
llevan nuestra misma carga, haciéndola ligera. Y Jesús, amando a su
Madre, para hacer ligera la carga de Ella, la lleva con Ella y con
nosotros, y nos dice: "Venid a Mí todos los que estáis cargados y agobiados, y yo os aliviaré, porque mi yugo es suave, y mi carga ligera" (Mt.
11,28). Si aprendemos a ir a Jesús por María, hallaremos fortaleza y
hasta verdadera delicia en el sufrimiento y en el dolor.
La compañía que nos hacen los que nos aman es externa y desde fuera: son
incapaces de llegar al nivel de nuestro dolor. El Corazón de María
siente en nosotros y con nosotros todas nuestras angustias y dolores,
porque conoce ahora, y siente en su carne, lo que estamos pasando. Y si
su Corazón prefiere sufrir con nosotros ese dolor antes que quitárnoslo,
es porque ve que es necesario pasarlo.
Cuántos bienes deben seguirse de estos sufrimientos, humillaciones,
anonadamiento y aislamiento, olvidos, desprecios, dolores físicos y
morales, y hasta los mismos pecados que nos humillan y confunden, cuando
el Corazón de María, pudiéndolos evitar, prefiere hacerlos suyos, y
sufrirlos en nosotros y con nosotros. Si lo tenemos presente veremos la
luminosidad de la cruz, y entenderemos lo que nos dice San Pablo: "Dios, a los que decidió salvar, determinó hacerlos conformes a la imagen de su Hijo" (Rom. 8,29), y "seremos conglorificados con El, si padecemos con El"
(Rom. 8,17). Entonces comprendemos los deseos ardientes que los santos
tuvieron de sufrir, y no nos extrañará oír a Santa Teresa: "O padecer o morir" y a San Juan de la Cruz: “Padecer y ser despreciado por Vos”.
EL CRECIMIENTO
La ilusión mayor de una madre es que su pequeño llegue a adulto y se haga fuerte como su padre: «Sed perfectos como vuestro Padre Celestial es perfecto» (Mt.
5,48). Ese es el deseo del Corazón de María: que lleguemos a la
perfección del Padre Celestial, copiando a su Jesús, que agota la
hermosura del Padre, pues es esplendor de su gloria e imagen de su
substancia. Esa es la clave para entender el empeño del Corazón de María
en dejarnos sufrir.
Es muy provechoso que reflexionemos y meditemos estas verdades y que
desentrañemos con nuestro esfuerzo el valor y la riqueza de las virtudes
y la maldad y fealdad de los pecados y la belleza del amor pero, como
obra nuestra, esta reflexión y actividad se queda a mitad camino, como
diría San Juan de la Cruz, "con ella se hace poca hacienda".
Reflexionando vemos, pero ya decía el clásico: "Video meliora, proboque, deteriora sequor". "Veo lo mejor y lo apruebo, pero sigo lo peor". Y San Pablo: "No hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero" (Rm 7,19). Lo vemos, pero nos faltan fuerzas para hacer la verdad y lo mejor.
Son las fuerzas que Dios nos ofrece por manos del Corazón de María, por
eso lo más lógico y eficaz de razón y de fe, es llevar a la Eucaristía
los problemas y en presencia y compañía del Corazón de María, derramar
nuestro corazón, problemas y tentaciones para que como por ósmosis y en
otra dimensión de nuestro ser, transformen nuestra vida, sin saber cómo y
sin poderlo explicar.
"Entréme donde no supe,
y quedéme no sabiendo,
toda ciencia trascendiendo.
Yo no supe dónde entraba,
Pero cuando allí me ví,
Grandes cosas entendí;
No diré lo que sentí,
Pero me quedé no sabiendo,
Toda ciencia trascendiendo"
(San Juan de la Cruz).
Por: Padre Jesús Martí Ballester
Fuente: www.catholic.net
Hola,
ResponderEliminarHe visto la plática del Padre Juan Rivas y un grupo católico de Hermosillo Son queremos invitarlo a venir.
¿Pudiera decirme como localizar al Padre Rivas?
Espero, bendiciones.
MARTIN LEON
CEL. 662 141-0388
martinleon@evoluware.com
Martín, gracias por visitar el blog.
ResponderEliminarEl único contacto personal que conozco con el P. Juan Rivas es su cuenta de Facebook. Te invito a que te pongas en contacto con él por ese medio https://www.facebook.com/padrejuanrivas
Un saludo en Cristo y María Santísima.